SALVAJES
(Savages)
2012.
Dir. Oliver Stone.
No he sido
fanatico de este director. Hay películas suyas que me parecen detestables y
grandilocuentes (Pelotón, Asesinos por naturaleza). Sus películas menos populares
han sido excepcionales (Camino sin retorno, Alexander o Las torres gemelas).
Tal parece que esta excepcional Salvajes seguirá por ese camino. Cuando Oliver Stone
no se siente el dueño de la historia ni el gran exégeta de los tiempos
contemporáneos, es cuando su cine se torna emocionalmente atractivo y
visualmente agresivo. Salvajes utiliza una novela como base argumental para
dar idea de cómo están las cosas dentro del mundo del narcotráfico.
Chon
(Taylor Kitsch, el héroe de John Carter: entre dos mundos)
y Ben (Aaron
Johnson, el joven seductor de La increíble historia de Albert Nobbs) son
productores, cultivadores, negociantes de droga, en particular, marihuana, y
viven en Laguna Beach, California, junto con su amante mutua Ophelia, llamada “O”
(Blake Lively)
quien narra la historia y en una advertencia muy original nos
especifica que tal vez, al final de la misma, ya no siga viva. Entonces nos
enteramos que el cártel de Baja les está obligando a que se les una, algo que
los jóvenes no desean. Para obligarlos, la reina del cártel, Elena (Salma
Hayek) hace secuestrar a “O”.
Lo
que sigue es una serie de intrigas para tratar la recuperación de la muchacha.
De esta manera, Stone y sus guionistas (entre ellos el autor de la novela
original, muy recomendable, Don Winslow) nos introducen a la manera interna de
operar entre narcotraficantes. Una grabación que antecede a la entrevista entre
cártel y jóvenes, muestra a siete hombres amarrados, viendo a la cámara. Luego,
se pasa a imágenes de sus cuerpos decapitados, con las cabezas rodeándolos. Nos
enteramos que estos cultivadores de marihuana tienen a un protector, un agente
federal (John Travolta) y que los narcotraficantes tienen pleito con uno de sus
ex miembros, ahora coludido con las “próximas elecciones presidenciales”,
deseoso de ganar la partida. Tal es el motivo de querer anexar a estos
norteamericanos al cártel mexicano de frontera: están débiles.
La
película es incómoda. Al exponer tanta corrupción, uno quisiera que el mundo se
acabara y volviera a comenzar. Dan deseos de salirse de la sala y dar la
espalda a la realidad reflejada por esta ficción que uno sabe que es verdad. No
hay gente buena o sin fallas en la película. Chon fue soldado en Irak y
Afganistán donde lucró, aparte asesinó gente sin remordimiento. Ben es quien
tiene altruismo: entre sus ganancias ha aportado beneficios al tercer mundo y
desea retirarse para vivir en Indonesia, apostándole a la ecología. Sin
embargo, nadie puede aprobar ese dinero mal habido.
La misma “O” comparte su
cama con ambos jóvenes porque puede disfrutar la gloria y el infierno del sexo.
Lado, el lugarteniente de la reina Elena (Benicio del Toro, detestable como
personaje) y el agente federal son dos caras del mismo monstruo.
Salvajes tiene la congruencia necesaria en su discurso y no echa culpas a nadie. En
medio de todo está el dinero y el poder. Hay traición y venganza. No existe la
compasión. Está lejos de la caricatura de El infierno o del esquema ambiguo
de Tráfico. Se piensa que hay seres sin alma: todavía puede irse más allá de
esta metáfora. La cinta tiene un doble final porque no podía permitirse un
apocalipsis ideal y parcial. Sabemos que no hay solución fácil y que siempre
habrá salidas para los corruptos. Lo que debe alabarse a Oliver Stone
es que se puso
dentro de la situación y no se quedó en la hegemonía del norteamericano como
fin último y final feliz. La película muestra a los personajes dentro de su
dimensión trágica: absorbidos por su ansia de poder, son seres (in)humanos
también. Otro sector social. Shakespeare redivivo en este siglo XXI.
Hay
una secuencia excepcional sobre un enfrentamiento. La vasta llanura, el espacio
amplio, la tierra seca, da idea de una película del oeste. Sin embargo, en este
caso no es el personaje heroico que quiere lavar una afrenta contra su honor o
borrar para siempre al mal personificado. Es la transmutación del género: es la
Hidra mitológica, ese monstruo que tenía hasta 10,000 cabezas pero que al
cortarle una, aparecían dos o más. Ahora los enfrentamientos son para vengar el
deshonor y alcanzar las ambiciones. De nada sirve matar o capturar al capo de
moda: en su lugar aparecerá el sucesor. Es inútil atrapar a los miembros de la
banda: ellos mismos se matan, saben que hay montones para sustituirlos. El apocalipsis es total.