lunes, 16 de julio de 2012

LA HIDRA SOBRE LA TIERRA

SALVAJES
(Savages)
2012. Dir. Oliver Stone.


            No he sido fanatico de este director. Hay películas suyas que me parecen detestables y grandilocuentes (Pelotón, Asesinos por naturaleza). Sus películas menos populares han sido excepcionales (Camino sin retorno, Alexander o Las torres gemelas). Tal parece que esta excepcional Salvajes seguirá por ese camino. Cuando Oliver Stone no se siente el dueño de la historia ni el gran exégeta de los tiempos contemporáneos, es cuando su cine se torna emocionalmente atractivo y visualmente agresivo. Salvajes utiliza una novela como base argumental para dar idea de cómo están las cosas dentro del mundo del narcotráfico.

            Chon (Taylor Kitsch, el héroe de John Carter: entre dos mundos)            


y Ben (Aaron Johnson, el joven seductor de La increíble historia de Albert Nobbs) son productores, cultivadores, negociantes de droga, en particular, marihuana, y viven en Laguna Beach, California, junto con su amante mutua Ophelia, llamada “O” (Blake Lively) 


quien narra la historia y en una advertencia muy original nos especifica que tal vez, al final de la misma, ya no siga viva. Entonces nos enteramos que el cártel de Baja les está obligando a que se les una, algo que los jóvenes no desean. Para obligarlos, la reina del cártel, Elena (Salma Hayek) hace secuestrar a “O”.


            Lo que sigue es una serie de intrigas para tratar la recuperación de la muchacha. De esta manera, Stone y sus guionistas (entre ellos el autor de la novela original, muy recomendable, Don Winslow) nos introducen a la manera interna de operar entre narcotraficantes. Una grabación que antecede a la entrevista entre cártel y jóvenes, muestra a siete hombres amarrados, viendo a la cámara. Luego, se pasa a imágenes de sus cuerpos decapitados, con las cabezas rodeándolos. Nos enteramos que estos cultivadores de marihuana tienen a un protector, un agente federal (John Travolta) y que los narcotraficantes tienen pleito con uno de sus ex miembros, ahora coludido con las “próximas elecciones presidenciales”, deseoso de ganar la partida. Tal es el motivo de querer anexar a estos norteamericanos al cártel mexicano de frontera: están débiles.


            La película es incómoda. Al exponer tanta corrupción, uno quisiera que el mundo se acabara y volviera a comenzar. Dan deseos de salirse de la sala y dar la espalda a la realidad reflejada por esta ficción que uno sabe que es verdad. No hay gente buena o sin fallas en la película. Chon fue soldado en Irak y Afganistán donde lucró, aparte asesinó gente sin remordimiento. Ben es quien tiene altruismo: entre sus ganancias ha aportado beneficios al tercer mundo y desea retirarse para vivir en Indonesia, apostándole a la ecología. Sin embargo, nadie puede aprobar ese dinero mal habido. 
La misma “O” comparte su cama con ambos jóvenes porque puede disfrutar la gloria y el infierno del sexo. Lado, el lugarteniente de la reina Elena (Benicio del Toro, detestable como personaje) y el agente federal son dos caras del mismo monstruo.

            Salvajes tiene la congruencia necesaria en su discurso y no echa culpas a nadie. En medio de todo está el dinero y el poder. Hay traición y venganza. No existe la compasión. Está lejos de la caricatura de El infierno o del esquema ambiguo de Tráfico. Se piensa que hay seres sin alma: todavía puede irse más allá de esta metáfora. La cinta tiene un doble final porque no podía permitirse un apocalipsis ideal y parcial. Sabemos que no hay solución fácil y que siempre habrá salidas para los corruptos. Lo que debe alabarse a Oliver Stone
es que se puso dentro de la situación y no se quedó en la hegemonía del norteamericano como fin último y final feliz. La película muestra a los personajes dentro de su dimensión trágica: absorbidos por su ansia de poder, son seres (in)humanos también. Otro sector social. Shakespeare redivivo en este siglo XXI.

            Hay una secuencia excepcional sobre un enfrentamiento. La vasta llanura, el espacio amplio, la tierra seca, da idea de una película del oeste. Sin embargo, en este caso no es el personaje heroico que quiere lavar una afrenta contra su honor o borrar para siempre al mal personificado. Es la transmutación del género: es la Hidra mitológica, ese monstruo que tenía hasta 10,000 cabezas pero que al cortarle una, aparecían dos o más. Ahora los enfrentamientos son para vengar el deshonor y alcanzar las ambiciones. De nada sirve matar o capturar al capo de moda: en su lugar aparecerá el sucesor. Es inútil atrapar a los miembros de la banda: ellos mismos se matan, saben que hay montones para sustituirlos.  El apocalipsis es total.