domingo, 16 de marzo de 2014

ILUSIONES PERDIDAS

LA VIDA TIENE TRES DÍAS
1954. Dir. Emilio Gómez Muriel.



Los años le han dado otros matices a las películas mexicanas que en su momento fueron consideradas como “churros”. Había una crítica centrada y sin petulancia que miraba a nuestro cine como algo natural y daba su opinión considerando temática y estilo; no obstante, la crítica surgida en los años cincuenta y, sobre todo, en la década siguiente, decidió negar a todo lo que no fuera De Fuentes (“El compadre Mendoza”) y Buñuel. Lo demás no importaba. Y resulta triste saber que George Sadoul, el crítico francés, fue quien le dio el Vo. Bo. a De Fuentes. Nos tocó un grupo de críticos solemnes, cultos, interesados en el cine norteamericano y europeo, que nos dejaron joyas literarias con sus escritos y percepciones, pero que lamentablemente fueron parcialísimos con el cine nacional. No importa: el tiempo coloca todo en su lugar. Los nuevos ojos encuentran otros valores sobre las cintas viejas. Ahora nos damos cuenta de audacias, subtextos, ironías. Ya lo he comentado en otras entradas de este blog con películas de Galindo, Alcoriza, Morayta.



No puede dejarse atrás a otros cineastas. El potosino Emilio Gómez Muriel (1910 – 1985) fue un técnico hábil que tuvo sus inicios al lado del fotógrafo Paul Strand y el realizador Fred Zinnemann cuando se filmó “Redes” en 1934 (o sea que está cumpliendo su octogésimo aniversario). Aparte de ser editor y productor de películas importantes en Clasa Films, luego pasó a la dirección a partir de 1943 con “La guerra de los pasteles”. Nuestra industria fílmica no es excepción de otras internacionales en los tiempos cuando se producía de manera constante. Los directores pasaban de un proyecto épico al cine de comedia o el melodrama. Gómez Muriel es el responsable de varias cintas que elevan al género hasta lo sublime: “Anillo de compromiso” (1951) o “Eugenia Grandet” (1952), adaptación de la novela de Balzac al México de los años treinta, son ejemplos de ello donde el amor va más allá de cualquier impedimento social o familiar: La joven que se casa con el compañero iracundo y orgulloso hasta llegar al empeño del símbolo de su matrimonio o la joven pueblerina, víctima de la avaricia de su padre, que sufre un engaño que la endurece contra cualquier enojo del progenitor.



            Hace poco me reencontré con La vida tiene 3 días, melodrama producido por Clasa Films Mundiales y Armando Orive Alba, que trata el conflicto de pueblo contra ciudad, sueño contra realidad, o simplemente el tema tan común en la vida cotidiana acerca de”las ilusiones perdidas”, como bien lo narró Balzac en su novela donde el joven Lucien anhela ser poeta pero termina convirtiéndose en ser mediocre porque piensa que la “idea” de su estatus como creador es más importante que la “obra”, lo que sustenta al sueño. Lo importante de esta película es que mantiene un discurso bastante cercano a muchos de nosotros: lo que no logramos en el paso terrenal aunque siempre lo deseamos; la cercanía al goce y disfrute de otros entes o cosas sin alcanzarlas; el rechazo a la posible felicidad, aunque efímera, porque primero hay que hacer lo que se “debe” en lugar de lo que se “desea”. (Y, curiosamente, hay otra aproximación indirecta y casual hacia el novelista francés). Aunque se hable de los finales felices exigidos por los productores, uno se da cuenta que en el fondo no hay tales y que esa complacencia que se reclama a nuestro cine es aparente en muchos casos.

Chabela Durán al inicio de la cinta canta "Por última vez" de Gonzalo Curiel


            Alberto (Carlos Navarro) es músico y compositor. Vende sus canciones populares a otras personas que las hacen pasar como suyas y se convierten en éxitos. Su editor, que además es su jefe, le reclama que lo haga evitando regalías y fama, pero Alberto espera el triunfo con su música culta, de altura: no anhela el reconocimiento por la canción popular. María (Silvia Pinal) es una joven de pueblo, hija del farmacéutico del lugar, pianista que da clases a niños. Cierto día escribe al compositor de la sonata que le gusta y entablan correspondencia. Ella lo admira y se lo hace saber. El día que Alberto va a viajar para conocerla, aparece su novia para informarle que está embarazada. El compositor le cumple y deja de lado a María. Pasan varios años, Alberto tiene cuatro hijos y ha dejado de lado los sueños de triunfo. Su último Nocturno, editado por él mismo, ha vendido cuatro copias y una de ellas adquirida por María. Alberto la vuelve a recordar y le escribe. María, quien vive desilusionada, sobre todo ahora que su padre ha vuelto a casarse con una mujer a la cual rechaza, lo mismo que a su novio, el mecánico del pueblo (Carlos Rivas), decide lanzarse a la aventura e ir a la capital.

Alberto despide en la estación de trenes a su familia


            Alberto recibe la noticia e impulsa a su esposa (Celia D’Alarcón) para que vaya al mar junto con los niños ya que coincide un fin de semana largo y luego de dejar a su familia en el tren, espera la llegada de su admiradora. De esta manera logrará vivir con María tres días de una vida alterna, la que siempre soñó, haciéndose pasar como autor triunfador, cercano a la sociedad, además de tener a la persona que le admira y le da sustento a su vida imaginaria donde pasean, cuidan a un perro callejero, visitan tiendas de ropa. Finalmente, debido a unas llaves olvidadas y al directorio telefónico, María llega a la vivienda de vecindad donde Alberto reside con su familia. Se da cuenta del engaño y se lo hace saber al compositor quien, hasta ahora, no ha tenido intenciones de índole sexual hacia ella. Se reencuentran en la estación de trenes para despedirse: al partir María, llega el tren de Veracruz donde retorna la realidad, aquello que ahora valora de otra manera: su familia.

María rechaza el matrimonio con su novio mecánico (Carlos Rivas)


            Un melodrama ejemplar, como tantos otros que nos legó el cine mexicano. Ahora cumpliendo su sexagésimo aniversario, estamos ante personajes soñadores que desean otras vidas, cada uno por situaciones contrarias entre sí. Mientras María tiene aspiraciones mayores, artista de ciudad, con el deseo de escapar del destino que le anuncia ser la maestra de piano (y la esposa del mecánico) del pueblo, sin jamás decidirse a la rebelión hasta que le llega la carta de su posible cómplice, Alberto comparte ese anhelo de grandeza con una música culta que nadie desea escuchar, vive decepcionado por haber caído víctima de un destino nunca esperado (el embarazo de su novia y los subsecuentes hijos que llegan) por lo que la decisión de escribirle a su admiradora María le brinda otra alternativa, otra salida.

Alberto y María disfrutando de una felicidad que será fugaz


            Ambos personajes viven sus anhelos bajo las extremas limitaciones: María en su ámbito rural-tradicional y Alberto en la urbe contrastante y despiadada. Alberto viene a ser una puesta al siglo veinte del Lucien balzaciano con sus ilusiones perdidas que, por más que lo intente, no logrará recuperar. María, por su lado, busca alcanzar la realización de sus sueños, al lado de un hombre que imagina mucho mejor que ella y sus opciones de pueblo. No obstante, al final terminará resignada, de vuelta a su realidad. Una trama agridulce ya que los dos tendrán que continuar con el simple recuerdo de momentos que imitaron lo que pudo ser alguna vez y que se extravió en algún punto del camino en la vida de Alberto o jamás estuvo presente en las posibilidades de María. En realidad es el relato de dos mediocridades que se unen para darse ánimos inútilmente: ambos alimentarán sus ilusiones perdidas.

Alberto olvida su realidad y besa a María quien desconoce su estatus de hombre casado



            La cinta utiliza canciones de Gonzalo Curiel como coro griego que explica o enfatiza las acciones y consecuencias de los protagonistas (“temor de ser feliz a tu lado, miedo de acostumbrarme a tu calor”) o la sentencia final (“fue como promesa que ya nunca volverá, fue como ola perdida en el mar”). Nos lleva a los recitales musicales y a las reuniones sociales de esos años cincuenta donde nunca faltaba un piano. Los diálogos de Julio Alejandro (sobre una trama de Dino Maiuri) son espléndidos y van entrecruzando tiempos y situaciones. Alberto responde a su casero cuando le da su renta puntualmente (“los tipos como yo siempre acaban por pagar” como profecía de su relación futura y como realidad de su familia) o comparte con María sus pensamientos, que resultan comunes (“nos empeñamos en pensar en cosas, en pensar en cosas que nunca podrán ser nuestras”). 

Alberto despide a María luego de 3 días de felicidad

María le impele a mejorar luego de ese tiempo juntos (“haz que estos tres días no sean inútiles, por favor Alberto, ¿no comprendes que la música te consolará de todo?”), pero luego le cuenta lo que pasará con ella (“cuando llegue, habrá un muchacho esperándome en la estación; me casaré con él, cumpliré mi deber de mujer, procuraré formar un hogar feliz, tendré hijos: ellos me salvarán, me harán olvidar”). Alberto, por su lado, luego de partir María, recibe y se aleja con su esposa e hijos, mientras se escucha la voz de Chabela Durán terminando la canción “Temor” (“te llevaste mi vida con tu prisa y me dejaste inmensamente triste”). Así como María se dirige hacia una vida conformista, Alberto seguramente dejará de lado ese impulso que le ha exigido María y volverá a la mediocridad por decisión propia.

Alberto retorna a su vida cotidiana