domingo, 11 de enero de 2015

DESTRUCCIÓN Y AUTODESTRUCCIÓN

CORAZONES DE HIERRO
(Fury)
2014. Dir. David Ayer.



         El cine de David Ayer se basa en equipos de personas o en grupos de amigos. Sus cinco películas estrenadas hasta el momento nos hablan de ex militares que se encuentran en el límite de quebrantar la ley (Tiempo de morir, 2005) o policías que deben demostrar su inocencia ante culpas ajenas (Los reyes de la calle, 2008) o policías que serán sacrificados por seguir adelante con la ética prometida (Último turno, 2012) o un grupo de federales que se encuentran bajo sospecha de haber robado un botín del cártel (Sabotaje, 2014). La quinta cinta es la que me ocupa en este comentario que se va hasta la Segunda Guerra Mundial para hablar de otro equipo que debe luchar hasta las últimas consecuencias: pelear o morir porque son las únicas alternativas y es lo que saben hacer.

La camaradería de años entre personajes muy distintos: el chicano vulgar y el sureño libidinoso contra un paradójico tipo religioso que bajo las órdenes de un enigmático sargento, que reciben de pronto al quinto elemento: un jovencito sin experiencia que iba para trabajo clerical y, sin imaginarlo, entra al tanque de guerra donde recibe el arma y la orden de matar. Va a ser todo un aprendizaje: el muchacho en poquísimo tiempo vivirá los ejemplos de lo que significa la dureza humana debida a las consecuencias de la guerra, el amor físico y efímero con una jovencita alemana que será víctima de sus propios compatriotas y la necesidad de la lucha, la supervivencia. Corazones de hierro es una cinta ejemplar en la imagen de la solidaridad ante el hecho absurdo e inútil de la guerra, la destrucción por motivos usualmente sin importancia. Si sobrevives, aprendes mucho y no te queda más que continuar hasta que sea necesario o posible.

EL APOSTADOR
(The Gambler)
2014. Dir. Rupert Wyatt.



         Luego de ver esta relectura de un guión de James Toback filmado cuarenta años atrás, uno se da cuenta de la diferencia entre la forma de cómo Hollywood filmaba en tiempos de rebeldía y encuentro de nuevos caminos de expresión. Jim Bennett (Mark Wahlberg, intenso) es un maestro de literatura que habla a sus alumnos de Shakespeare y de cómo el genio no requiere buscar su lugar, sino al revés: ya que se manifiesta el genio, nada puede destrozarlo. Por naturaleza es autodestructivo: apuesta y pierde cantidades más allá de sus posibilidades a pesar de que es un hombre que proviene de familia acaudalada. Logra conseguir el dinero para pagar deudas y en lugar de hacerlo, va y lo juega. No lo hace por compulsión: es una mera forma de saber si el destino está de su lado. Muy bien filmada por el director de “El planeta de los simios: (r)evolución” termina en la complacencia y el final feliz que se requiere para estos tiempos de cinismo, decepción y falta de incentivos.

La visión inmediata de la cinta original me muestra a un personaje que hablaba de Dostoyevski (inspiración básica del argumento de la cinta) en sus clases dándole más importancia al azar y sus consecuencias. Igualmente de autodestructivo, en esa cinta, (dirigida por Karel Reisz en 1974 y estrenada bajo el título de “El jugador”), James Caan (magnético e igualmente de apasionado) bajo el nombre de Axel Freed, prefiere castigarse de alguna manera. Estamos ante una trama existencialista con la diferencia de que en este siglo XXI se toma el giro convencional y autocomplaciente, mientras que en los años setenta era más importante subrayar a la condición humana, con toda su complejidad. La comparación sirve para notar las tendencias de estos tiempos que vivimos y comprobar que son terribles (tiempos, tendencias, sociedad).