LOS SIETE
MAGNÍFICOS
(The Magnificent
Seven)
2016. Dir. Antoine
Fuqua.
Nueva lectura de una cinta clásica
filmada en 1960 por el maestro John Sturges (1910 – 1992) acerca de un pueblo
mexicano fronterizo que cada año era acosado y robado por un bandido y sus
secuaces, por lo que se mandaba traer a pistoleros norteamericanos que les
ayudaran a erradicarlos. Esta adaptación para un siglo XXI incrementa la
violencia, la crueldad, el número de matones que acosan a un pueblo que ahora
está amenazado por un tipo rico que desea quedarse con todas las tierras del
lugar porque hay oro en unas minas aledañas. El pueblo está constantemente
vigilado por un alguacil comprado por el villano y donde se cometen atroces
crímenes sin castigo. La cinta inicia con una pequeña masacre que el hombre
perpetra durante la reunión de algunos ciudadanos que buscan alguna solución.
Al asesinar al marido de una joven mujer (Haley Bennett), ésta decide ir en
busca de ayuda. Encuentra al caza recompensas Chisolm (Denzel Washington) que,
a su vez, reclutará a otros seis ladrones, estafadores, jugadores, un mexicano,
un indio nativo-americano experto en flechas y otro oriental hábil con los
cuchillos.
No puede haber comparación. La cinta
original (7 hombres y 1 destino) será
recordada por personas de mi generación, quizás. Ahora a nadie le interesaría y
parecería obsoleta por completo. Su tema musical, por Elmer Bernstein, se hizo
entrañable (es el que se utilizaba para los comerciales de los cigarros
Marlboro) y aquí en la versión actual tuvieron el acierto de reproducirla hasta
los créditos finales. La cinta original dio lugar al crecimiento de nuevas
estrellas (Steve McQueen, Robert Vaughn, Charles Bronson) o lucimiento de otras
establecidas (Yul Brynner, Eli Wallach o Brad Dexter) y era la versión
norteamericana de una obra maestra por Akira Kurosawa (Los siete samuráis, 1954). Se puede conseguir en vídeo y es
magnífica.
Antoine Fuqua es un realizador del cine
violento, con mucha acción, cuyos protagonistas deben luchar contra la
corrupción que les rodea. El policía novato ante su compañero veterano que
realiza acciones ilegales para su beneficio (Día de entrenamiento); el honesto trabajador que desea sacar a una
jovencita de la prostitución forzada (El
justiciero): el medieval rey Arturo contra los miembros de su deshonesta
corte (Rey Arturo). Aquí tenía una
veta excelente de explotación de su temática favorita que le permite, además,
hablar de las diversidades raciales, de la ambición económica en cuanto a la
explotación de pocos por muchos en la constante acumulación de riqueza, de la
completa inhumanidad que lleva a la falta de respeto sobre todo a la vida de
los demás. La masacre contemporánea, digna de una tragedia isabelina, tiene su
representación en pantalla. No es exagerada ante una comparación con la
información de lo que sucede cada día en la guerra cotidiana o en el
enfrentamiento en la lucha contra el narcotráfico, por ejemplo. Un perfecto
tratamiento de hechos que suceden en siglo XIX pero que retratan a la voracidad
del siglo XXI. Y la moralidad se impone como gran deseo ficcional ante la
impunidad de nuestra realidad.
Peter Sarsgard representa a la voracidad
de nuestro siglo XXI desde el pasado
Denzel Washington ocupa el rol del
líder, caza fortunas legal, con territorialidad amparada, aparte de un extremo
deseo de venganza. Chris Pratt, carismático, está en lugar de Steve McQueen. Dos iconos de nuestro tiempo para continuar
con la idea de un Hollywood ya desaparecido que, de todas maneras, mantiene el
culto a la personalidad. Una sorpresa agradable es que nuestro paisano Manuel
García-Rulfo cumple perfectamente con su papel, no es disminuido como mexicano,
además que su personalidad se impone. Todas las cualidades para mostrarnos una
visión de nuestros tiempos modernos (¿civilizados?) desde una perspectiva del
pasado salvaje.
El excelente Antoine Fuqua