domingo, 25 de diciembre de 2016

EL PARAÍSO ESPACIAL


PASAJEROS

(Passengers)

2016. Dir. Morten Tyldum.




         Jim Preston (Chris Pratt) es un mecánico que viaja junto con  otros 5000 pasajeros hacia una colonia de la Tierra (ya sobrepoblada) que se encuentra en otro sistema. El viaje se realiza en 120 años a mitad de la velocidad de la luz, por lo que todos se encuentran en hibernación. Cierto día, debido a una falla, Jim despierta, pero 90 años antes de llegar a su destino: no puede reiniciar su sueño. Se encuentra solo, sin nadie más con quien hablar excepto un androide, mesero del bar de la nave, llamado Arthur (Michael Sheen). Así pasa más de un año hasta que decide “despertar” a otra pasajera que le haga compañía, haciéndole creer que se debió a otra falla electrónica. Aurora (Jennifer Lawrence) se convierte en su objeto amoroso. No puede contarse más.


Chris Pratt tiene gran carisma
y refleja una conmovedora vulnerabilidad



         La cinta nos hace muy conscientes de lo que significa el tiempo, esa entidad abstracta y relativa. Uno no puede imaginar que sean necesarios años para realizar un viaje en el espacio y mucho menos que haya naves tan inteligentes que resistan dicha duración. La pareja de Jim y Aurora sucede, a pesar de esta última, por la necesidad de la interacción social: el hombre no puede estar solo, por lo que se crea su propia costilla de Adán. Estamos ante una alegoría del Jardín del Edén cibernético. Robots que limpian, androide que sirve, voces virtuales que comentan, advierten, limitan.


El único compañero es un androide
sin sentimientos ni secretos



         Por esto, la cinta se divide en dos partes: una que va narrando la relación humana y la creación de un ambiente propicio para ser feliz en el paraíso artificial. Luego viene otra más científica, de acción, espectacular (con imágenes impactantes del fotógrafo Rodrigo Prieto), para que se ponga a prueba la permanencia del edén. Quizás esto es lo que hará que la película no se convierta en gran éxito taquillero. Uno va asistiendo a la soledad de Jim, al paso de los meses, barbón, sin ropa, desesperado por la necesidad de encontrar una solución: todo es inútil por lo que la única salida será la compañera, a pesar de jugar una traición. Lo que inicialmente nos une con el protagonista en esa desesperación, se irá transformando en dulce romance: es lo que más importa.


Descubrir el espacio abierto
como el cielo del paraíso. Ahí es donde
se dan cuenta del amor naciente



         El noruego Tyldum (famoso por El código enigma) nos ofrece otra cinta de ciencia-ficción intelectualizada (como pasó con La llegada hace poco), aunque solamente sirve como marco referencial para expresar que el amor va más allá de toda frontera científica. De forma consecutiva tendremos el paraíso que luego pasará de perdido a recobrado. Adán y Eva dentro de la extrema teoría de la relatividad, y qué mejor imagen que una nave espacial donde crecen árboles, maleza, que significan otra forma de vida. La pareja cree en la humanidad y de ahí un bello sacrificio.

El amor en el paraíso espacial