UN PADRE NO TAN PADRE
2016. Dir. Raúl Martínez.
Don Servando (Héctor Bonilla) es un
tipo severo, con casi 90 años de edad, que vive en una casa de retiro. Luego de
un altercado, además de la pérdida de sus ahorros por una estafa bancaria, debe
ir a vivir a casa de su hijo menor, Francisco (Benny Ibarra De Llano), en San
Miguel Allende. Frank, como le llaman, ha formado una especie de comuna en la
mansión heredada a su pareja Alma (Jacqueline Bracamontes). Aparte de su hijo,
tenido con otra mujer, René (Sergio Mayer Mori), está una pareja homosexual, un
par de hermanos, un compositor cubano y su novia cantante, un viejo inglés y
una mujer de edad. Frank cuenta a su hijo que cuando era pequeño murió su madre
dejándolo con sus hermanos mayores y su estricto padre, falto de toda expresión
amorosa. Ahora se han volteado los papeles y la situación servirá para revivir (y
componer) viejas cuestiones.
Imaginaba que iba a encontrar otro
mamarracho semejante a Macho, No manches Frida o ¿Qué culpa tiene el niño?, por mencionar unos cuantos títulos de lo
que se ha supuesto la "nueva" industria mexicana cinematográfica, cuando está
demostrado que “una golondrina no hace verano” (y como lo confirma el maestro Jorge Ayala Blanco en su reciente libro "La khátarsis del cine mexicano"), y que el público no asiste a
ver cintas nacionales con frecuencia, a no ser que se le prometa evasión pura
(estúpida, si se consideran estos ejemplos). La reciente visión, con cinco
personas en toda la sala, de la excelente Un
monstruo de mil cabezas o el fracaso inexplicable de Bellas de noche donde era de pensarse que los “amantes” (ya
imaginarios o cansados o muertos, tal vez) del cine de ficheras se volcarían a revisitar
a sus vedettes avejentadas (como ellos mismos) da idea de que seguirán
filmándose muchas cintas al año para solamente exhibirse algunas, quemarse
otras en festivalitos o intentar conseguirlas por otros medios sin que haya un
negocio estable de recuperación económica.
No, no es un mamarracho. La película es
una amable visión de la vejez como una etapa donde ya no se tiene idea de los
logros ni de los motivos de la vida. En este caso, un vejete que nunca supo
transmitir amor a los hijos en aras de una disciplina rígida o una incapacidad
emocional (como pasaba con el Fernando Soler de Una familia de tantas) se encuentra volcado en la realidad actual,
como “arrimado” en un medio que no comprende ni acepta. Estar de pronto en un
entorno ajeno a sus principios y costumbres le hace exagerar circunstancias,
difamar reputaciones o destruir símbolos de la decadencia moral. Cada una de
estas acciones se le devuelven como golpes de las realidades y lo van
suavizando.
Su hijo tiene el resentimiento de la
falta de afecto en la niñez y adolescencia, luego del abandono paterno al irse
a una casa de retiro ya que ninguno de sus hermanos le ofrecieron asilo en sus
respectivas casas. Un anhelo de su propio hijo le hará repetir la vieja
historia. Todo será un aprendizaje forzado por la presencia del viejo y la
intolerancia contagiada. Y lo que debe resaltarse es que fuera de algunas
concesiones en pos de la comicidad comercial, lo que sucede no es complaciente
ni se sale de la lógica cotidiana. El reparto está muy bien seleccionado y cada
actor o actriz (todos novatos o de fama teatral) resulta adecuado (y hasta simpático) para su papel; y hay una agradable sorpresa cuando aparece un sacerdote jesuita interpretado por nuestro cineasta nuevoleonés Gabriel Nuncio. El también productor
y compositor Benny Ibarra es natural y la conductora Bracamontes está contenida
como actriz.
Mención aparte la tiene Héctor Bonilla.
El propio actor comentaba en una entrevista que si los personajes caen en la
comicidad sin perder su carácter o si no se busca estupidizar a la gente,
entonces vale la pena este género de cine. Los avances de la película se tornaban sospechosos
porque no estaban contextualizados. Bonilla, como el severo Servando, lo va
creando y transformando a lo largo de la película. A los 77 años mantiene su
personalidad a pesar de las arrugas, con nostalgia por aquellos tiempos de El cumpleaños del perro, Matinée o María de mi corazón sin contar sus etapas creativas en la
televisión de los años sesenta y setenta, corroborando su calidad, mezcla de
galán y gran actor.
Las arrugas no han cancelado la apostura
y la gran calidad actoral
Y la película se va desarrollando sin
causar grandes carcajadas pero el espectador se siente a gusto, satisfecho de
que no le hayan lanzado el pastelazo a la cara, disfrutando de interacciones
humanas que no caen en el chantaje sentimental, sino que abrazan reflexiones
cotidianas, naturales para cualquier ser humano que filosofa de repente en el
sentido de su existencia. Tampoco cede a la tentación de los finales felices
forzados (aunque ningún final es feliz:
si es feliz no es todavía el final, como expresa el escritor Luisgé Martín
al término de su novela “El amor del revés”). La trama va dando giros cuando se
esperaba lo obvio (el espectador está a la defensiva porque sospechaba
inicialmente que sería una Higareda
comedy sin Higareda). Y así es el final de esta plausible, admirable cinta (que no es
perfecta ni obra maestra) que congela la imagen para indicarnos que la vida
continuará.
El realizador Raúl Martínez tuvo el pudor
de no abrigarse bajo el apellido de su dinastía
Martínez Solares. Aquí con Jacqueline Bracamontes.
Es la ópera prima de su realizador Raúl Martínez quien ha dirigido cortos y
videoclips previamente. Expresa que es hermano del connotado cinefotógrafo
Alejandro Martínez (quien trabajó en esa calidad en esta película), del cual
sabemos que es nieto del también prolífico fotógrafo de la época de oro del
cine nacional, Raúl Martínez Solares, a su vez hermano de Gilberto Martínez
Solares, quien fuera el eficiente realizador nacional descubridor de la mejor manera para
manejar a Tin Tan en su expresión actoral para la inmortalidad. Buen arranque: ojalá siga con
éxito y discreción en su carrera fílmica.