miércoles, 27 de septiembre de 2017

VALE MADRE



¡MADRE!
(Mother!)
2017. Dir. Darren Aronofsky.



         Ella (Jennifer Lawrence) despierta una mañana y busca a su marido (Javier Bardem), poeta que se encuentra con bloqueo creativo. Ella está reconstruyendo su casa que fuera quemada. De pronto llega un médico (Ed Harris) al cual el hombre permite entrar y quedarse. Luego aparece la esposa de este hombre(Michelle Pfeiffer). Posteriormente los hijos ya mayores de ambos que pelean por un testamento. Uno de ellos mata al otro. Vuelven a la casa para la velación que, de pronto, se llena de personas desconocidas que van destruyendo la casa. Finalmente, ante el caos, ella logra que se vayan. Esa noche tiene relaciones sexuales y queda embarazada ante el gusto, el desbloqueo, el éxito del poeta. Entonces inicia otra romería de personajes que llegan a la casa como admiradores del escritor, primero. Luego, transformándose en grupos de rebeldes distintos, vándalos, policías, víctimas. Ella da a luz su bebé que será sacrificado y comido vivo por los seguidores del poeta. Ella quemará la casa para morir y dejar su amor en forma de cristal al marido. Al día siguiente, otra mujer despierta una mañana…


         Así narrada, la película parece ser un caos y en realidad lo es. Una alegoría sobre el artista narcisista; una metáfora sobre las diferentes situaciones sociopolíticas; una mezcla de simbolismos religiosos que se confunden con la adoración al artista provocando su destrucción. Ella está intentando la construcción de un paraíso que terminará como sitio apocalíptico. Los personajes pueden representar a la violencia y el materialismo inherente en las generaciones presentes. El propio poeta disfruta de sus lectores, adoradores fetichistas. La destrucción se convierte en ritual que utiliza diferentes representaciones de muchos tiempos y tendencias. Ella se sacrificará para dejar la constancia de su amor al marido vampírico que lo requiere para alimentarse. Puede ser todo esto o nada. Es el tipo de cinta caótica y pretenciosa que produce la fácil salida de que “cada espectador debe darle la interpretación que mejor le acomode” cuando en realidad nada queda claro y todo se torna infierno sobre la tierra y disgusto para el espectador.


         La cinta no se decide a ser cine de horror o comedia absurda. La llegada de nuevos personajes a casa ante la perplejidad de la protagonista mueve a risa. Los excesos de los invasores de casa mueven al disgusto. Aronofsky es tan complejo como absurdo y tal parece que eso es lo que hace que sus admiradores sean los jóvenes inmersos en el nihilismo contemporáneo. Luego de su ridícula manipulación sobre la esquizofrenia (El cisne negro) pasó al gran espectáculo aburrido e incoherente basado en una leyenda de la Biblia (Noé) para demostrar la angustia existencial del personaje prelapsario como símbolo del hombre contemporáneo. Ahora no es época inocente: es un remedo del paraíso que se torna perdido por el amor unilateral siempre bloqueado por circunstancias exteriores.


         Tanta pretensión, tanta grandilocuencia y ruido, tanta invitación a la “interpretación” personal llegan a cansar. Si le añadimos que ninguno de los personajes resulta empático y que aquél que representa Lawrence es plano, sin desarrollarse jamás, estamos ante otra de las peores películas del año.