¿QUIÉN MATÓ A LOS PUPPETS?
(The Happytime Murders)2018. Dir. Brian Henson.
En un Los Ángeles distópico conviven Puppets (marionetas de
peluche) y seres humanos. Estos últimos desprecian a los primeros y existe cierto
racismo generalizado. El investigador privado Phil Philips (voz de Bill Barretta,
genial) empezará a investigar los asesinatos paulatinos del elenco de un viejo
programa de televisión junto con su antigua compañera que era su pareja
mientras fue el primer y único policía puppet en la ciudad, hasta que cayó en
desgracia. Al mismo tiempo, recibe la visita de una mujer que le pide
investigar un chantaje del cual está siendo víctima. Todo se irá concatenando,
además de revelarse secretos del pasado.
Dirigida por el hijo de Jim Henson, creador de los
popularísimos Muppets, tenemos una
película que va más adelante en audacia. Sin utilizar a los personajes
inocentes de la serie original, la cinta nos cuenta una trama de cine negro,
con muñecos y seres humanos que abusan de las palabrotas, del consumo de drogas
y de las perversiones sexuales. Lo mejor de todo es que dentro de su
vulgaridad, logra convencer por la gracia de sus actores humanos y la perfecta contraparte
de villanos y seres negativos a través de los muñecos. Es chocante para el
espectador no informado de lo que va a ver y de ahí, tal vez, la incomprensión
con la cual ha sido recibida. Al no ser una cinta para niños se ha podido disfrutar
sin doblaje, con las voces originales: su carga irónica es extrema y uno no
puede más que soltar la carcajada… si se tiene idea de los antecedentes
fílmicos.
Y es que la trama nos lleva a Sam Spade de El halcón maltés, con investigador
endurecido y secretaria avezada en los negocios de su jefe, aunque puesto al
día y sin censura. Nos muestran tiendas de sexo y cabarets de bailarinas de
tubo. Hay relaciones sexuales extremas y el vocabulario con groserías peca de
excesivo. Si a esto se le añade a Melissa McCarthy, como la compañera policial,
con su enorme carisma que se impone siempre, aún en sus peores películas,
estamos ante una cinta bastante heterodoxa e iconoclasta pero plena de gracia. No
es posible contar más sin revelar situaciones sorpresa, pero las descripciones
no podrán jamás igualar a las imágenes.
La idea no es nueva: ya se había producido una comedia
musical en Broadway, que luego fue traducida e interpretada en otros países, donde
los actores utilizaban a estos muñecos para seguir la acción, con vulgaridades
en libreto y canciones. A nivel de caricaturas animadas, los antecedentes
pornográficos o audaces se pierden en la noche del pasado. Es refrescante ver
esta cinta que, de todas maneras, es otro paso adelante en la ruptura de tabúes
o zonas de respeto. Uno tendrá sus restricciones ante la falta de respeto que ahora es rampante en todo el mundo, pero es otro reflejo de la
realidad. ¡Y uno se divierte mucho!