lunes, 3 de febrero de 2020

GRACIOSA Y ELÍPTICA


DOLITTLE
2020. Dir. Stephen Gaghan.
         Alejada de la comedia musical de 1967 que fue un gran fracaso taquillero y fue hundiendo a la Fox: mucho más distante de las comedietas tontas con Eddie Murphy que solamente abusaban del hecho del habla de los animales, estamos ante una encantadora creación del personaje con triste historia de amor que al final de cuentas llevará al perdón, a la redención y al triunfo, como cualquier historia fantástica que se respete.
         El Dr. Dolittle era un portento de sabiduría, de conocimiento de la fauna, de bondad hacia sus semejantes, al grado que la Reina de Inglaterra le otorgó un gran espacio para que mantuviera a sus animales y diera servicio a las mascotas de los humanos, apoyado con sus fieles amigos: un orangután miedoso, una cotorra sabia, un oso polar friolento, entre muchos otros. Al perder a su mujer en una aventura, donde partió solitaria, que le llevaría a otro gran descubrimiento, llegó la melancolía, la indiferencia, el encerramiento. Ahora Dolittle vive jugando ajedrez y pasando los días con una barba crecida, sin bañarse, confinado en su casa. Todo termina cuando llegan a visitarlo la doncella Lady Rose, confidente de la Reina Victoria, quien ha caído misteriosamente enferma, para pedirle que vaya a hacerle una consulta; por otro lado, el joven Stubbins, renegado cazador, quien, por un fallido disparo a instancias de su tío, ha herido a una ardilla y quiere que Dolittle lo salve. La amenaza de perderlo todo si la Reina muere, hace que Dolittle entre en razón (y de paso salve a la ardilla).
         Esto hará que Dolittle se embarque en busca de una extraña fruta y tenga que enfrentar a un malvado rival: Y eso hace que la cinta arranque. La película es un dechado de imaginación y de personajes graciosos. La relación entre ellos va conformando una fauna plena de alegorías del comportamiento humano con errores, defectos y virtudes. Los peligros harán que cada uno busque y encuentre la manera de sobrepasar sus limitaciones y supere sus defectos. El hecho de que podamos escuchar sus quejas, temores e ironías es lo que permite una gracia tranquila que provoca la sonrisa. 
Otra gran cualidad es que Gaghan y sus coguionistas están conscientes de que todo ya ha sido contado. Se juega con la fantasía, por lo que se pueden dar el lujo de la elipsis. La trama se siente apresurada, pero era necesario: ya se sabe que acortar distancias resulta en mayor agilidad. Estamos ante una cinta que dura apenas 100 minutos (contra la musical con Rex Harrison que se sentía eterna con dos horas y media) porque ya conocemos todo lo que hay en medio de una travesía: se muestran unos hechos y ya. Tenemos en cuenta que las soluciones ante dificultades van a ser con obstáculos y aquí se tornan obvios. Y en medio de todo, está Robert Downey Jr. Su acercamiento al personaje es equilibrado y pleno de gracia. Su autocompasión se destruye y su aprendizaje de vida le devuelve la esperanza… El espectador se contamina: felicidad.
                
Stephen Gaghan, director