LITTLE JOE: LA FLOR DE LA
FELICIDAD
(Little Joe)
2019. Dir. Jessica Hausner.
Alice (Emily Beecham, mejor actriz en el Festival de Cannes) es una biotecnóloga británica que ha creado una flor genéticamente, semejante al nenúfar, con pétalos largos, delgados, aglomerados, de color rojo intenso. Su finalidad consiste en que, al oler el aroma, se produzca una oxitocina que cause sensación de felicidad en las personas. Cierto día toma una de ellas y la lleva a su casa donde siempre la espera su hijo, el preadolescente Joe (Kit Connor), por lo cual le dice que la flor se llamará Little Joe. Alice está divorciada, dedica mucho tiempo al trabajo, por lo que descuida al siempre afable Joe. En otro momento, una compañera de trabajo, la neurótica Bella (Kerry Fox, la esposa infiel de Intimidad), quien acaba de retornar a labores luego de haber sufrido un quiebre emocional, se da cuenta de que su perro, anteriormente cariñoso, ahora la rechaza luego de haber quedado encerrado en el laboratorio de cultivo de las flores. Al platicar con Alice, le revela que su perro ya no era el mismo, y que tal vez todo se relacionaba con la flor y el polen que suelta. Así, Alice inicia una etapa angustiante en su vida: siente que tanto su colega Chris (Ben Whishaw, en otro rol distinto y siempre perfecto) como Joe, muestran cambios. Aparentemente, todo sigue igual, aunque hay pequeñas variaciones y reacciones extrañas. Siente que el virus modificado para crear a Little Joe afecta al cerebro…
Esta coproducción entre Alemania, Austria y Gran Bretaña fue filmada antes de la pandemia. Resulta curioso, y futurista aparte de angustiante, escuchar sobre virus que mutan, el uso de mascarillas y la posible “infección” masiva. En realidad, este inteligente, cerebral, guion, filmada con una bien cuidada producción que ofrece ambientes con colores vivos y brillantes, nos lleva hacia el deseo de una utopía: ante la insatisfacción que se vive de manera cotidiana, debe de encontrarse alguna fórmula para alcanzar la felicidad que, no debería requerir de un incentivo ni de un sustituto. El sentido de paranoia que Bella inyecta a Alice hace que todo se perciba diferente, aunque, al estar en la edad de cambio, el preadolescente Joe se encuentra en un proceso de desarrollo. Alice, al ser una mujer muy entregada a su trabajo, descuida la compañía y el trato cotidiano, natural, que debería darse con su hijo. Contra esto, la contrastante actitud del perro hacia Bella, bien podría ser otro tipo de cambio en la mascota. La realizadora Hausner no intenta explicarlo de alguna manera racional, sino que deja la puerta abierta para que el espectador forme su propia historia. La planta produce felicidad y, a cambio, pide a sus dueños que la cuiden y hagan un frente común social. O todo queda en la imaginación enfermiza que contamina a otros. O simplemente, que cada quien pueda manejar su propia felicidad de la manera en que le parezca más satisfactoria, quizás hasta “conversando” con sus flores.
No
puede uno dejar de lado la referencia de Muertos vivientes (Invasion of the Body
Snatchers, 1956, Don Siegel o las diferentes versiones posteriores de
Kaufman o Ferrara) donde, en su momento, la invasión alienígena que usurpaba
cuerpos, era metáfora de la amenaza comunista en plena Guerra Fría, pero que
luego iría tomando otros significados en cuanto a cualquier otro tipo de ataque
inesperado o cambio social. Aquí, sin embargo, no hay nuevos seres humanos en
cuerpos creados, sino una actitud distinta, una modificación en la manera de
pensar porque la sensación feliz hace a las personas más libres, prácticas y
protectoras entre ellas: en pocas palabras, un cambio de mentalidad. La
evolución de Alice la lleva a convencerse a sí misma de no haberse dado
cuenta de los cambios a su alrededor, aparte de los suyos propios. Tal vez todo
haya sido una fase pasajera de sus circunstancias de vida o una falsa imagen que se ha creado de ella misma.
Al final de cuentas, lo que importa es ser feliz.