miércoles, 11 de agosto de 2021

PADRE E HIJO

 

AMOR A LA ITALIANA
(Made in Italy)
2020. Dir. James D’Arcy.

         El joven Jack (Micheál Richardson) dirige una galería, que pertenece a sus suegros, en Londres, y se está divorciando. Su esposa le enfatiza que si desea continuar con el negocio deberá comprársela. Como es importante para Jack, decide buscar a su padre, Robert (Liam Neeson), del cual se ha alejado por años, para pedirle que vendan una casa que ambos poseen en la región toscana, y de esta manera conseguir dinero. Aunque inicialmente hay reticencia, el padre acepta acompañarlo hasta Italia para revisar la propiedad que encuentran en muy malas condiciones. Deciden empezar a repararla. El estar cerca, además de otras circunstancias que suceden, hace que se vayan revelando los motivos de su distanciamiento… Una trama muy simple, bastante esquemática, sirve como base para la ópera prima como director, del actor, y también guionista, James D’Arcy.

         Esta película pertenece a un género que mezcla melodrama con humor, pero que sucede en un mundo idílico, fuera de la realidad (o más bien, una realidad que ya se está aniquilando, desgraciadamente). El pueblo italiano donde se encuentra la propiedad es perfecto. Es verano y, cierto día, colocan una pantalla en la plaza para exhibir clásicos del cine nacional italiano (en este caso I basilischi, de Lina Wertmüller, 1963). El restaurante local está usualmente lleno de parroquianos y pertenece a Natalia (Valeria Bilello), que se tornará en nuevo objeto amoroso. La casa se repara con el dinero que, en principio, era escaso, y que, en principio, hubiera servido para que Jack lo utilizara. Hay una corredora de casas, Kate (Lindsay Duncan), quien primero resulta muy exigente, pero luego va adecuándose a los hechos y a la realidad de sus dueños. Tal parece que no hay cambio climático, y que el mundo y el tiempo se detienen en dicho espacio: una hermosa fantasía que se rechaza inicialmente, pero que era necesaria para situar la historia de un hijo alejado de su padre.

         Jack perdió a su madre siendo muy pequeño y su padre prefirió mantenerse a la distancia por cierto remordimiento. A lo largo del tiempo, su casamiento siendo muy joven, aparte del final de la carrera pública del artista, hicieron que cada uno se cerrara en sí mismo. Ahora será la oportunidad para que puedan conversar, si acaso en forma forzada, tal vez sin que sea la fórmula mágica para el perdón y el olvido. Lo que trasciende a una trama ya muy conocida (los pleitos entre padres e hijos) es que los intérpretes son el carismático Liam Neeson y su propio hijo en la vida real (Richardson), quienes también perdieron a esposa y madre (Natasha Richardson), aunque sin las consecuencias que se narran en esta película (y que ellos han aclarado vehementemente). Resulta una experiencia conmovedora por una cuestión metacinematográfica. Uno disfruta de padre e hijo (personajes), a través de ellos (actores y parientes). Richardson posee una belleza muy particular que le acerca a la dulzura de Natasha, su madre, y al porte de Neeson: al verlos de espaldas a ambos, es curiosa la semejanza.

         Sin embargo, la película no es más que otra trama melodramática con final esperado. Muy bella formalmente y muy predecible en trama. Nos transporta a esos mundos perfectos que disfrutamos en las viejas películas de Hollywood donde los pueblos norteamericanos eran el símbolo de la paz familiar o las ciudades europeas eran un remanso de exotismo romántico: en esos tiempos, a pesar de guerras y otros problemas, el mundo no estaba tan conectado y la ignorancia era mayor, además de la ingenuidad. Quizás, si se da un tiempo de escape de esta realidad covid, plena de desastres ecológicos, pueda disfrutarla plenamente: tanto escenarios naturales como a sus bellos protagonistas.

Liam Neeson, Valeria Bilello, dirigidos por James D'Arcy