LA VOZ HUMANA
(The Human Voice)
2020. Dir. Pedro Almodóvar.
Sin dejar de recordarnos que estamos en un estudio de cine, con una escenografía que denota a un modernísimo departamento, además de utilizar colores primarios, con perfecto gusto, que nos recuerdan al Technicolor de los años cuarenta y cincuenta, el de las comedias musicales de la Fox o los melodramas de Douglas Sirk (al cual rinde homenaje mostrando los DVD de Lo que el cielo nos da o Palabras al viento), Pedro Almodóvar realiza un cortometraje que finalmente materializa a sus propias referencias: el proyecto de montar el monólogo La voz humana en La ley del deseo (1987) o el innegable acercamiento de la amante repudiada en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) que utilizaba y destrozaba al teléfono donde ocurría una conversación. En este caso, una mujer (Tilda Swinton) desespera porque luego de tres días no le ha llamado su amante quien la abandona luego de cuatro años de relación. Toma píldoras para dormir, despierta, mete la cabeza a la regadera, antes de que suene el teléfono y comience todo un proceso de mentiras y justificaciones con toda dulzura para irse transformado paulatinamente en reproches, verdades, ira y luego la aceptación de que todo ha terminado para poner un punto final. A su lado, un perro que extraña al hombre pero que protege a la mujer, como si comprendiera su angustia.
Nunca se pierde el estilo: desde los créditos donde elementos de ferretería representan a las letras que muestran título, actriz y director hasta esos colores brillantes, con los cuales Almodóvar viste a la Swinton con diversos cambios de atuendos en estos escasos minutos. La vemos con un elegante y amplio vestido rojo y ella, ante su inquietud, se mira vestida de negro, ajada, triste. El ambiente es artístico con las referencias visuales de películas, libros, cuadros sobre las paredes, además de insinuar que la mujer es actriz o modelo. Un balcón, pleno de flores y plantas, que da hacia el set cinematográfico. Así como de repente la mujer pasea dentro de su espera o su conversación fuera de las paredes artificiales, habrá oportunidad para acostarse sobre el lecho, prepararse un café expreso, o simplemente estallar enojada para destazar metafóricamente al amante. Su cámara la sigue en su intranquilidad, se acerca o aleja dentro de la calma, permite el reflejo de las emociones gracias a esa mujer cuya palidez y melancolía la tornan atractiva para sus trabajos. La mujer indica que conoce perfectamente las reglas de juego y la ley del deseo. Es notorio que Almodóvar ofrece instrucciones de desempeño, pero deja libre a su actriz para que comunique sus emociones.
Al inicio del cortometraje, la mujer va a una ferretería acompañada de su perro y compra un hacha. La visión de esta herramienta servirá para poner al espectador en alerta: ¿cuál es la función de un hacha sino cortar, desatar, destazar? ¿Qué le quedará a la amante abandonada sino resignarse a la pérdida del amado? Abiertamente se indica que es una adaptación libre del monólogo de Jean Cocteau (que en 1948 interpretó Anna Magnani en uno de los episodios de El amor, dirigida por Rossellini) por lo que cabe esperar un cierre a la altura de su realizador (quien jamás negará la teatralidad): la sorpresa, el giro inesperado, pero nunca el sometimiento. En treinta minutos, una trama ya superada, previsible, efectista, originalmente trágica, sufre un giro que la revitaliza y nos descubre otra dimensión, otro retrato de mujer.
Tilda Swinton y su director