lunes, 28 de septiembre de 2009

LOS FEOS (1)





La reciente revisión de “El llanto de los pobres” (Rubén Galindo, 1976) donde el feísimo, rechoncho, chaparro Cornelio Reyna (1940 - 1997) se convertía en objeto amoroso para dos bellas muchachas me impulsó a escribir una serie de entradas acerca de los hombres poco agraciados físicamente, tanto en rasgos faciales como cuerpos, que se han convertido en estrellas del cine mexicano e, imagino, tortura para sus compañeras de trabajo al tener la perspectiva u obligación de besos o caricias.

Para ello, primero tomo prestadas varias definiciones y referencias acerca de “la fealdad”: la palabra feo viene de “feodus” que significa fétido o impuro, por lo que su relación tiene que ver con el sentido del olfato, mientras que “belleza” se relaciona con armonía, bondad, forma (de ahí “hermoso”) más dirigida hacia los sentidos de la vista, el oído, y con mucha más suerte en la vida real: el tacto y el gusto. La fealdad es el alejamiento del canon de belleza: aquellas características que una sociedad considera convencionalmente como atractivo o deseable.

En el cine se estableció dicho canon con gente magnética, aquella que la cámara traducía como ejemplo de perfección. Bellos eran los hombres y las mujeres que despertaban pasiones, convencían como seres seductores, poseían los rasgos delicados que se sentían armónicos, los cuerpos esbeltos (o fornidos pero deseables). Así eran los galanes: jóvenes atractivos por las bondades de la edad; maduros que desprendían un poder, una experiencia amatoria, una promesa de placer y amor sin igual.

El cine mexicano fue conformando su propio canon con el paso del tiempo. De hombres que solamente tenían experiencia actoral (Julio Villarreal, Domingo Soler, Juan José Martínez Casado, quienes luego se tornaron característicos) se fue creando poco a poco al galán atractivo (Pedro Armendáriz, Rafael Falcón, Arturo de Córdova, David Silva, Pedro Infante, Julio Alemán, Joaquín Cordero, Jorge Rivero, Fernando Allende) que convencía con sus promesas placenteras. Eran los hombres indicados para sus contrapartes, las actrices o estrellas, las mujeres hermosas, apasionadas, armónicas, sensuales, que cumplían con sus respectivas cualidades de belleza.

Sin embargo, he aquí que repentinamente llegaba el hombre feo, surgido por circunstancias especiales (la música, sobre todo) para ocupar un lugar en el cine y explotar esa área de oportunidad: el público asistiría para escucharlo y satisfaría la curiosidad morbosa de comprobar sus posibilidades histriónicas. Y ya entraremos en materia.

Aquí tenemos, como contraste, las fotos de David Silva (1917 - 1976), luego un anuncio con Julio Alemán (1933), el ojiverde Pedro Armendáriz (1912 - 1963) y la portada del disco que Jorge Rivero (1936) grabó, donde aparece dibujado, mostrando una estética de galán de historieta romántica.