EL VUELO DE LA MUERTE
Por fin pude conocer “El vuelo de la muerte” (Guillermo Calles, 1933) para seguir alimentando mi pasión por el cine mexicano de los años treinta. Es una cinta bastante curiosa que inicia en 1917 en Los Ángeles, donde las imágenes de archivo muestran automóviles más adelantados en sus modelos al año indicado para luego adelantarse en el tiempo y llegar a un 1932, señalado por un rótulo al cual se le empalma el 1933 que tal vez fue un error de edición, o un deseo de afirmar que la acción sucedería alrededor de esa época (sin olvidar que fue filmada precisamente en ese año, aunque en los créditos iniciales viene indicado con números romanos MCMXXXIV, quizás porque fue cuando se estrenó).
Como casi todo el cine mexicano primitivo, no deben considerarse las torpezas técnicas que, con todo y nada, son sorprendentes cuando hay despliegues audaces como las tomas aéreas o los trucos simples de imágenes de espejo. Las tramas deben tomarse en cuenta como parte de las inquietudes que los neorrealizadores y argumentistas imaginaban para explicar al mundo que los rodeaba: en este caso, la atmósfera mexicana con sus convenciones sociales y sus implicaciones morales.
Tal como lo deja imaginar el título de la película, la acción sucede parcialmente en el mundo de la aeronáutica; por otro lado está la música. La primera instancia permite tomas aéreas que dejan ver a un Distrito Federal inmenso pero todavía sin alcanzar la monstruosidad, con áreas verdes y arbolado. Puede verse al Monumento de la Revolución en construcción, además de la Catedral, el Zócalo con jardínes (aunque eso todavía podría verse en, por ejemplo, “Salón México, de 1948) y Palacio Nacional, aparte de Bellas Artes (a punto de ser inaugurado) con su aledaña Alameda frondosa. Por la segunda naturaleza del argumento, hay tomas externas e internas del Teatro Esperanza Iris, con escenografía barroca y telón de lujo con bordados que permitían identificar a las letras “E” e “I” para que sucedan algunos números musicales.
Guillermo Calles (1893 - 1958), de ascendencia tarahumara, fue pionero del cine nacional. En 1921 debutó con “De raza azteca” y filmaría otras cintas mudas. En 1929 haría “Dios y ley”, película sonorizada con discos. Hasta 1933 participaría con “El héroe de Nacozari”, luego apoyaría a Jorge Bell con “El pulpo humano” (debut de Sara García, cinta desaparecida por desgracia) hasta llegar a este “Vuelo de la muerte”, producida por Ramón Pereda (1897 - 1986) quien se había iniciado en el cine nacional también en la época silente (“Conspiración” de Manuel R. Ojeda, 1927) antes de partir a Hollywood donde participó en muchas cintas “hispanas” (producciones en idioma español, con actores latinos, de éxitos de Hollywood) para adquirir renombre y luego volver a México donde comenzó como actor en 1933 con “La llorona” (Ramón Peón) al lado de su esposa, la actriz Adriana Lamar (1908 - 1946) quien debutó precisamente en esa cinta mencionada para continuar, a lo largo de la década (y mitad de la siguiente), con muchos otros títulos antes de que falleciera repentinamente, por enfermedad, a principios de 1946.
Esta película fue la primera producción de Pereda Films. En los créditos se agradece la “valiosa cooperación del H. Cuerpo de Aviación Mexicana”, así como a la “Orquesta Típica de Policía bajo la dirección de M. Lerdo de Tejada”. Se indica que el cuerpo de baile era dirigido por Manuel Sevilla (interpretan un número folklórico mexicano durante el debut del personaje de Adriana Lamar, vestida al estilo Lucha Reyes con sombrerito charro y vestuario semejante al de china poblana, con mucha lentejuela; algo que debe indicarse como curiosidad es que todo el cuerpo de baile estaba conformado con mujeres vestidas precisamente como charros y como chinas poblanas) y que la “Rapsodia mexicana”, interpretada en el mencionado Teatro Iris, fue arreglada por el maestro Federico Ruiz. Adriana Lamar tenía una vocecita entonada pero nada destacable ni melodiosa, pero fue otro producto del amor (tal como haría Juan Orol con María Antonieta Pons y posteriormente el mismo Pereda al desposarla en 1948).
La trama es muy simple, debida a la pluma del zacatecano Guz Águila (Antonio Guzmán Aguilera, 1894 - 1958) cuya primera incursión en el cine había sido con la mencionada “Llorona”, luego de haberse dedicado mucho tiempo a la escritura de libretos para el teatro de revista y al cual le deberíamos el argumento de “La mujer del puerto” (Boytler, 1933) y “Allá en el rancho grande” (De Fuentes, 1936), entre muchas otras películas. Se narra la historia de León (Pereda) y Adriana (Lamar) quienes se conocen desde niños. El padre de la joven lo había protegido al morir sus padres y apoyado a convertirse en aviador. Se daba como un hecho que se casarían, aunque la madre de la muchacha (Sara García, en su segunda película sonora) tenía otros planes. Adriana conoce en una fiesta al compositor Jorge del Moral (1900 - 1941, en su única película como actor; sus canciones estarán en el futuro en diversas películas y en la memoria colectiva) quien la alienta a cantar y descubrir en ella grandes dotes que la llevan a su debut teatral y éxito apoteósico. Va perdiendo su pasión por el piloto al irse enamorando del músico. Debido a una misión de búsqueda de unos aviadores españoles que se han perdido, León sufre un accidente que lo deja ciego y horriblemente desfigurado, aunque logra su objetivo y es felicitado por la diplomacia. Adriana se despide de la farándula y acepta casarse con el piloto, sacrificando su amor. En la noche de bodas, ella tiene miedo cuando León se acerca con ella. Solamente le pide un beso en nombre de su amor desde la infancia y ella acepta (“tu alma es digna de amor, soy tu esposa y mandas sobre mí”). León le da un casto beso en la frente (“Gracias, y ahora, adiós, adiós…). A la mañana siguiente, León va al campo de aviación y sube a un avión para dirigirse hacia el infinito. Ese será su vuelo de la muerte ante el cual se cuadran otros oficiales de la aviación.
Se nota el nacionalismo común en esos años y la relevancia del heroísmo que está vinculado con el sacrificio, incluyendo al amor. Desde niño, León, impulsado por los deseos del padre ya muerto, ha decidido seguir una carrera militar en el campo aéreo. Luego está el amor por la niña que le había mostrado afecto desde la tierna infancia: su casamiento se da como hecho, aunque sin imaginar que acechará otro romance. Finalmente viene el horror: su rostro desfigurado le hace consciente de la repugnancia que Adriana siente por él: no eran solamente los sentimientos, existe una discriminación física, sobre todo cuando hay otra posibilidad masculina para llenar el lecho. Se llega al matrimonio porque había que cumplir con el destino original, ya que si no fuera así, no podría comprenderse el desenlace. Un casto beso sobre la frente antes de la muerte: el sacrificio final que se advierte como otro acto heróico por los militares que rinden tributo a una decisión suicida.
Hay detalles visuales que se destacan. La mano del niño que levanta un avión de juguete se transforma en el piloto que baja de un aeroplano en el futuro. La atribulada cantante que deberá casarse contra su voluntad se mira al espejo y su imagen la refleja vestida de novia para dar rienda suelta al llanto. El maquillaje del hombre desfigurado está muy bien realizado y convence al mostrarse el susto y la posterior repulsión de la futura novia. La película está hecha con el lujo que podría esperarse de alguien con experiencia en Hollywood aunque con las limitaciones de estudios y equipos nacionales. No obstante, los vestuarios y las escenografías (la recámara de la noche de bodas tiene un arco circular con cortinas de gasa) llaman la atención. Adriana Lamar viste modelos muy sofisticados y llamativos.
Por otro lado está el reparto. La veracruzana Sara García (1896 - 1980) ya mostraba su cuerpo regordete, aunque tenía menos años que aquellos que la tornarían en madre y abuela a partir de la década siguiente. Aquí aparece con vestuarios elegantes y cabellos negros, aparte de mostrar su vis cómica con juegos de palabras (“Guadalupe, la chinampa”, en vez de “chinaca”; “quiero que mi hija sea diputada: la casaré con un diputado”). El madrileño Julio Villarreal (1885 - 1958) ya había salido en otras películas y aquí aparece en un rol pequeño aunque con su evidente gran personalidad.
“El vuelo de la muerte” fue la vigésimoquinta película mexicana con sonido directo filmada en nuestro país. Luego de “Santa” (1931) y las seis cintas de 1932, forma parte de las 21 películas alcanzadas en 1933 cuando ha crecido la producción y ya se piensa en el cine como negocio (y se mantendría ese promedio de películas anuales en los tres años siguientes). Luego de ella se filmarían nada menos que “La mujer del puerto” (Boytler), “La sangre manda” (Bohr) y “El compadre Mendoza” (De Fuentes) para cerrar ese espléndido año.