domingo, 15 de abril de 2012

FANTASMA DEL PASADO


ANA KARENINA
1967. Dir. Aleksander Zarkhí

            León Tolstoi (1828 – 1910), gran novelista del realismo ruso, es recordado por dos novelas que usualmente se mencionan, se conocen por sus versiones fílmicas, pero es bastante raro encontrarse con alguien que afirme que las ha leído: “Guerra y paz” (hay una versión norteamericana, King Vidor, 1956; otra soviética de Sergei Bondarchuk, 1968) o “Ana Karenina” (múltiples versiones: dos con Greta Garbo donde una es muda, “Love”, en inglés, Edmund Goulding, 1927; y la otra sonora, pero todas tienen el mismo título en español, Clarence Brown, 1935; una delicia con Vivien Leigh en la versión de Julien Duvivier, 1948).


    
        Si Tolstoi fue tolerado por la Rusia soviética y estalinista, se debió a su crítica anárquica y revolucionaria. Su atención a los campesinos. Su cuidado hacia los mismos: fundó escuela y fue maestro, aunque era terrateniente. “Ana Karenina” es una crítica a la sociedad aristócrata de la época zarista: su hipocresía y conveniencia, una doble moral dependiendo de la persona, una religiosidad aparentemente profunda sin dejar de lado la superstición. Junto con “Madame Bovary” de Flaubert, tenemos otro retrato brillante de la mujer adúltera, prisionera de la pasión, con la conciencia obnubilada hasta que llega el remordimiento y, por ende, la muerte.

            En los años sesenta, por la calle de Escobedo esquina con Modesto Arreola, estaba la oficina de una institución que propiciaba el intercambio cultural entre la Unión Soviética y México. Aparte de que distribuía publicaciones y revistas de diversas especialidades, vendía estampillas para aficionados a la filatelia y ofrecía información para becas de estudio en las repúblicas que conformaban a la URSS. Me acuerdo, sobre todo, de que estaban expuestos los requisitos para ingresar a la Universidad Patricio Lumumba en Moscú que echaban a volar la imaginación de quienes éramos todavía estudiantitos de secundaria con ansia de mundo, independientemente de cuestiones sociopolíticas. Las publicaciones eran muy económicas y podía conseguirse, por ejemplo, un libro introductorio al idioma ruso donde uno entendía, al menos, los significados del alfabeto cirílico, para no poder seguir adelante sin la tutoría adecuada.

(una edición de 1971)
            Las revistas que nos interesaban eran “Literatura soviética” donde uno podía leer las creaciones de los autores de boga de esos lugares, pero, sobre todo, estaba “Films soviéticos”. En uno de sus números (que no llegaban puntualmente: lo usual eran varios meses de retraso) nos enteramos de la versión a todo lujo, en 70 milímetros y larga duración de una “Ana Karenina” dirigida por un tal Aleksander Zarkhí.

(Zarkhí)
       La intérprete nos era cercana porque había sido la actriz de “Cuando vuelan las cigüeñas” de Kalatozov (1957) que pudimos conocer gracias al Cineclub del Aula Magna (otra de nuestras universidades fílmicas en esos años lejanísimos de las videograbadoras Beta y lo que ha ocurrido desde entonces). Se llamaba Tatiana Samoilova y había ganado mención en Cannes, lo mismo que la película.

 

            Igualmente lejana estaba nuestra visión de esta “Ana Karenina” hasta que el maravilloso DVD nos la facilitó con el esplendor de la pantalla ancha (y de todas maneras, muchas otras películas de las que nos enteramos en esa revista, se quedaron en el pasado y en sus países socialistas, con excepciones obviamente que se han podido rescatar dentro de nuestras posibilidades). Uno se topa con una versión muy cuidada y respetuosa de la obra de Tolstoi con un elenco de calidad, adecuadísimo físicamente, con la distancia y frialdad natural en el romanticismo del cine soviético.
            El realizador Zarkhí tenía sesenta años y una experiencia que rebasaba las tres décadas filmando dentro de una cinematografía subsidiada, con elencos y técnicos que egresaban de academias e institutos de cine y teatro. Solamente algunas películas eran para exportación y la censura era estricta para discurso y temas. No era raro que algunas películas fueran estrenadas y luego retiradas de exhibición porque no habían gustado finalmente a alguna autoridad. Entonces se nota el cuidado técnico y una forma académica de filmación. “Ana Karenina” era un asunto prestigioso y sería enviada al mundo. Se produjo de 1964 a 1965. La filmación comenzó en 1966 y la película se estrenó a finales de 1967 para pasar a festivales y estrenos diversos en otros países entre 1968 y 1970 (su paso por Cannes se frustró ya que en 1968 se canceló el Festival debido a las revueltas juveniles. En México se exhibió en la última Reseña de Acapulco en 1968 y se estrenaría en el DF en 1969; si acaso llegó a Monterrey no la recuerdo o pasó de manera subrepticia).


            “Ana Karenina” es fiel a la novela y dura 145 minutos, dividida en dos partes. Se narra la llegada de Ana a Moscú donde conoce al Conde Vronski (Vasili Lanovoi, excelente) que será su objeto de pasión.

(Vasili Lanovoi)


Ana está casada con Karenin, político, de posición acomodada (Nikolai Gritsenko, otro actor espléndido) quien primero tolera la infidelidad, hasta que el cinismo de la situación (Ana queda embarazada por su amante) lo torna duro y la repudia.

(Nikolai Gritsenko)

También se pone atención a un segundo personaje importante, Levin (Boris Goldayev), alter ego de Tolstoi, al mostrarlo interesado en el amor por su mujer, la atención a sus colaboradores campesinos y sobre todo, su religiosidad: hay una larga secuencia que muestra su matrimonio con detalle, algo insólito para esos tiempos de represiones.
(Boris Goldayev)

            El fotógrafo Leonid Kalashnikov filmaba apenas su tercera cinta, gran responsabilidad por los 70 mm, pero que deslumbra. La producción conformó casas laberínticas; hay una secuencia donde Vronski participa en una carrera de caballos donde sufre un accidente y éste es fotografiado de manera impactante: uno imagina que el caballo verdaderamente se lastimó y tuvo que ser eliminado. Kalashnikov trabajaría con directores de la talla de Panfilov, Kalatozov o Tarkovski. Las escenas eróticas son pocas pero intensas. Por muchos motivos, la cinta posee cualidades que la acercan al espíritu de la obra literaria porque surge de su verdadera naturaleza nacional: una tesis muy utilizada en esos años sesenta cuando ocurrió el boom de diversas cinematografías en los festivales internacionales, cada una con sus propias tendencias y temáticas.



            ¿Alguien de mi edad se acordará de ese lugar que se asemeja con otro fantasma de mi pasado? Esa esquina de Escobedo y Modesto Arreola forma parte indirecta de la cultura fílmica que se propiciaba en la búsqueda constante del dato, el libro, el cineclub, la televisión, que iba construyendo y alimentando nuestras obsesiones y fantasías (¿cuándo veríamos esas películas?, ¿llegarían algún día?).