sábado, 29 de junio de 2013

EN FRAGMENTOS


GUERRA MUNDIAL Z
(World War Z)
2013. Dir. Marc Forster.

 




            Es bastante explicable que se haya filmado esta película sobre una pandemia de zombies si se toma en cuenta el éxito de la serie de televisión (“The Walking Dead”) y de la franquicia “Resident Evil” que ya va en su quinta cinta estrenada (y otra en producción).
 
 
Si aparte consideramos todo el conjunto de películas por quien ya ha sido nombrado “padre” del género, George A. Romero (“La noche de los muertos vivientes”, desde 1968 hasta “Supervivencia de los muertos vivientes”, en 2009)
 
sin irnos al pasado lejano que ya no le importa a las nuevas generaciones (por ejemplo, “Zombie” de Víctor Halperin, 1932, o “Yo dormí con un fantasma” de Jacques Tourneur, 1943)
 
 
se nota la atracción que se tiene hacia este personaje. Para cualquier espectador que le guste el cine de terror, sabe que es el eterno juego de la serpiente suelta en casa que siempre está al acecho. El suspenso es innato y cada sustito atrapa a todo aquel que grita o se estremece. Basta recordar esa obra maestra de Zack Snyder
 
 
inteligente relectura de la cinta de Romero (“El amanecer de los muertos”, 2004 sobre la original de 1978), para establecer parámetros y encuadres, imágenes y efectos que tienen validez y trascendencia con los públicos (como también ha resultado soberbia e ingeniosa la mencionada serie de cintas de "Resident Evil").
 
 


            “Guerra Mundial Z” es otra variación sobre un mismo tema. Esperábamos más de Marc Forster,  realizador de “007: Quantum” (2008) con su atmósfera adecuada para un James Bond cegado por el deseo de venganza y nos encontramos ante una cinta fragmentada, inane, de momentos, más que una totalidad. El joven que se transforma en zombie en un acercamiento de cámara o el científico desesperado por atrapar a su presa mientras castañetea sus dientes como infra Hannibal-Lecter; el avión que se convierte en orgía de muerte para obtener una solución inesperada (y alucinante); la torre de zombies que busca penetrar las murallas de Jerusalén. Estos son momentos muy visuales, muy indicativos de lo que pudo ser la película.

 


            Vuelve a revalorarse a la familia: el agente Lane (Brad Pitt) acepta una misión para resguardar a su esposa e hijos y las primeras escenas son de esa necesidad de supervivencia (por eso es la mejor parte de la cinta). Todo lo que viene después serán situaciones intercambiables y comunes del género.



            También sabemos que es una metáfora: “Y esto no fue el final”, comenta el personaje de Brad Pitt, aunque luego nos enteramos que se pudo tener una respuesta parcial a la infestación mundial. Dentro de la paranoia natural de los vecinos del norte luego de las Torres Gemelas, siempre se piensa en lo que pudiera acontecer con la población asiática ya sea Corea del Norte (por eso se imagina que todo inició en la vecina Corea del Sur) o Israel (amurallada y aparentemente segura hasta que se muestra la invasión de los no-muertos). De ahí que se ilustre una forma de exterminio de los indeseados: reunirlos en un estadio y disparar una bomba extrema.



            No es una película fracasada: es una película más; del montón: discurso triunfalista como advertencia. Hegemonía del ex agente de la CIA, tan inteligente para encontrar esa solución parcial. En lugar de los repartos con actores desconocidos o impopulares como en las cintas de Romero, se tiene a Brad Pitt (aparte productor), el cual, curiosamente, está rodeado de ilustres principiantes o secundarios que aparecen mínimamente (David Morse, por ejemplo). Es una cinta de personalidad (que ha demostrado sensibilidad en otros casos, como producir “El árbol de la vida”, por ejemplo) con sus aventuritas. Como le dije previamente: se siente fragmentada (igual que la mano que se mueve de un cadáver calcinado: no hay otra parte sustancial) y su eficacia es, por lo tanto, intermitente. Unos cuantos sustitos: mucho discurso supremo. Bostezos.

domingo, 23 de junio de 2013

MIGUEL MORAYTA Y EL MELODRAMA


MIGUEL MORAYTA
(1907 – 2013)


 
            La venenosa (Morayta, 1949) fue una película que me impactó al descubrirla por televisión durante los años ochenta. Había leído sobre ella a través de la “Historia documental del cine mexicano” de Emilio García Riera y como dato simple en “La aventura del cine mexicano” de Jorge Ayala Blanco. Entonces, otro de tantos huecos por rellenar en la falta de visión de títulos nacionales, acababa de ser eliminado en mi experiencia.

 
Siempre he destacado el monumental trabajo que realizó el crítico García Riera al sistematizar la información de la producción del cine mexicano desde sus inicios sonoros, pero nunca me convencieron sus comentarios a las películas: usualmente denigrantes y negativos, con un punto de vista “exquisito” y bastante cercano a la ironía que se suponía divertida e “inteligente” de quienes se sentían los dueños de la cultura nacional por esos tiempos de la primera edición de dicha enciclopedia histórica.

 
            Por desgracia fue, y ha seguido siendo, la única referencia utilizada siempre por cronistas, periodistas (reporterillos), críticos, historiadores (aunque estos  términos “profesionales” deben tomarse con suspicacia en muchos casos y ponerlos en tela de juicio). Aquí en Monterrey, había quien hacía comentarios previos a la proyección de cintas mexicanas. Más que análisis eran las lecturas, al pie de la letra: puntos y comas aparte de errores (que los tiene como el Internet al cual todos toman como acto infalible de fe), de esos escritos por García Riera y hasta daba la referencia de fechas de filmación y estreno en el Distrito Federal. Como consecuencia, se la consideró “especialista de cine mexicano” y (...) a mucha gente.

Lo anterior puede aplicarse en otras disciplinas y hemos sido víctimas de quienes pueden describirse como “engañabobos” o “apantallapendejos” (a mí me lo han hecho con pintura y música: no nos salvamos de fraudes). Lo comento porque esta situación local ocurría desde la ignorancia, aunque lo mismo puede extrapolarse con el propio García Riera desde el conocimiento de las películas, la sistematización de la información, aunque una visión bastante chata y limitada del material nacional cinematográfico. Fuera de Buñuel y algunos casos aislados (De Fuentes, Galindo, Martínez Solares, entre pocos), nada valía la pena y todo tenía defectos. Directores como Gavaldón,
Gómez Muriel, Urruchúa, no valían la pena (que es una blasfemia para quienes hemos visto sus cintas sin dejar de lado a otras cinematografías).

Por fortuna, el tiempo coloca todo en su lugar. Han pasado los años y ahora, al volver a revisar muchas de las cintas que establecieron a la industria mexicana del cine, gracias a las excavaciones arqueológicas de bóvedas, raros canales de cable o los discos versátiles digitales, se ha alcanzado la revaloración. Los hechos históricos y las circunstancias sociales alrededor de estas películas han permitido que se descubran otras aristas e infinidad de matices en argumentos que, vistos ahora, sorprenden por su audacia e ingenio.

 
            Miguel Morayta fue uno de los apestados en esa enciclopedia. Despreciado porque no tenía "inspiración", sin considerar la forma de filmar ni el discurso que era propio sobre novelas u otras fuentes, aunque fuera autor total. “Escrita y dirigida por Miguel Morayta” no queda fuera de su realidad filmográfica. Hay que ponerlo en su lugar.

 
            Hay una trilogía delirante del cine de pecado y bajos fondos, dirigida por Miguel Morayta, con la actuación de Leticia Palma, una hermosa personalidad que brilló en cintas nacionales por un corto lapso:
 
“Hipócrita” (1949)
“Vagabunda” (1950)
“y "Camino del infierno” (1950). 
 
Tramas donde había una mujer sometida a un hampón u otra con rostro desfigurado que era transformada en belleza absoluta, o víctima inesperada y tardía de la lepra. En todos los casos era el amor loco, más allá del amargo destino, lo que definía a las protagonistas. Solamente por estas tres cintas, Morayta  es un inmortal del cine mexicano.
 
 
            No obstante, antes de llegar a estos títulos, el realizador español Morayta, pariente de Franco, exiliado por estar contra su régimen, había practicado, cultivado, vivido el género. Su primera película fue “Caminito alegre” (1944) sobre ancianos que viven de ilusiones. Luego hizo (entre otros títulos que eran comedias), "Yo fui una usurpadora" (1945), “La hermana impura” (1947) para llegar a “La venenosa”.

 
            Tomemos un ejemplo ilustrativo con “Yo fui una usurpadora”: es  guión original de Morayta (apoyado por Zacarías Gómez Urquiza) tenemos la historia de un doctor que anhela el hijo que su mujer no puede darle por infértil (en realidad, ella está enferma del corazón y podría morir en el parto). Una enfermera se enamora del hombre y se le entrega. De pronto, ambas mujeres están embarazadas. El doctor abandona a la esposa y parte con la otra. La esposa tiene a su hijo y sobrevive. La amante pierde a su hijo y queda estéril. La ironía del destino es la que se repetirá en distintas películas como leit motiv del realizador. No hacían cine por hacerlo: era un negocio pero se tenía que convencer a un público.

            Y así podemos leer, revisar y seguir adelante con otros títulos del longevo Miguel Morayta, recién fallecido el 19 de junio pasado a los 105 años de edad (a punto de 106 en dos meses). Siempre le agradeceré “La venenosa”, que les mencioné al principio, basada en una novela erótica. ligerísima y protopornográfica del escritor denominado “El caballero audaz”, escrita en 1927,
 
que ocurre en el ambiente de un circo. Liana (Gloria Marín) se va dando cuenta que provoca la tragedia en los hombres que la aman o la desean. Así, un trapecista cae de las alturas para quedar impedido y hacer que ella lo sustituya aparte de volverse loco de amor; un domador de leones sufre un ataque que lo lleva a ser rematado por sus felinos; un ladrón es acribillado y ella llega a transfundirle sangre.

 
Una clarividente será la que le comente su realidad: hija de un fakir que fue maldito por sus colegas al haber caído a las tentaciones carnales. Por eso Liana provoca la destrucción y puede presentir el futuro
 
("para ti no existe el dolor ni el sufrimiento, tampoco el miedo... destrozarás a todo aquel que te mire con amor... eres como una serpiente venenosa...")
 
 
 Tristemente Liana comprenderá que el hombre que lleva su sangre deba suicidarse y dejar que el destino le salga al paso: camina alrededor del redondel de un circo mientras la sigue otro hombre que quizás la matará porque la palabra “fin” interrumpe la imagen…Para ello se ha alcanzado recrear una atmósfera de misterio y de mundos ocultos en otra de tantas cintas mexicanas que se distinguen por salirse de lo convencional: no será raro, entonces, imaginar que Liana se dirige a su propia destrucción: y si esto no es ironía, no sabría definirlo de otra manera... El melodrama alcanza otro grado de realización y narrativa...
 
Esta pasión y ambigüedad en situaciones, personajes y circunstancias distinguen también a la mencionada trilogía y anuncia futuros delirios (“Alma de acero”, “Morir para vivir”, “La mujer marcada”) dentro del género o en el cine de terror, intriga o la comedia pícara como fue su mediometraje final (“Los amantes fríos”, 1977). Es necesario rendir justicia en esta época cuando el cine mexicano de antaño ya solamente le importa a unos cuantos que hablan de los mismos títulos de siempre o de personajes que ya se tornaron "chic" (Tin Tan, El Santo, Mauricio Garcés, Piporro). 

 
Miguel Morayta (1907 - 2013) q.e.p.d.
Muchas gracias por su cine.


jueves, 20 de junio de 2013

INCOMPRENDIDA


EL HOMBRE DE ACERO

(Man of Steel)

2013. Dir. Zack Snyder.

 


            Lara da a luz a su hijo Jor-El. Su esposo Kal-El reclama al consejo del planeta que lo hayan llevado a su inminente destrucción. El general Zod intenta un triste y fallido golpe de estado. Kal-El logra enviar a su hijo hacia el planeta Tierra antes de que sea muerto por Zod quien luego es condenado al destierro. Así, el niño llega a su nuevo hogar.

 
            Para quienes fuimos fanáticos de la historieta surgida hace 75 años por DC Comics y que comprábamos a un peso, nueva, por Editorial Novaro, cada semana, nuestra estructura narrativa se encuentra alejada de esta oscura versión del realizador Snyder y podemos agregar que hasta de las cintas de Richard Lester con el querido Christopher Reeve.

 
            Ya en nuestro planeta, Kal-El se llama Clark Kent (Henry Cavill) y trabaja en diversos empleos (según se hace ver) donde, tiene que arriesgar su identidad y sus poderes ante el inminente peligro. Lo vemos como mesero, agredido por un pusilánime camionero y es bastante satisfactorio darnos cuenta que el héroe muestra la necesaria y justiciera venganza: destroza el tráiler del tipo, por lo que vemos que ha adquirido las emociones humanas.

 
            Nos damos cuenta lo que sufrió al no poder controlar sus poderes excepcionales siendo niño; el amor de sus padres lo hacen descubrir un proceso interno de aceptación. Sin embargo, no es de aquí ni de allá. Y esa es la gran cualidad de esta cinta donde, a través de efectos especiales, enfrentamiento con el resucitado Zod quien lo reclama porque es un ciudadano de su tierra, destrucciones apocalípticas que muestran a entes foráneos destrozando a una neoyorquina Metrópolis, Clark Kent aceptará que el pasado ha muerto apocalípticamente. No puede ser más “gringo” que haber nacido en Kansas.

 
            Entonces, al término de la cinta, la narración tomará el camino que otras lecturas le han dado naturalmente: su ingreso a la sociedad laboral de su nueva tierra, de su lugar de adopción, de sus orígenes granjeros. Luisa Lane sonríe de manera cómplice y uno, como espectador, piensa que todo lo anterior fue un simple pretexto visual para dar a entender ese arraigo, ese padre fantasmal, porque no puede ser tan tonta como dejarse engañar por unos lentes.

 
            También me doy cuenta de los motivos que mucha gente hable insatisfactoriamente de esta cinta: se esperaba la trama usual, se quería linealidad, no se deseaba pensar y tal vez se quería que los niños se emocionaran y se portaran bien por un rato. No sucedieron tales cosas y de ahí la frustración. Uno admira el riesgo que se tomó con esta película donde se gastaron tantos millones para que no se cayera en convencionalismos. Había una fuerte garantía: Zack Snyder
 
 
que cumplió con creces. Qué pena que a Ud. no le gusta y ni siquiera sabe encontrar las palabras para explicar los motivos...
           

martes, 11 de junio de 2013

LA VIDA NOS SUCEDE


UN AÑO AJETREADO
(Une Année Studieuse)
de Anne Wiazemsky.

Gallimard, 2012.
Anagrama, 2013.
 


            La actriz y novelista Anne Wiazemsky fue esposa del director Jean-Luc Godard por doce años. Su carrera fílmica comenzó en 1966 al protagonizar Al azar Baltazar (Au hasard Baltasar) de Robert Bresson, donde se trataba el abuso, en todos los sentidos, a través de una muchacha campesina y su burro.
La cinta fue aclamada universalmente. Bresson utilizaba actores desconocidos. Algunos de ellos seguirían adelante (muy notablemente Dominique Sanda) o quedaban en la única cinta. Anne Wiazemsky, como nieta del literato Francois Mauriac, había alcanzado esta oportunidad en 1966 sin pensar en una carrera cinematográfica. Seguía siendo una chica simple, de 19 años, estudiante del bachillerato.
 
 
            Sin embargo, siempre había tenido atracción por el cineasta Jean-Luc Godard. Alguna vez habían tenido acercamientos desastrosos por la timidez del director y la juventud de la muchacha. Alguien le sugirió que le escribiera una carta a la cual Godard respondió de inmediato. Había correspondencia amorosa pero ella era una chica estudiante, menor de edad, y él le llevaba 17 años. Estuvo
casado con la actriz Anna Karina, protagonista de muchas de sus cintas, y se encontraba en el punto alto de la fama. En 1960 Sin aliento había causado sensación y lo colocó entre los directores importantes de la Nueva Ola con una filmografía subsiguiente de reconocimiento. Cuando se relacionó con Anne, estaba filmando Dos o tres cosas que sé sobre ella
Anne Wiazemsky narra en este libro lo que sucedió entre el momento en que inició su relación con Godard, los obstáculos y alegrías que vivieron, el comienzo de su intimidad ante el rechazo de su madre y, por ende, de su conservador abuelo Mauriac. Igualmente, su ingreso en la Universidad de Nanterre para estudiar filosofía y el ofrecimiento de Godard para que interpretara La Chinoise. Por tal motivo aparecería en varias de sus cintas y con otros realizadores importantes: Pasolini (Teorema), Cournot (Los gauloises azules), Deville (Los libertinos), Tanner (El retorno de África), entre otras.
            El libro habla de este tiempo. Muestra a un Godard vanidoso (compraba un Alfa Romeo para impactar a la jovencita) y caprichoso   que abusaba de su posición importante como realizador para lograr ciertas ventajas. Además, confiesa la pasión que sentía por el cómico Louis de Funés que, por esos años, era popular en todo el mundo y denostado por la crítica. Resulta que el crítico, niño terrible de la Nueva Ola Francesa, reía con las boberías que la gente exquisita rechazaba.
            Como ejercicio que revela tiempos, sentimientos y situaciones, satisface la curiosidad del cinéfilo viejo (o del joven que gusta del pasado y la referencia): Aparecen Jean Pierre Léaud, Juliet Berto, Jeanne Moreau, como personalidades alrededor de ella. Como obra profunda de memoria, funciona para Wiazemsky como ancla sobre la tierra de lo que fue su antecedente romántico, su lugar en la historia (sin tener conciencia de ello) que apenas el tiempo da valor. La mera presencia en una película bressoniana y el estelar de otra cinta godardiana (en su tiempo más puro y esencial: luego fue el manifiesto político y el cine hermético) dan a entender, por medio de la experiencia de la Wiazemsky, que la vida nos sucede sin entenderla: solamente la reflexión, tiempo transcurrido, nos da la oportunidad de disfrutar, rechazar, tener vergüenza, sentir placer por todo aquello que nos pasó por cuerpo y alma. Un libro maravilloso.
Anne Wiazemsky en la actualidad, ganadora de diversos premios literarios, luego de una importante carrera cinematográfica.

 

miércoles, 5 de junio de 2013

EL GRAN FRACASO


EL GRAN GATSBY

(The Great Gatsby)

2013. Dir. Baz Luhrmann.

 


“En mis años más jóvenes y vulnerables, mi padre me dio un consejo que siempre ha dado vueltas en mi cabeza: ‘cuando sientas que vas a criticar a alguien’ – me dijo – ‘solamente recuerda que toda la gente del mundo no ha tenido tus ventajas’”… Así inicia la novela de “El gran Gatsby” y luego de ver la película de Baz Luhrmann uno tiene que hacer caso omiso: este australiano ha tenido todas las ventajas para filmarla (presupuesto, estrellas, lujo al por mayor) y merece todos los reproches del mundo.
 


Uno se pregunta los motivos para filmar otra versión de “El gran Gatsby” en estos tiempos. Quizás para subrayar la frivolidad humana y enfatizar la carencia de sentimientos y obsesiones como los que posee el personaje. Tal vez para recuperar un tiempo pasado que “no puede repetirse” como se dice en la misma película aunque se quieran construir las condiciones del ayer. O seguramente, para utilizar una época enloquecedora, plena de estilo, sujeta a derroche y tiempos óptimos para la economía, a pesar de la prohibición, para mostrar una reproducción de época sin mayor sustancia.
 


Al final de cuentas, es la historia del gran amor que un hombre sintió por una mujer que resultó ser estúpida y convenenciera. Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio) luchó por tener todo aquello que podría darle satisfacciones materiales a su adorada Daisy (Carey Mulligan); se involucró en actividades ilícitas para enriquecerse fácilmente; vivió con la obsesión de la mujer a la que adoró y abandonó para hacerse merecedor de ella, quien en lugar de esperarlo o entenderlo, se casó con un tipo tan frívolo y superficial como ella misma. Gatsby quiere que Daisy le diga, en su propia cara, que jamás amó a Tom (Joel Edgerton), su marido, porque esa es la idea que él ha forjado en su mente. De ahí que sea significativa la frase de Daisy al decir que amó a ambos. Entonces, ahora. Gatsby se sobresalta al escuchar que lo amó “también”.




Nick Carraway (Tobey Maguire) es el primo de Daisy y narrador de los hechos. Por él sabemos de los momentos íntimos: importantes para Gatsby, excitantes para Daisy, hasta que se confrontan con la realidad. Daisy buscaba revivir la aventura. Gatsby retornar al inicio y darle otro comienzo a lo que fue una relación interrumpida. Gatsby es un héroe trágico porque creyó en el amor y en su amada hasta el final: un tonto engañado, víctima indirecta de ese gran amor no correspondido.




En lugar de tener esa imagen del amor loco, Luhrmann ilustra todo con efectos especiales de mansiones casi irreales; coloca hip hop para darle un atractivo posmoderno y adecuado para los espectadores jóvenes que, seguramente, no se han metido a ver esta cinta: prefieren a “Rápidos y furiosos 6” (con toda razón); piensa que los excesivos vestuarios, el derroche visual, la moda replanteada permitirá que una sutil sensibilidad gay se apropie del estilo para trascenderlo en el siglo XXI cuando todo está tan alejado como hace casi un siglo y a nadie le importa. Estilo y forma sobre sustancia y fondo. No es la nueva lectura de un clásico literario; no es el punto de partida de nuestros tiempos apuntalada sobre una imagen retroactiva que nos devuelva al pasado que Gatsby anhela revivir.




 
Con Jack Clayton y Robert Redford como Gatsby (1974) hubo un personaje con aura de misterio (con la personalidad recia del actor), una Daisy fea (Mia Farrow) y tan ligera como su vocecilla chillona: ahora es un Gatsby vulgar que comete la estupidez de empaparse antes de reencontrar al amor de su vida, en una acción tan gratuita como inexplicable en un tipo que tenía autodominio. La música estaba compuesta por canciones populares del tiempo (“What’ll I Do?” de Irving Berlin o tangos ambientales): ahora es lo que importa en el momento y que, como las canciones de “Amor en rojo” serán tan intrascendentes como esa cinta misma.




Con Elliott Nugent y Alan Ladd como Gatsby (1949) hubo una traslación de la novela al cine negro de época centrado en las acciones delictivas del héroe cuya única debilidad era el amor pero agredía al pusilánime que lo enfrentaba: ahora es un Gatsby que ordena golpear impersonalmente a quien se atreve a retarlo. No hay más que unas imágenes del Gatsby de 1926 filmado apenas un año luego del lanzamiento de la novela donde se nota el lujo que había estado cercano como los cinco años de diferencia entre la separación y el reencuentro de Jay Gatsby con Daisy Buchanan. Quizás fue una representación de su actualidad.
 



¡Qué desperdicio!