GUERRA
MUNDIAL Z
(World War
Z)
2013. Dir.
Marc Forster.
Es bastante explicable que se haya
filmado esta película sobre una pandemia de zombies
si se toma en cuenta el éxito de la serie de televisión (“The Walking Dead”) y
de la franquicia “Resident Evil” que ya va en su quinta cinta estrenada (y otra
en producción).
Si aparte consideramos todo el conjunto de películas por quien ya
ha sido nombrado “padre” del género, George A. Romero (“La noche de los muertos
vivientes”, desde 1968 hasta “Supervivencia de los muertos vivientes”, en 2009)
sin irnos al pasado lejano que ya no le importa a las nuevas generaciones (por
ejemplo, “Zombie” de Víctor Halperin, 1932, o “Yo dormí con un fantasma” de
Jacques Tourneur, 1943)
se nota la atracción que se tiene hacia este
personaje. Para cualquier espectador que le guste el cine de terror, sabe que
es el eterno juego de la serpiente suelta en casa que siempre está al acecho.
El suspenso es innato y cada sustito atrapa a todo aquel que grita o se
estremece. Basta recordar esa obra maestra de Zack Snyder
inteligente relectura
de la cinta de Romero (“El amanecer de los muertos”, 2004 sobre la original de
1978), para establecer parámetros y encuadres, imágenes y efectos que tienen
validez y trascendencia con los públicos (como también ha resultado soberbia e ingeniosa la mencionada serie de cintas de "Resident Evil").
“Guerra Mundial Z” es otra variación sobre un mismo tema. Esperábamos más de Marc Forster, realizador de “007: Quantum” (2008) con su atmósfera
adecuada para un James Bond cegado por el deseo de venganza y nos encontramos
ante una cinta fragmentada, inane, de momentos, más que una totalidad. El joven
que se transforma en zombie en un acercamiento de cámara o el científico desesperado por
atrapar a su presa mientras castañetea sus dientes como infra Hannibal-Lecter;
el avión que se convierte en orgía de muerte para obtener una solución
inesperada (y alucinante); la torre de zombies que busca penetrar las murallas
de Jerusalén. Estos son momentos muy visuales, muy indicativos de lo que pudo
ser la película.
Vuelve a revalorarse a la familia:
el agente Lane (Brad Pitt) acepta una misión para resguardar a su esposa e
hijos y las primeras escenas son de esa necesidad de supervivencia (por eso es
la mejor parte de la cinta). Todo lo que viene después serán situaciones
intercambiables y comunes del género.
También sabemos que es una metáfora:
“Y esto no fue el final”, comenta el personaje de Brad Pitt, aunque luego nos
enteramos que se pudo tener una respuesta parcial a la infestación mundial.
Dentro de la paranoia natural de los vecinos del norte luego de las Torres Gemelas, siempre se piensa en lo que pudiera acontecer con la población asiática
ya sea Corea del Norte (por eso se imagina que todo inició en la vecina Corea
del Sur) o Israel (amurallada y aparentemente segura hasta que se muestra la
invasión de los no-muertos). De ahí que se ilustre una forma de exterminio de
los indeseados: reunirlos en un estadio y disparar una bomba extrema.
No es una película fracasada: es una
película más; del montón: discurso triunfalista como advertencia. Hegemonía del
ex agente de la CIA, tan inteligente para encontrar esa solución parcial. En
lugar de los repartos con actores desconocidos o impopulares como en las cintas
de Romero, se tiene a Brad Pitt (aparte productor), el cual, curiosamente, está
rodeado de ilustres principiantes o secundarios que aparecen mínimamente (David
Morse, por ejemplo). Es una cinta de personalidad (que ha demostrado sensibilidad
en otros casos, como producir “El árbol de la vida”, por ejemplo) con sus
aventuritas. Como le dije previamente: se siente fragmentada (igual que la mano que se mueve de un cadáver calcinado: no hay otra parte sustancial) y su eficacia es,
por lo tanto, intermitente. Unos cuantos sustitos: mucho discurso supremo.
Bostezos.