sábado, 17 de mayo de 2014

LA CRUELDAD DE UN TIEMPO

EL GRAN HOTEL BUDAPEST
(The Grand Budapest Hotel)
2014. Dir. Wes Anderson.



        Una delicia. Cine de alto nivel para todo público dispuesto a recibirlo. Una muchacha, en este tiempo, se acerca al busto esculpido en homenaje a un admirado escritor europeo y saca un libro de su bolsa que lleva el título de la película. La acción se va a 1985 cuando el propio escritor nos habla de la barbarie que ha asumido la humanidad y cómo los autores se alimentan de la gente, sus historias y sus palabras. Entonces comienza a narrar lo que le sucedió en 1968 cuando llegó al Gran Hotel Budapest en la antigua república de Zubrowka y conoció al dueño del lugar quien le contó cómo lo adquirió para que, entonces, la acción se vaya a 1932 y seamos testigos de las aventuras y acciones de M. Gustave, el conciérge extraordinario que lo mismo lleva una rígida disciplina que seduce y hace felices a las ancianas huéspedes del hotel.

Un espléndido Ralph Fiennes al lado del expresivo Tony Revolori


        Una de ellas fallece y en su testamento le deja un cuadro “Joven con manzana” que produce la ira del hijo de la mujer. Gustave es acusado de un crimen que no ha cometido y entonces comienza toda una odisea para demostrar su inocencia. Para ello, cuenta con la ayuda del joven botones del hotel, o sea Zero Moustafá (quien es el narrador ya mayor que está contando la historia al escritor) donde intervienen situaciones extremas, delirantes, barrocas, visualmente estremecedoras y apantalladoras. El humor es fino y al mismo tiempo, vulgar. El reparto es multiestelar, aunque muchas estrellas aparecen en roles pequeños.

Un humor fino que llega al absurdo... ¡y la vulgaridad!


        Lo que Anderson nos entrega en su octava película es su espléndida mirada y su especial estilo de imagen y puesta en escena. Todo se siente artificial y al mismo tiempo es real como reconstrucción de época. La película cambia de formato a lo largo de su duración: primero es panorámica normal para luego pasar a la pantalla ancha y cuando la acción se traslada a los años treinta, toma la forma llamada académica, la que se utilizaba en las proyecciones de ese tiempo.

El magnético Adrien Brody como hijo perverso que persigue al conciérge


        Al término de la cinta nos enteramos que se inspiró en los escritos de Stefan Zweig, un escritor austriaco que nació en 1881 y se suicidó en 1942, decepcionado por la persecución de los nazis ante su condición judía. Zweig fue prolífico autor de biografías espléndidas (“Fouché”, “Erasmo de Rotterdam”) y novelas que no han perdido su vigencia porque tratan temas que no pasan de moda (“La confusión de los sentimientos”, “Carta de una desconocida” o “Impaciencia del corazón”, entre varias). Si uno mira el retrato de Zweig podemos ver al personaje de Gustave en lo físico (Ralph Fiennes brinda una actuación magistral: un manejo del humor que pocas veces se le ha visto), aunque en realidad la cinta no se basa en ninguna trama de Zweig, ni en su vida, sino en los tiempos y épocas que le precedieron o fueron fijados en sus escritos. 

El aspecto físico de Fiennes se inspira en el escritor Stefan Zweig

         Zweig escribió su autobiografía llamada “El mundo de ayer” que fue publicada póstumamente y donde dejaba claro que fue testigo de la crueldad de su tiempo, aunque hablaba bien de otros tiempos y momentos en la vieja Europa. Anderson partió de esa actitud derrotada para hablar de una era, de las bondades, las riquezas y los placeres que fueron cortados de cuajo ante la guerra provocando la decadencia conformada por los poderosos que se aliaron con el nazismo o el fascismo general.

Stefan Zweig (1881 - 1942) captó a la Europa de la gran época en sus libros.
Luego denunció la crueldad de su tiempo, la persecución racial...


        Aquí tenemos un 1932 parte aguas, un heredero perverso, un hombre que hacía felices a las mujeres, un joven que se convierte en aprendiz de la dignidad y la disciplina. La película no presenta concesiones pero tiene un sentido del humor soberbio que llega al absurdo, aunque eso no es ajeno al cine de su realizador. Otra obra maestra en lo que va del año: un autor que recoge una tesis desoladora para crear una historia de amor con humor. Y no se queda en eso, uno siente el homenaje al cine de los años treinta, aquel que realizaban Lubitsch y Borzage. No cualquiera filma este tipo de película. No cualquiera lo percibe como debería recibirse. No cualquiera rescata el discurso de viejos escritores valiosos para tornarlos en reflejo de una realidad contemporánea. No importa mientras se siente el goce, el placer, el deseo de compartir una nostalgia inteligente para hablar de la decadencia en que vivimos, aquélla que tuvo un punto de partida sin sentirlo y que nos ha llevado al caos cotidiano que se arregla cuando se crea una película como El gran hotel Budapest para controlarlo.

Wes Anderson, director extraordinario