VIAJE
ALREDEDOR DE NINÓN
para Luis Martín.
Mi ejemplar de La aventura del cine mexicano de Jorge Ayala Blanco, editado por
Era, en su primera edición lleva la fecha manuscrita del 24 de diciembre de
1968, o sea que me lo regalé en esa lejana Navidad y creo que está entre los mejores
obsequios que he podido darme en la vida. Me abrió los ojos: fue la explosión
personal ante mi adorado cine mexicano que veía desde pequeño por televisión o
en las salas de cine, o leía en las revistas donde aparecían fotos, artículos o
novelizaciones ya fuera como fotonovela o dramatización.
El capítulo sobre el género cabaretil (titulado La prostituta) fue significativo. Se
hablaba de películas que, en su mayoría, no se exhibían por televisión y, en
esos años, pasaban como programas especiales en los cines de piojito (Lírico,
Alameda, Bernardo Reyes, previos a remodelaciones) a los cuales yo, por
supuesto, no asistía. No tenía conciencia de Ninón Sevilla.
Al disectar Ayala Blanco a Aventurera (Gout, 1949) abría todo un
mundo que le pertenecía a los asiduos admiradores de clase baja o media baja.
Al describir a Ninón Sevilla, rumbera que destacaba entre Rosa Carmina, María
Antonieta Pons o Meche Barba, utilizaba términos poco caballerosos: “Lo cierto es que Ninón Sevilla resulta
repulsiva si observamos su cuello corto y deforme, los hombros prominentes, la
procedencia efectivamente burlesca de sus gestos, su perfil aguzado de roedor y
la falta de distinción absoluta de todas sus facciones”. Luego cambiaba el
tono, bajo el mismo estilo, haciendo concesiones: “Lo cierto es que Ninón Sevilla resulta fascinante si cedemos sin
conceptualizaciones previas, de la manera más física que podamos, a la belleza
de esas piernas largas y perfectas, al imperio de esos enormes ojos de alienada
y a la sexualidad animal de esas sólidas caderas…”.
Para quien esto escribe, uno de los
objetivos primordiales, a partir de entonces, para que tuviera sentido su
existencia, fue buscar y descubrir Aventurera
en cuanto apareciera la oportunidad ya que pasarían muchos años antes de
debutar por televisión. Y meses después (1969) ocurrió: en el Cine Lírico se
anunció un programa triple, único día, como si hubiera sido programado por
abecedario, que incluía a Aventurera, Burlada y Coqueta. Se convirtió en tarde de facultad y luego cine.
Primero, la aventura de penetrar el legendario Lírico que había sido teatro de
revista y que uno imaginaba nido de ratas y malvivientes; luego, poder ver la
película.
Primero me tocó Burlada
en donde un número impactante era el baile de rumba en puntas de ballet por una
ignota y muy bien formada bailarina, mientras tocaba el piano Juan Bruno
Tarraza, para que se desarrollara la historia de un sinvergüenza que enamoraba
a dos prostitutas: una era la madre de la otra sin que ésta lo supiera. Las damas eran Mercedes Soler y Guillermina Grin; el seductor era Jorge Mistral. Pedro Vargas cantaba.
Luego
vino Aventurera que ya me sabía de
memoria por la minuciosa descripción de Ayala Blanco. Esa primera visión fue
arrebatadora y cada vez que me ha tocado volver a verla se repite esa emoción
del pasado. Ver la película en pantalla grande, en uno de esos jacalones de
antaño, fue una experiencia que nunca disfrutarían las generaciones posteriores
a la mía.
Y por razones de tiempo o circunstancia no fue el momento
para encontrarme con Coqueta (donde hubiera
visto a Ninón en su mayor acercamiento a la desnudez, pues en un número musical
aparecía vestida con una malla y solamente unos círculos negros cubriendo sus
pequeños senos). Tuve que esperar varios años para que apareciera en un VHS con
copia restaurada por la Filmoteca. Ni modo, así son los caminos del destino.
En el mismo libro de Ayala Blanco se
hablaba de la trilogía de cintas realizadas por el director Alberto Gout con el guionista Álvaro Custodio y la actuación de Ninón Sevilla. Se mencionaba a la
segunda cinta Sensualidad, (que
existía pero que igualmente tuve que esperar un tiempo para verla) aunque se
aseguraba que la tercera estaba perdida: No
niego mi pasado. A finales de los años ochenta, pude relacionarme con
PECIME (una sociedad que aglutinaba a los periodistas de cine y que tenía un
acervo de copias de películas) para rentarles películas que exhibí en el Cine
Club UDEM cuando Difusión Cultural estaba por la calle Vasconcelos en San
Pedro. En el catálogo estaba algo que no podía creer ya que se enlistaba a “No
niego mi pasado” en 16 mm. Cuando hablé con la encargada, le pregunté y repetí
y pedí que me asegurara que era esa película, me dijo que sí y tiempo después
me llegó en una copia nítida y maravillosa. Invité a mis colegas de esos
tiempos (el ya desaparecido Guillermo Cerda, Porfirio Rodríguez, Genaro Saúl
Reyes) a la proyección pública. Fue otro descubrimiento con la cubanísima Ninón
que iniciaba en Monterrey y quise hacerlos cómplices y testigos del privilegio.
Luego, años más tarde me siguió desconcertando que el mismo Ayala Blanco,
García Riera y De la Vega Alfaro, desconocieran esta película como lo afirmaban
en sus libros. A principios de este siglo la conseguí en un DVD norteamericano.
Siempre me ha quedado la incógnita de qué habrá pasado con el acervo de PECIME.
Entre sus joyas estaba el “Quinto patio” de Raphael J. Sevilla (1950).
Ninón enfrentando al millonario José Baviera
para estafarlo...
No
niego mi pasado (Gout, 1951) presenta un argumento muy elaborado: Ninón
Sevilla interpreta a la vedette Rosa Rey que, en contubernio con Leonardo (Luis
Aldás) estafa a millonarios infieles como al regiomontano Ramón (José Baviera)
ya que fingen el asesinato del primero por la mujer y luego piden dinero para
callar el crimen que podría perjudicarles en negocios y familia. Cuando
Leonardo le pide, en Acapulco, que estafe al millonario Octavio (Roberto
Cañedo), ocurre que Rosa se enamora del hombre, que le ofrece matrimonio, y en
lugar de seguirle el juego huye a casa de sus padres en Ciudad Juárez. Ahí, con
el dinero que ha ganado, logra que se opere a su madre y que se mejore la
tienda que administran. En realidad se llama Luisa Rovira.
Ninón enamorada de Roberto Cañedo
por el cual deja las estafas y se recluye en Cd. Juárez.
La acosa un pachuco al que apodan
“Costurita” (César del Campo) y quien luego la vuelve a relacionar con Leonardo
que la obliga a continuar con sus estafas en Puerto Rico. Ahí reencuentra a
Octavio, logra engañar a Leonardo y se va de viaje a Europa, casándose con el
millonario. Pasan cuatro años y vuelven con un hijo a instalarse en Ciudad de México.
Luisa es descubierta por Ramón, su víctima previa, quien le cuenta su verdad a
Octavio. El hombre la perdona, pero ella, avergonzada, decide abandonar a su
esposo e hijo. Debuta como la gran bailarina Amparo Campos. Leonardo secuestra,
con la complicidad de “Costurita” al hijo de Luisa, la obliga a chantajear a su
marido o matará al niño. Luisa repite el acto que hacía inicialmente disparando
a Leonardo pero ahora con balas verdaderas. Decide entregarse a la policía y
Octavio promete esperarla.
Ninón confiesa su verdad a quien ahora
es su marido que la perdona pero le reprocha la mentira.
Si en Aventurera, Ninón era la jovencita engañada por una lenona para
vender su virginidad y forzarla a entrar a la prostitución para luego resultar
ser su nuera; si en “Sensualidad”, Ninón era la prostituta cínica que lograba
encadenar a su voluntad al recto juez que la había condenado a prisión, por
venganza, ahora, en “No niego mi pasado”, Ninón era otra mujer víctima de las
circunstancias: no sabemos cómo se involucró con Leonardo pero su actitud es
cínica. Es el amor lo que la redime: al momento de enamorarse y de que Octavio
le corresponda, sufre un cambio radical. Sin embargo, la única manera de salir
adelante y dejar atrás ese pasado que no puede negarse consiste en cumplir su
destino: pagar deudas éticas y morales: tornarse en merecedora de un amor decente.
Ninón fingiendo ante Luis Aldás (en medio está César
del Campo) para lograr que libere a su hijo.
Estamos otra vez ante la revuelta
moral. Las apariencias engañan. Rosa es en realidad Luisa: la estafadora tiene
como antecedente ser la hija de una pareja sencilla, norteña. Es de pensarse en
su involucramiento sexual con el estafador que es compañero de aventuras por
todo el mundo. Nuevamente hay desenmascaramiento: el viejo estafado revela la
verdad detrás de la señora de sociedad. Los personajes son radicales en sus
actitudes. Se nota la continuidad en guionista – realizador para construir todo
un universo particular alrededor de la gran estrella que, de cualquier manera,
se encontraba en las postrimerías de su género por excelencia. Todavía quedarían
otras joyas por el camino (Aventura en
Río, Mujeres sacrificadas, “Llévame en tus brazos”).
Ninón interpretando "El pingüino"
Y luego están los números musicales
donde los escenarios de los cabarets se transforman en lugares inmensos en los
cuales se pueden construir escenografías con profundidad y elaboración. El
primero es “Mi gallo”, rumba que dura cuatro y medio minutos donde se lleva a
cabo, por edición, el cambio automático de vestuario de la diva. “El pingüino”
ocurre en ambiente invernal donde una “abrigada” Ninón luego cambia a tropical
vestimenta con fondo que permanece nevado. Finalmente “Harlem Mambo” sucede en
un escenario teatral donde hay muchos bailarines con diversos vestuarios y
pasos de baile. Además inicia en el exterior de una calle para continuar en el
interior de un bar, algo imposible en la realidad de un teatro (pero es una
película ¿verdad?).
Un pianista genial, Fello Vergara, quien entabla
un duelo musical con Juan Bruno Tarraza
Hay otras atracciones: la canción tema
de la cinta es la francesa “C’est si bon” que es cantada por un Jimmy Romani en
francés y español con el coro de unas Hermanas Gaona. Sirve como fondo de la
secuencia en que Ninón y Cañedo se enamoran y juegan y esquían por las aguas
acapulqueñas. Por otro lado, el dueto de pianistas, excelentes, Fello Vergara y
Juan Bruno Tarraza, ofrecen un par de popurríes entre rumba y mambo que te
dejan sin respiración en esta cinta aparentemente desaparecida y, no obstante,
tan presente.
El número de "Harlem Mambo"
A finales de los años noventa, el maestro Luis Martín estrenó La Atlántida de Óscar Villegas, en un espacio alternativo que
estaba por la calle de Aramberri. El ambiente era de cabaret, en los años
cincuenta y, por eso, invitó a Ninón Sevilla para que estuviera presente. Algo
que le agradeceré siempre a Luis es que me pidió que dijera unas palabras a la mítica rumbera
al término de la representación. Y preparé un escrito y leí mis palabras de
admiración y adoración -tanto tiempo guardadas, sin ser escritas- desde que
tomé conciencia de que Ninón había sido la Aventurera
del cine nacional y la responsable de otros delirios que son irrepetibles sin
su presencia ni esos ojos saltones ni ese cuerpo de tentación. Y que luego desenterrara
No niego mi pasado para descubrirla
en otra de sus leyendas fílmicas. Ninón me escuchó muy atenta, se notaba que se
“sentía idolatrada” como cualquier María ante canción de Lara y asentía con la
cabeza cada que mencionaba alguna de sus cintas o de sus grandes momentos y, al
final, como recompensa de todo ese trayecto para encontrarme, sin jamás haberme
imaginado, a su lado, homenajeándola, me dio un beso de agradecimiento.
Había ocurrido lo impensable para mi experiencia
personal: se había cerrado un viaje iniciado a través de los ojos adolescentes,
apasionados por el cine mexicano, para llegar a la materialización de un icono,
un símbolo del cine nacional.
La pose definitiva de "Aventurera" (Alberto Gout, 1949).
Ahora ocurrió lo natural e inevitable: ha fallecido para
permanecer eterna cantando “Chiquita banana” o “Arrímate cariñito” o bailando
en ese inmenso mercado persa en el cabaret de su perdición… En vez de decirle
“descanse en paz”, mejor insistirle “vende caro tu amor, aventurera…”