LA LA LAND: UNA
HISTORIA DE AMOR
(La La Land)
2016. Dir. Damien
Chazelle.
Nota- este comentario revela la trama de la película: es preferible que
la vea antes de leerlo.
Una chica aspirante a actriz, Mia (Emma
Stone) conoce a un compositor apasionado por el jazz tradicional llamado
Sebastian (Ryan Gosling). Entre el logro de sus ambiciones personales (llegar a demostrar
su talento en ella y poder tener su propio club de jazz por parte de él),
simplemente se enamoran. Todo se narra a través de momentos intensos o números musicales que surgen de las
situaciones que van viviendo. Lo que sustenta a su relación son esas metas existenciales.
Cuando la vida les permite alcanzarlas, se convierten en obstáculos.
La comedia musical fue uno de los
géneros príncipes de Hollywood que luego sería adoptado en diversos niveles por
otros países, aunque jamás con el brío e importancia de los norteamericanos.
Historias amables donde todos cantaban y bailaban espontáneamente dentro de
escenografías esplendorosas y movimientos que impresionaban por sus grados de
dificultad. Las complicaciones de las tramas eran amorosas pero al final de
cuentas se desvanecían para el triunfo de la pareja.
Su auge sucedió en los años treinta,
cuando el público requería del espectáculo escapista que lo liberara de la
triste realidad circundante. La fastuosidad de los musicales de la Warner
Brothers, por ejemplo, con efectos elaborados y coreografías fotografiadas por
encima para ofrecer visualmente juegos kaleidoscópicos contra los productos de
la RKO donde había multitudes de bailarines rodeando a los cantantes y a la
pareja principal de baile, se estableció en el favor del público. Otros
estudios lo adoptaron en diversos niveles y con varias personalidades ya legendarias.
Eran otros tiempos ingenuos. El chico
que conocía a la chica para expresar sentimientos y emociones a través del
canto o la danza. Con los años adquirió matices: la comedia panamericana o la
revista musical. Luego, con la competencia de la televisión, se tornó en
espectáculo que no podía alcanzar los mismos niveles en la pantalla chica. Poco
después vinieron las adaptaciones de comedias musicales de Broadway al cine
cuya música ya estaba comprobada y plantada dentro del gusto popular, pero
llegó el momento en que el mismo género se extinguió por sí mismo gracias a las
producciones infladas que ya eran desechadas por los nuevos públicos del cine.
La
La Land inicia con una espléndida secuencia que ocurre durante un
embotellamiento de tránsito en Los Ángeles, ciudad que es homenajeada desde el
mismo título. Inicia la música, una joven automovilista sale de su auto, canta,
baila, es acompañada por otras personas, hasta que se arregla el asunto. En ese
mismo caos, Sebastian se encuentra detrás de Mia quien no mueve provocando el
enojo del joven. Más tarde se encontrarán casualmente. Vivirán un año de
oportunidades, frustraciones y experiencias de autoconocimiento que los irá
separando. Pasan cinco años, cada uno habrá alcanzado sus fines por separado, pero
al reencontrarse imaginan lo que hubiera sido su relación para comprender que
ya no será posible jamás.
La comedia musical se fue tornando
sombría. Amor sin barreras (1961) era
una tragedia shakespeariana. Los paraguas
de Cherburgo (1964) del francés Jacques Demy era una ópera moderna,
homenaje al género, donde la guerra se interponía entre los amantes. Funny Girl (1968) narraba la pasión
frustrada de una pareja. Cabaret (1972) tenía
como protagonista a una aspirante a estrella que se prostituía para lograrlo. La La Land viene a ser una revisión del
género para el siglo XXI donde se aprovechan los tiempos problemáticos en que
estamos sumergidos y se dirige hacia un público joven con música adecuada, pegajosa,
pero sin caer en el cuento de hadas.
De ahí la inteligencia del realizador
Chazelle al mostrarnos las dos caras de la moneda: un momento único de la vida que nos
lleva a enfrentar el camino del destino. Somos testigos durante toda la
película del inicio y crecimiento de un gran amor, pero luego viene su
decadencia. En lugar de haber tomado el camino fácil del final feliz, en cascada
rápida, se repite ese mismo momento con otro posible rumbo que hubiera tomado
para mostrarnos lo que habría ocurrido entre esta pareja. Las últimas miradas
entre Mia y Sebastian son el mejor ejemplo de resignación y comprensión ante la
realidad.
Por otro lado está el homenaje a Los
Ángeles como ciudad difícil con sus problemas de tráfico, sus reconocimientos
constantes pero efímeros que hacen que todo tenga una vida corta: lo que es
importante hoy disminuye mañana. En contraste, un observatorio astronómico en
Griffith Park que fue escenario de una cuestión juvenil trágica en una cinta de
1955 (Rebelde sin causa con James
Dean) todavía se mantiene en pie hasta nuestros días. Sebastian se queja que un histórico
club de jazz ahora sea un salón de baile profanando las experiencias de los
monstruos del género o lleva a Mia a ver precisamente esa película mencionada a
una sala que se dedica a exhibir cintas de antaño.
El realizador Damián Chazelle
Y Chazelle inicia esa escena de
embotellamiento que nos recuerda las primeras secuencias de Las señoritas de Rochefort (Demy). Los colores vivos traen recuerdos
de Una del corazón (Coppola) y los
pasteles a Los paraguas de Cherburgo
(Demy). El baile por los aires dentro del Observatorio referencia a una
secuencia de Todos dicen que te amo
(Woody Allen). No podemos dejar de lado los aspectos oscuros de otras
comedias como Brindis al amor o Brigadoon (ambas de Minnelli). Imposible dejar de lado las influencias y las
admiraciones: hay un retrato enorme de Ingrid Bergman, la referencia a Casablanca y la mencionada película de
Dean. Y esta relación de amor imposible tiene mucha semejanza con la que vivían
Liza Minnelli y Robert De Niro en New
York, New York (Scorsese).
Por otro lado se ha mencionado, gracias
al éxito popular de esta cinta, del “renacimiento” de la comedia musical y ahí
es difícil aceptarlo. Ya son casos aislados que tienen la aceptación de un
público general (Vaselina, Los
miserables, Mamma Mia, Chicago, a pesar de ser muy fallidas). Se requeriría de cierta sensibilidad
personal propia de tiempos pasados y de elementos claves del género que
solamente un cinéfilo de corazón podría distinguir para saber combinarlos y, de
esa manera, llegarle a un público general rodeado de tantos distractores y
percepciones estéticas muy condicionadas.
Las actuaciones de Gosling y Stone son
extraordinarias: cantan y bailan de manera adecuada y contenida. Fuera del
número musical inicial, otros momentos son discretos. Sus personajes son
creíbles. Las canciones son atractivas para el espectador. Lo más importante es
que se respeta la esencia de la comedia musical: la expresión de emociones por
medio del cuerpo y la voz, de una realidad invadida por la fantasía, de
permanecer en la memoria mucho después de la palabra “Fin”.