martes, 24 de enero de 2017

UN MOMENTO ÚNICO EN LA VIDA


LA LA LAND: UNA HISTORIA DE AMOR

(La La Land)

2016. Dir. Damien Chazelle.





Nota- este comentario revela la trama de la película: es preferible que la vea antes de leerlo.





         Una chica aspirante a actriz, Mia (Emma Stone) conoce a un compositor apasionado por el jazz tradicional llamado Sebastian (Ryan Gosling). Entre el logro de sus ambiciones personales (llegar a demostrar su talento en ella y poder tener su propio club de jazz por parte de él), simplemente se enamoran. Todo se narra a través de momentos intensos o números musicales que surgen de las situaciones que van viviendo. Lo que sustenta a su relación son esas metas existenciales. Cuando la vida les permite alcanzarlas, se convierten en obstáculos.





         La comedia musical fue uno de los géneros príncipes de Hollywood que luego sería adoptado en diversos niveles por otros países, aunque jamás con el brío e importancia de los norteamericanos. Historias amables donde todos cantaban y bailaban espontáneamente dentro de escenografías esplendorosas y movimientos que impresionaban por sus grados de dificultad. Las complicaciones de las tramas eran amorosas pero al final de cuentas se desvanecían para el triunfo de la pareja.





         Su auge sucedió en los años treinta, cuando el público requería del espectáculo escapista que lo liberara de la triste realidad circundante. La fastuosidad de los musicales de la Warner Brothers, por ejemplo, con efectos elaborados y coreografías fotografiadas por encima para ofrecer visualmente juegos kaleidoscópicos contra los productos de la RKO donde había multitudes de bailarines rodeando a los cantantes y a la pareja principal de baile, se estableció en el favor del público. Otros estudios lo adoptaron en diversos niveles y con varias personalidades ya legendarias.





         Eran otros tiempos ingenuos. El chico que conocía a la chica para expresar sentimientos y emociones a través del canto o la danza. Con los años adquirió matices: la comedia panamericana o la revista musical. Luego, con la competencia de la televisión, se tornó en espectáculo que no podía alcanzar los mismos niveles en la pantalla chica. Poco después vinieron las adaptaciones de comedias musicales de Broadway al cine cuya música ya estaba comprobada y plantada dentro del gusto popular, pero llegó el momento en que el mismo género se extinguió por sí mismo gracias a las producciones infladas que ya eran desechadas por los nuevos públicos del cine.





         La La Land inicia con una espléndida secuencia que ocurre durante un embotellamiento de tránsito en Los Ángeles, ciudad que es homenajeada desde el mismo título. Inicia la música, una joven automovilista sale de su auto, canta, baila, es acompañada por otras personas, hasta que se arregla el asunto. En ese mismo caos, Sebastian se encuentra detrás de Mia quien no mueve provocando el enojo del joven. Más tarde se encontrarán casualmente. Vivirán un año de oportunidades, frustraciones y experiencias de autoconocimiento que los irá separando. Pasan cinco años, cada uno habrá alcanzado sus fines por separado, pero al reencontrarse imaginan lo que hubiera sido su relación para comprender que ya no será posible jamás.





         La comedia musical se fue tornando sombría. Amor sin barreras (1961) era una tragedia shakespeariana. Los paraguas de Cherburgo (1964) del francés Jacques Demy era una ópera moderna, homenaje al género, donde la guerra se interponía entre los amantes. Funny Girl (1968) narraba la pasión frustrada de una pareja. Cabaret (1972) tenía como protagonista a una aspirante a estrella que se prostituía para lograrlo. La La Land viene a ser una revisión del género para el siglo XXI donde se aprovechan los tiempos problemáticos en que estamos sumergidos y se dirige hacia un público joven con música adecuada, pegajosa, pero sin caer en el cuento de hadas.





         De ahí la inteligencia del realizador Chazelle al mostrarnos las dos caras de la moneda: un momento único de la vida que nos lleva a enfrentar el camino del destino. Somos testigos durante toda la película del inicio y crecimiento de un gran amor, pero luego viene su decadencia. En lugar de haber tomado el camino fácil del final feliz, en cascada rápida, se repite ese mismo momento con otro posible rumbo que hubiera tomado para mostrarnos lo que habría ocurrido entre esta pareja. Las últimas miradas entre Mia y Sebastian son el mejor ejemplo de resignación y comprensión ante la realidad.





         Por otro lado está el homenaje a Los Ángeles como ciudad difícil con sus problemas de tráfico, sus reconocimientos constantes pero efímeros que hacen que todo tenga una vida corta: lo que es importante hoy disminuye mañana. En contraste, un observatorio astronómico en Griffith Park que fue escenario de una cuestión juvenil trágica en una cinta de 1955 (Rebelde sin causa con James Dean) todavía se mantiene en pie hasta nuestros días. Sebastian se queja que un histórico club de jazz ahora sea un salón de baile profanando las experiencias de los monstruos del género o lleva a Mia a ver precisamente esa película mencionada a una sala que se dedica a exhibir cintas de antaño.


El realizador Damián Chazelle



         Y Chazelle inicia esa escena de embotellamiento que nos recuerda las primeras secuencias de Las señoritas de Rochefort (Demy). Los colores vivos traen recuerdos de Una del corazón (Coppola) y los pasteles a Los paraguas de Cherburgo (Demy). El baile por los aires dentro del Observatorio referencia a una secuencia de Todos dicen que te amo (Woody Allen). No podemos dejar de lado los aspectos oscuros de otras comedias como Brindis al amor o Brigadoon (ambas de Minnelli). Imposible dejar de lado las influencias y las admiraciones: hay un retrato enorme de Ingrid Bergman, la referencia a Casablanca y la mencionada película de Dean. Y esta relación de amor imposible tiene mucha semejanza con la que vivían Liza Minnelli y Robert De Niro en New York, New York (Scorsese).





         Por otro lado se ha mencionado, gracias al éxito popular de esta cinta, del “renacimiento” de la comedia musical y ahí es difícil aceptarlo. Ya son casos aislados que tienen la aceptación de un público general (Vaselina, Los miserables, Mamma Mia, Chicago, a pesar de ser muy fallidas). Se requeriría de cierta sensibilidad personal propia de tiempos pasados y de elementos claves del género que solamente un cinéfilo de corazón podría distinguir para saber combinarlos y, de esa manera, llegarle a un público general rodeado de tantos distractores y percepciones estéticas muy condicionadas.





         Las actuaciones de Gosling y Stone son extraordinarias: cantan y bailan de manera adecuada y contenida. Fuera del número musical inicial, otros momentos son discretos. Sus personajes son creíbles. Las canciones son atractivas para el espectador. Lo más importante es que se respeta la esencia de la comedia musical: la expresión de emociones por medio del cuerpo y la voz, de una realidad invadida por la fantasía, de permanecer en la memoria mucho después de la palabra “Fin”.