AQUARIUS
2016. Dir. Kleber
Mendonça Filho
Clara
(Sonia Braga, formidable) es una mujer de temple. Sobrevivió al cáncer, a su
marido, a una carrera como crítica musical, a un período de abandono hacia su
familia, por lo que no se le puede doblegar fácilmente. Dividida en tres partes
(“El cabello de Clara”, “El amor de Clara” y “El cáncer de Clara”), la
narración se desvía por otros caminos para dejar en claro lo que fue el pasado
y lo que es el presente en Brasil, más bien en el Estado de Pernambuco,
particularmente la ciudad de Recife frente a la playa.
Una
primera parte ocurre en 1980 con Clara disfrutando un momento con su hermana y
cuñado, para luego llegar a la fiesta donde se conmemora el 70 cumpleaños de su
tía Lucía. Mientras se habla de la mujer, ella mira hacia un mueble que le trae
recuerdos sexuales entre ella y su amante. Al tomar la palabra lo enfatiza:
menciona a quien fuera su pareja por treinta años sin poderse casar porque
precisamente su amante tenía esposa. Ella tuvo que ver con la revolución sexual
y si se hacen las cuentas aritméticas, le tocó vivir la época de la dictadura.
Cuando habla el marido de Clara recuerda que 1979 fue difícil por la enfermedad
de su mujer pero ahí está ahora con su cabello corto, en el estilo que portaba
la malograda cantante Elis Regina.
Bárbara Colen como Clara joven
con su cabello a la Elis Regina
Luego
viene el presente (2014) cuando su edificio ha quedado vacío. Solamente queda
ella quien ha jurado salir del lugar cuando muera. A pesar de que los
constructores buscan un acuerdo económico, Clara no acepta. Ella vive su vida
sensualmente: sus siestas sobre una hamaca, sus terapias grupales en la playa o
el cariño hacia su familia (ya sean sus hijos, su nieto o un sobrino muy querido) o a la fiel sirvienta que le ayuda. Empiezan las
presiones.
Al
llegar a la segunda parte se vuelven más notorias las argucias para que Clara
abandone su departamento: una fiesta con música ruidosa exactamente en el piso
superior. Al ir a quejarse, quizás, se da cuenta que está ocurriendo una orgía
con hombres y mujeres desnudos. En lugar de irse, permanece con la mirada fija
en esos cuerpos. Vuelve a su departamento y habla con un sexoservidor para
utilizarlo y satisfacer los deseos levantados. Al día siguiente hay excrementos
humanos en las escaleras que dan a su departamento.
La
película es extraordinariamente interesante por todas las claves y señales que
el realizador muestra en su guion. Diálogos, situaciones, reacciones, permiten
que se vaya construyendo una visión del Brasil actual con referencia al pasado
y con el deseo de reclamar justicia (hay un comentario donde se habla de la
línea invisible que divide a Recife rico del Recife pobre; una mención a la
sirvienta que robó ciertas joyas familiares en el pasado obtiene como respuesta
que era una justa acción contra la explotación).
Y lo
que destaca es la fuerza de un personaje que rescata a Sonia Braga como gran
actriz. Ya hacía tiempo que no tenía la oportunidad de lucirse como en aquellos
tiempos de Doña Flor y sus dos maridos, El
beso de la mujer araña, Tieta o en la inolvidable telenovela que la lanzó
al mundo Días de baile, a finales de
los años setenta. Representando su propia edad, Braga mezcla la energía (ir a
bailar y besarse con un viudo), sensualidad (la secuencia con el sexoservidor)
y tenacidad (su lucha contra la ambición empresarial) que también ha demostrado
en su trayectoria profesional.
Sonia Braga con el realizador Mendonca Filho.