ALIEN: COVENANT
2017. Dir. Ridley Scott.
Antes
de que inicie la narrativa de esta cinta hay un impecable prólogo donde Weyland
(Guy Pearce), empresario que ha sido el financiero de estos viajes por el
espacio, platica con el flamante robot David. Ambos hablan de diversos temas y
Weyland comprueba la versatilidad de su máquina. David toca al piano una
adaptación de una pieza proveniente de Das
Rheingold de Wagner.
Se pasa inmediatamente a una
década más tarde, el año 2104 y la nave Covenant transporta a miles de personas
y embriones a un planeta con las condiciones adecuadas para colonizarlo. Además
viaja una tripulación de 15 miembros. Todos hibernan ya que el viaje durará
varios años. Los cuidan un robot llamado Walter (Michael Fassbender) y la
computadora madre de la nave. Una situación externa que afecta al vehículo
obliga a tener que despertar a los mandos de la nave. Un accidente provoca que
el capitán quede calcinado por lo que toma su lugar Oram (Billy Crudup), un hombre
de fe que le hace dudar para tomar decisiones contundentes. Su segunda de a
bordo es Daniels (Katherine Waterston). Al recibir una extraña señal aparentemente
humana de un planeta más cercano, parecido a la Tierra en atmósfera, el capitán
decide ir al rescate con la posibilidad de realizar ahí su misión colonizadora
en lugar de seguir viajando. A esto se opone sin éxito la pragmática Daniels.
Llegan al mentado lugar donde se encuentra David (Michael Fassbender, también),
el robot, quien explica su presencia cuando llegó ahí por la nave Prometeo, con
la sobreviviente Shaw (Noomi Rapace). Inicia la creación y la amenaza de los
monstruos en dicho lugar.
Para
los fanáticos de esta saga (exceptuando las desviaciones que llevaron a
enfrentamientos entre el Alien y Depredador) no es difícil atar cabos
cronológicamente. Prometeo (Scott, 2012)
mostraba el inicio de la búsqueda de los titanes que habían creado la vida
muchos años atrás. Los navegantes llegaban a un planeta donde descubrían a
estos seres monstruosos e indestructibles. Shaw y las piezas que quedaban del
robot David arribavan, acorde con esta película, al nuevo planeta a los cuales
el robot David ha atraído a los nuevos
intérpretes.
Lo
que debe alabarse a esta equilibrada e inquietante película es que Scott
ofrece, por supuesto, los enfrentamientos entre el monstruo y el humano. Se
llega a momentos extremos. Visualmente, la infección que sirve para la
reproducción del alien es excepcional (por nariz y oído como inicio), pero hay
una contraparte filosófica entre los ciborgs. Walter es una generación más
adelantada que la del anterior David. Su mecanismo ha sido creado para tener “conciencia”
del deber. A David se le había permitido la opción de selección y su
programación, tal como nos la hace ver el prólogo, iba más dirigida hacia el
exterminio y el desprecio por la raza humana. No es gratuito que la pieza que
toque al piano en el prólogo sea del Wagner admirado por Hitler, acerca de una
ópera que habla del más fuerte. La inteligencia artificial de David se ha
tornado suprema y ahora puede disponer a su gusto de la raza humana porque no
está de acuerdo con sus debilidades y torpezas. Hasta le ha crecido el cabello, algo que parece implausible pero explica esa "evolución". No obstante, David ha llegado también, paradójicamente,
a la imperfección. Declama un verso del Ozymandias de Shelley y lo atribuye a Byron. Walter lo saca del
error, pero esta referencia ha servido para que se establezca su evolución y
exprese su desagrado hacia los seres que se sienten perfectos pero han caído en
la decadencia, esencia del poema referido. Todavía más, hay un momento en que
los ciborgs discuten sobre el servicio a Dios o al Diablo, que recuerda al Paraíso perdido miltoniano.
¿Y
el Alien? Lo vemos evolucionar como en las cintas previas. Está la amenaza en
un corredor con puertas y recovecos. Ocurre una interrupción en la relación
sexual. Su presencia ya no aterra tanto como ocurrió cuando sufrimos con
deleite la amenaza hacia Ripley (Sigourney Weaver) o la muerte de Dallas (Tom
Skerritt) en la cinta primigenia que disfrutamos en el Cuauhtémoc 70. Lo más inquietante de esta nueva maravilla es
la transformación del humanoide en ser perverso y supremo: le ha ganado su
lugar al mecánico monstruo cuya única finalidad es la destrucción. Por eso
funciona esta película: la confrontación entre dos inteligencias artificiales
que terminan creciendo y imponiéndose sobre quienes los crearon. Ridley Scott
nos ofrece una oscura y cruel visión profética para la especie humana. El horror se ha
vuelto más localizable: las máquinas que nos rodean y que se tornan superiores
cada día más. Formidable.