LA HABITACIÓN
2016. Ocho directores.
Película
ómnibus que narra, a través de un siglo mexicano, realidades, sueños y
pesadillas enmarcados por la historia. Una habitación en una casona porfiriana de la colonia Juárez en Ciudad de México que se irá transformando
con el paso del tiempo en cuarto de alquiler, luego departamento, después ruina
por el terremoto del 85, para intentar la renovación con todo obstáculo presente. Inicia
con una pareja que se prepara para asistir a las fiestas del centenario en 1910,
luego sigue con el momento del terror huertista, 1913, para pasar a los tiempos
de Obregón, 1928, con tres generaciones femeninas chinas. Después se entra a
los tiempos del cambio del PNR a PRI con su candidato Alemán, 1945, donde se
concilian el pasado con el presente. Se sigue a la brutalidad indirecta de
Tlatelolco, 1968, que dará paso al período previo al terremoto, 1985. Con la
noticia del asesinato de Colosio, 1994, se entra a la última década del siglo
veinte y las pandillas de niños. Todo finaliza en estos tiempos oscuros de
narcotráfico, 2010, componendas con la autoridad y al menos, cierto dejo de
esperanza. En ninguno de los casos hay optimismo ni visiones dulcificadas de
cada época, sino cierta representatividad de todo aquello que ha afectado a la
imposible felicidad perfecta: si no es la traición política, entonces debe ser
la discriminación racial o el artificial progreso alemanista, el horror de la
matanza oficial y el desplome telúrico, la pobreza extrema con niños de la
calle y la siempre desesperanzada ayuda a las víctimas del narcotráfico, la
prepotencia militar, la completa corrupción.
Hay
antecedentes tan eficaces como olvidados para nuestras generaciones de
cinéfilos (con todas las limitantes que esta palabra tiene): En 1970 estuvo “Tú,
Yo, Nosotros” y en 1990 se ofreció “Ciudad de ciegos”. La primera en cuanto a
tres episodios que ocurrían en tiempos distintos con los mismos personajes y
diferentes directores (Juan Manuel Torres, Jorge Fons y Gonzalo Martínez). La
segunda en el uso de un mismo espacio con diferentes personajes y único
realizador (Alberto Cortés). En este caso hay una sola guionista y la visión de
sus realizadores es distinta. La textura de cada episodio va cambiando acorde
con el tono y la situación (el episodio del 68 tiende más al sepia, mientras
que el inicio es más colorido). La cinta es muy ambiciosa en su alcance, pero
el hecho de tener a directores destacados le permite ser efectiva y unificadora
en cuanto a ritmo, con los distintos estilos y enfoques. Hay personajes que
reaparecen en distintas épocas mientras otros desaparecen o emergen, que son
creados por un impecable reparto. Y debe destacarse la producción, la fidelidad a diferentes épocas en atmósfera, vestuario, objetos.
El
orden de la cinta, con sus directores es el siguiente:
1- El sueño (Carlos Carrera)
2-
La pesadilla (Daniel Giménez Cacho)
3-
Duermevela (Carlos Bolado)
4-
El erotismo (Ernesto Contreras)
5-
La soledad y el juego (Alfonso Pineda Ulloa)
6-
La vigilia (Alejandro Valle)
7-
La muerte (Iván Ávila Dueñas)
8- La evocación (Natalia
Beristáin)
A pesar de las cualidades de cada realizador, es
natural que se destaquen algunos de los episodios. La excelencia de Contreras, demostrada en sus
largometrajes (Párpados azules, Las
oscuras primaveras), aquí se reafirma con una trama de ensueño donde una
mujer imagina lo que podría haber sido el cierre de un deseo frustrado. Ávila Dueñas muestra la brutalidad en la
época del asesinato de Colosio a través de niños que son criminales con tal de
sobrevivir: la violencia no fue gratuita en Lomas Taurinas. La única mujer
realizadora, Beristáin, mezcla
entrevistas y ficción para hablar del presente amenazador, de corruptela
policiaca y la ley del más fuerte (en este caso, el narcotráfico y sus
víctimas).