VIOLETA AL FIN
2017. Dir. Hilda Hidalgo.
“¿Qué edad tiene su tía?” – le pregunta
Violeta, quien anda por los 72 años, a su inquilino Francisco.
“No sé, creo que 66…” – es la respuesta
a lo que la mujer contesta:
“¡Ah!, entonces está joven”.
Eugenia Chaverri, una excepcional actriz costarricense
que apenas surge en pantalla
La
cinta nos presenta a Violeta (Eugenia Chaverri, excepcional) una mujer anciana
como símbolo de vitalidad, divorciada, quien toma clases de natación y quiere
convertir su enorme casa, reliquia de un pasado que ha transformado a las
grandes urbes en colección de edificios de apartamentos, tiendas comerciales o
estacionamientos, en una pensión, para aprovechar los cuartos vacíos y el
hermoso jardín. La casa es un oasis en el centro de la costarricense San José,
suya por derecho propio, ya que ahí pasó su niñez, adolescencia, madurez, y sigue hasta ahora. Los hijos de
Violeta no le encuentran razón de que permanezca ahí, cuando pudiera venderla con
gran ventaja económica, e irse a vivir con uno de ellos. Violeta todavía tiene
sueños y esperanzas: valora mucho su independencia. Cuando su nieto le pregunta
si piensa vivir hasta los noventa años, ella le expresa que son muy pocos, que
apenas hasta los ciento veinte quizás. Violeta es el ejemplo contrario de la
persona que, si vive deprimida, ya no le encuentra sentido a la vida y espera
la muerte. Aunque los hijos piensen que a su edad no es conveniente iniciar
nuevos planes (su pensión, sus clases de natación), Violeta mantiene los pies
en la tierra. Excomulgada por su divorcio, se confiesa, cumple penitencia, pero
su sacerdote no le permite recibir la hostia. Ella misma, prudente y siguiendo
una ética personal, no transgrede el mandato. Violeta es el retrato de la mujer
que confía en sí misma y en sus reuniones semanales con las buenas amigas.
Contra las ideas de sus hijos, coloca un anuncio para rentar un cuarto y es su
profesor Francisco Rivera (Gustavo Sánchez Parra en un rol amable, alejado del
estereotipo en el cual fue encasillado) quien lo toma.
Violeta en familia con su hija e hijo, nuera y nietos,
aparte de su primer inquilino
Todo
va caminando perfectamente hasta que decide ir al banco a pedir un préstamo
para arreglar la casa como su anhelada pensión y encontrarse con la triste
realidad: la casa fue hipotecada por su ex marido quien nunca pagó las mensualidades
y ahora la deuda ha alcanzado la cantidad de 60 millones de colones (unos dos
millones de pesos). La amenaza es que el banco pueda requisarla para remate.
Otra alternativa es la venta que tanto le han sugerido sus hijos. Violeta se
encuentra ante una disyuntiva que tratará de salvar buscando alternativas.
Mientras tanto, se refugia en el pasado, en su maravilloso jardín, en las
pláticas con su inquilino, retrasando su agonía personal.
Gustavo Sánchez Parra en un rol amable,
tan destacado como siempre
La
cinta nos habla de la relatividad de la vida. Mientras más se envejece, se incrementa
el valor del tiempo. Así como para Violeta una persona sexagenaria es joven,
para un niño la treintena ya es el paso previo a la decrepitud. No queda más
que alimentar el optimismo, aprovechar las ventajas de salud, apreciar lo que
la misma existencia nos ofrece todavía como oportunidades. Sin embargo, está la
contraparte: el instante que cambia todo. A Violeta pudo haberle dado una
apoplejía y quitarle su independencia, pero en este caso se encuentra el error
humano que la viene a limitar en sus sueños y en lo que reste de su futuro. No
puede contarse lo que sucede, pero Violeta viene a comprobar que el pasado
permanece dentro de nosotros; que los recuerdos son maravillosos pero solamente
son eso y que, algún día, lo cotidiano, lo que se experimentó, lo que construyó
nuestra realidad, se tornará en humo.
El agua: la independencia, la esperanza
Una
excelente coproducción entre México y Costa Rica, dirigida por una talentosa
realizadora (en su segundo largometraje) que conmueve y nos hace reflexionar
acerca de la edad y nos permite saborear el significado de la esperanza. No
puede detenerse al tiempo ni al desarrollo pero si se pueden colocar individualmente
los límites de su goce y disfrutarlo, aunque de repente todo pueda cambiar:
algo natural.
La realizadora Hilda Hidalgo