viernes, 25 de enero de 2019

UN CUENTO MORAL


LA MULA
(The Mule)
2018. Dir. Clint Eastwood.

        

         En 2005 Earl Stone (Clint Eastwood) es un próspero cultivador y vendedor de flores que no cree en la tecnología. Sin embargo, debido al trabajo ha descuidado siempre a su familia: no asiste a la boda de su hija Iris (Alison Eastwood) sin que esto sorprenda a su ex esposa Mary (Dianne Wiest). Pasan doce años y en 2017 el ya anciano Earl tiene que abandonar su casa porque el Internet ha cambiado las cosas: ya nadie compra flores directamente. Cuando asiste a una fiesta por el próximo matrimonio de su nieta Ginny (Taissa Farmiga), ante el rechazo de hija y ex esposa, uno de los asistentes le da un número telefónico por si quiere un trabajo que consiste simplemente en llevar y traer mercancía sin que le especifique detalles. Ante su necesidad económica, Earl acepta y, de esta manera, sin imaginarlo ni saberlo, entra en el traslado de droga desde Texas hacia Illinois. El fuerte pago que recibe le mueve a continuar haciéndolo para sufragar el arreglo de la casa de los veteranos de guerra, comprarse una camioneta, apoyar la fiesta de matrimonio de su nieta, entre otras cosas. Al mismo tiempo que Stone debuta en el acarreo prohibido, el agente especial Bates (Bradley Cooper) inicia una misión particular para cazar a la banda de narcotraficantes que mueven la droga por medio de “mulas” como el viejo Earl.

         Igual que en sus cintas anteriores, el maestro Eastwood nos ofrece otro retrato del norteamericano por antonomasia, el patriota, el que defiende los valores ciudadanos, aquel que antepone el trabajo para mantener a su familia y tiene una bandera al exterior de su casa. Indirectamente, resalta los detalles sociales que identifican y mueven a los norteamericanos, sobre todo a aquellos de edad avanzada, educados en otro tiempo, que no hacen caso porque no les importa lo que significa la corrección política. Earl sigue llamando con los epítetos ahora considerados denigrantes a las razas que tiene enfrente (niggers, beaners) sin expresarlos de manera peyorativa sino inocente, porque eran vocablos comunes, anteriores a las exigencias de respeto a derechos civiles pero que ahora resultan ser insultos.

El "mulero" a pesar de sí mismo
se asombra al darse cuenta de la
excesiva y fácil paga.

         En realidad estamos ante un cuento moral donde sobresale la dignidad humana. Earl se dará cuenta del respeto que se debe a sí mismo, aunque el dinero ganado ya que ha tomado conciencia de sus acarreos, lo ha utilizado para buenas causas: el dilema de Robin Hood (por medio de actos negativos se beneficia a inocentes o desprotegidos). Earl aprende, en sus últimos años, una lección de vida gracias a circunstancias debidas a la propia existencia: la muerte o la amenaza de muerte. Hay un momento en que Earl cruza su camino con Bates, sin que ninguno sepa la identidad del otro, para que se establezca la moraleja: el consejo del anciano al novato absorbido por su trabajo.


Y sin embargo, el otro lado de la moneda es el humor. La cinta mantiene un tono positivo y divertido. No se había tenido en las películas con temas de narcotráfico, una ligereza en el trato de los personajes naturalmente tenebrosos. Earl mantiene una relación tirante pero indolente y respetuosa hacia el vigilante que le imponen: Julio (Ignacio Serricchio) quien de la dureza deviene compasivo. Ese tono de humor que colinda en lo macabro puede apreciarse, por ejemplo, cuando Earl es llevado a la mansión mexicana del jefe del cártel, Latón (Andy García) quien deseaba conocerlo: impactado por el lujo y exceso del lugar, Earl pregunta al capo “¿a cuántos hay que matar para conseguir todo esto?” a lo cual Latón le responde con una sonrisa “a muchos, muchos…” que es una verdad amarga pero que en este contexto divierte. Y así hay otros momentos deliciosos e imaginativos en el manejo del lenguaje.

Earl llega a la casa de su hija
porque su ex mujer está enferma

Un reparto de excelencia que conforma un cuadro general: el mejor ejemplo de lo que es un ensamble actoral donde cada uno es pieza importante para que brille cada uno. Dianne Wiest, ya veterana pero siempre con la gracia de su talento, en un papel conmovedor. Cooper se acompaña de Michael Peña para ser los brazos fuertes de la ley en contraste de raza. García y  Serricchio como afables y humanos (es un decir) narcotraficantes. Destaca el ritmo que Eastwood impone a su narración además de la maestría en la edición de su colaborador en la mayoría de sus cintas, desde los años setenta, Joel Cox que permite una fluidez impecable. No hay, como siempre lo he enfatizado, un fotograma de más ni de menos.

La talentosa Dianne Wiest

Eastwood se basó en un hecho de la vida real como ha insistido en sus últimas joyas como 15:17 Tren a París, Sully: hazaña en el Hudson, Francotirador, Jersey Boys: persiguiendo la música o J. Edgar, por mencionar las más recientes en su ya vasta filmografía. Cada uno de estos casos nos lleva de un pasado nostálgico como la música de los ídolos de Nueva Jersey al siniestro dirigente del FBI o soldados heroicos en el frente o fuera del mismo, que tuvieron un profundo impacto en la sociedad norteamericana. Lo que para algunos puede pensarse como patriotero, en realidad son exaltaciones al valor y al espíritu ciudadano que se preocupa por su entorno. En este caso, nada admirable, finalmente prevalecerá la dignidad que será el camino de redención: de aquello que sea nocivo puede surgir la salvación personal. Eastwood cree en sus compatriotas y tiene todavía fe en la humanidad. Obra maestra.
A los 88 años Clint Eastwood es uno de los más
veteranos y lúcidos realizadores del cine mundial