PLACA DE ACERO
2018. Dir. Abe Rosenberg.
El cadete Roberto Recto (Alfonso Dosal) se gradúa con honores de la academia de policía y entra a trabajar en una delegación donde le asignan a su pareja Adrián Vázquez (Adrián Vázquez) quien es todo lo contrario a su carácter y forma de ser. Recto no acepta sobornos mientras que a Vázquez no le importa. Pronto empiezan a tener mayor empatía cuando investigan el caso de un caníbal: primero en Xochimilco, luego en un edificio de apartamentos. Descubren que se debe a una droga llamada “la flaca” que provoca que sus usuarios busquen la carne humana. De ahí, iniciará la búsqueda de los traficantes.
Tan simple premisa se debe a que es todo lo que se va a encontrar en otra película que copia modelos norteamericanos (Mel Gibson y Danny Glover; Chevy Chase y Jack Palance; o mejor Jim Belushi y K-nino): la pareja de policías, detectives o agentes, donde uno será el complemento del otro porque son opuestos en fines y actitudes: Pedro Infante, vagabundo, que equilibra a Luis Aguilar, mundano, en A toda máquina (1951) pero sin el acercamiento que el agente de tránsito o el policía de la esquina tenía con la sociedad mexicana que todavía confiaba en llamar a las autoridades en caso de peligro: ahora la distancia es enorme y hasta la aceptación pudiera ser mayor hacia el personaje de Vázquez por la corrupción, que al cual interpreta Dosal ya que solamente se le puede pensar como aspirante a caer en la corriente que lo arrastrará hacia ella.
Sin embargo, este no es el principal obstáculo de la cinta: está la falta total de gracia y ritmo que va decayendo según se desarrolla la trama. La demostración de que un buen actor puede ser terrible en las manos equivocadas o en el trabajito de encargo. Adrián Vázquez, el actor, se ha especializado en personajes corruptos ya que su presencia y rasgos físicos le son adecuados (algo que no ha sido jamás su destino sobre los escenarios teatrales donde ha creado verdaderas joyas memorables) y así lo hemos visto en, por ejemplo, Sopladora de hojas (Iglesias, 2015) donde es un policía extorsionador de jovencitos, con mayor dignidad y congruencia, que en esta caricatura de personaje con mostachón poblado y reacciones exageradas. Por su parte, Dosal, más identificado en comedietas tontas (Todo mal, 3 idiotas o Hazlo como hombre) no puede convencer como personaje formal porque nunca deja su pose dura, de enojo con la vida.
Y finalmente, ya que no vale mucho la pena elaborar más sobre una cinta tremendamente fallida, está la indefinición de género: no se decide entre la parodia de risa loca, el cine de intriga, o el homenaje al servidor público, que es donde se confirma la incapacidad del realizador. Ni Adrián se torna en el cómico absoluto ni Dosal en la víctima de su rectitud (como pasa cuando lo ponen a dirigir tránsito para que inmediatamente vuelva a sus investigaciones). A pesar de darle crédito importante a Boris Schoemann, solamente lo vemos como extra, pululando en la delegación. Carlos Valencia, otro estimabilísimo actor teatral, queda en el villano común y corriente. Todo sin ser contundente ni empático. Hay todo un buen cine mexicano contemporáneo del cual esta película, claramente, no forma parte. Resulta ser como aquella canción latinoamericana que decía "usted no es nada, ni chicha, ni limonada".