MARIONETA
2019. Dir. Álvaro Curiel de Icaza
Ernesto (Rafael Ernesto Hernández) es un actor cubano que llegó a México contratado para audicionar en un papel de una serie de televisión pero la directora de la misma no está muy convencida de que sea la persona indicada. Mientras Ernesto viaja en metro se encuentra con una joven que pide limosna debido a un accidente que sufrió: se burla de ella porque no le convence. Poco después se entera que no ha conseguido el trabajo y recibe su boleto de retorno para Cuba. En otro viaje por el subterráneo, reencuentra a la misma limosnera y le dice que puede ayudarla, pero ella lo rechaza y se aleja. A la mañana siguiente, dos tipos llegan a su hotel para llevarlo a la fuerza con el Sr. Torrico (Juan Manuel Bernal) quien es, en realidad, el explotador de un grupo de pordioseros y lisiados, los cuales son entrenados por un exluchador (Fernando Banda) en la forma de pedir dinero a la gente. Torrico le reclama que haya acosado a Belén (Fátima Molina), la chica del metro, pero Ernesto le explica que su interés residía en ayudarla para que fuera más convincente. Torrico, entonces, le pide que le haga una demostración de su clase ante todos sus agremiados y luego la comprobación real con Fátima, en el metro, que resulta ser todo un éxito. Torrico le ofrece trabajo como “maestro” y Ernesto decide permanecer en México para adentrarse en un mundo oscuro y paralelo a la vida cotidiana.
Verdad y mentira son los elementos básicos de la película. Ernesto tiene problemas con su acento cubano que le limita para ser aceptado en su audición y le asegura a la directora que podrá dominarlo y así mejorar en su papel, o sea engañar al público por medio de la ficción. Esto mismo será la base de su obsesión con la falsa lisiada que, se nota a leguas, no lo es tal, por lo que desea mejorarla en su actuación, ya que es lo que ofrece sentido a su vida. Preparar a los mendigos para engañar de la mejor manera, accediendo a su sentido primario de lástima, a la gente de la cual solicitan ayuda. Ese efecto será multiplicador con el grupo total de sometidos por Torrico. No obstante, las mentiras irán más allá con una Belén que oculta su secreto personal y familiar o Torrico quien se aparenta como honorable profesionista en su vida personal escondiendo sus acciones de sucio y descarado explotador. Todo redunda en ficción y realidad que todavía desembocará en otras existencias que dependerán del engaño (actuación) para hacer llevadera la existencia.
Ernesto acepta el trabajo que le ofrece Torrico porque es la única salida que tiene para permanecer en México mientras consigue otra oportunidad. Al ir obteniendo buenos resultados Torrico le ofrece el “privilegio” de su amistad y hasta lo invita a su elegante residencia para la celebración de su cumpleaños, donde el actor conoce a su familia. Y nuevamente, todo es apariencia: no existe tal posibilidad de una buena relación cuando Torrico le exige que sea el amenizador de su fiesta a lo cual Ernesto se ve en la necesidad de aceptar su condición manipulable como marioneta. También se ha tornado en otro ser explotado por el villano. Luego se enterará de la forma en que presiona a Belén para que sea la favorecida entre los demás miembros de mendigos.
La película no llega a cuajar en su discurso universal contra la explotación: se queda en una mera anécdota puesta al día dentro del cine mexicano ya que estamos con los descendientes de la colonia de ladrones y lisiados que manejaba el sádico Miguel Inclán en Los hijos de la calle (Roberto Rodríguez, 1950) que los sometía con base en crueldad y chantajes para ser mantenido por ellos pero hundidos en condiciones de pobreza absoluta, contrariamente a la cofradía de mendigos que junto con hampones conformaban el Mesón de los Dormidos donde el contubernio era benéfico para la subsistencia de los pobres en Ventarrón (Chano Urueta, 1949). Más alejados están los mendigos invasores de centros comerciales y casas en Flores de papel (Gabriel Retes, 1977) que pertenecieron al cine permisivo sugerido del gobierno echeverrista, como búsqueda de justicia social. Todas estas cintas cumplían con su discurso melodramático sin mayores consecuencias.
Lo que debe destacarse son las buenas actuaciones del cubano Hernández quien tiene carrera hecha previamente en su país natal además de series de televisión [lo mismo que el guionista Álvaro Arango, guionista de varias cintas de Juan Carlos Tabío, el codirector de Fresa y Chocolate (1993, con Tomás Gutiérrez Alea)]. Fátima Molina pertenece al grupo de nuevas actrices mexicanas con rasgos físicos más étnicos y su trayectoria mayor es por la televisión (la serie Diablero, por ejemplo). Y el que resulta fenomenal es Juan Manuel Bernal quien ya muestra edad y trayectoria. Entre los roles menores hay personalidades de antaño como Erando González y nuevos valores como Nicolasa Ortiz-Monasterio. El realizador Curiel de Icaza nos ofrece su segundo largometraje luego de la ligera y entretenida Acorazado (2010). Marioneta es una película bien realizada, con elenco adecuado, pero que no alcanza mayores niveles de trascendencia.