NADIE
(Nobody)
2021. Dir. Ilya Naishuller.
Fuera de todo realismo y toda lógica, dentro de la categoría de cintas como Búsqueda implacable, Otro día para matar, la saga de Rápidos y furiosos o la reciente entrega de Rambo, estamos ante una cinta que posee ritmo, gracia y personaje cautivador. Cualquier objeción vendrá de quienes no aprecian al cine como lugar de catarsis o proyección de deseos reprimidos contra toda instancia de abuso o prepotencia. Nadie narra el resurgimiento de Hutch Mansell (Bob Odenkirk) hacia su propia naturaleza. Un tipo manso, un “don Nadie” que resulta ser un lobo con piel de oveja. Una noche su casa es invadida por una pareja de asaltantes. Aunque tiene la oportunidad de defenderse y golpear a uno de ellos, prefiere contenerse, aunque eso le deje mala impresión a su hijo adolescente y cierto rechazo por parte de su esposa, aparte de las burlas de su suegro y cuñado, para los cuales trabaja como contador en una compañía que maneja diversos metales. No obstante, al enterarse de que los ladrones se apropiaron de un brazalete de su hija pequeña, quien lo admira de manera incondicional, se despierta una fiera dormida. Antes, su hijo le ha pedido una entrevista para un trabajo escolar donde debe narrar las experiencias de un familiar en el ejército: el padre le responde que solamente fue “auditor”, por lo que la decepción del hijo es todavía mayor.
Lo que se desconoce es que un “auditor” era un asesino oficial, el encargado de eliminar a todos los delincuentes y personas non gratas en diversas misiones para el gobierno, por lo que su identidad es ultrasecreta. Hutch había decidido renunciar a todo aquello para formar su propia familia cayendo en la rutina cotidiana, con tal de disfrutar de sus seres queridos. Ahora, está a punto de perder su confianza, por lo que debe de tomar una decisión. El brazalete debe ser recuperado: unos tatuajes en la muñeca de uno de los asaltantes es la clave para encontrarlos, pero eso lo coloca en un camino donde ya no habrá retorno. Un enfrentamiento. La ira de la mafia rusa. La necesidad de recrear la vida anterior, revitalizar a un padre retirado, exoficial del FBI, además de otro ser cuya identidad se revelará hasta el final.
Nadie
utiliza la calma y el sosiego como detonadores de violencia que se
justificará en términos de justicia. El tema de la familia, a la cual se deberá
de proteger contra cualquier obstáculo, hará que se derriben las barreras
morales y los escrúpulos personales. Lo que acerca más al espectador a esta
trama rica en humor e ironía, y mucha aspereza, es esa presencia plácida de un
ser que, en apariencia, “no rompe un plato”, pero que se transformará
radicalmente para defender lo suyo. Hutch es la persona de la que menos
esperarías una reacción violenta, pero quien, contrariamente a cualquier personaje
cínico, muestra seguridad y entereza para enfrentar al enemigo. Fuera de la
rudeza de trato cuando se encuentra inflamado de enojo, está un sentimiento
interior que le ablanda. Mucho tiene que ver el guion compacto (apenas 90
minutos), equilibrado (al inicio, se muestra la rutina sin cambios de Hutch),
extremo (una vez que inicia la acción, ya no puede detenerse), bien realizado y
actuado por un reparto que se encuentra medido y preciso. Canciones del pasado
sirven como coro griego que comenta consecuencias o realidades (“I gotta be me”
–“tengo que ser yo” se escucha cuando Hutch debe tomar una decisión violenta;
“Don’t Let Me Be Misunderstood” – “no me mal entiendas” cuando no reacciona
inicialmente; el concierto de piano de Tchaikovski se escucha cuando entran en
escena los rusos; y así, inteligentemente se suceden otras melodías). Y no hay
mejor recompensa que efectuar una venganza, cumplir con la justicia, y salir
con un Van Gogh bajo el brazo.