¡QUERIDOS CAMARADAS!
(Dorogie Tovarishchi)
2020. Dir. Andrei Konchalovski.
Es junio de 1962 en el pequeño pueblo industrial de Novocherkassk, que se encuentra al suroeste de Rusia. El gobierno ha incrementado los precios de los alimentos pero, además, en la fábrica eléctrica del lugar, han reducido los salarios. Los obreros se lanzan a una huelga que sorprende a los miembros del partido del lugar, y el hecho hace que se movilice el ejército, así como enviados del primer ministro Nikita Khruschev. Lyuda (Yulia Vysotskaya, excelente) trabaja en el partido, es comunista convencida, añorante del régimen estalinista, hasta que los hechos la llevan a entender una realidad más allá de los ideales: su hija Svetka se encuentra entre los desaparecidos, luego de que se abre fuego contra los manifestantes, provocando una inesperada (y anticonstitucional) masacre. El realizador Konchalovski se ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia 2020 por esta desgarradora película, en límpido y claro blanco y negro, además de formato convencional académico, que narra un hecho sangriento encubierto por el gobierno soviético por ese tiempo.
La cinta va desarrollando la temática política que llevará al hecho sangriento, pero le interesa más narrarlo a través de la historia personal de Lyuda, para dar una idea de los fanatismos políticos, los errores gubernamentales, la falsa idea de que existen sistemas perfectos para el manejo de la sociedad, pero, más que nada, los extremos a los que se llega con tal de evitar que se conozcan las imperfecciones y las fallas. Lyuda es burócrata con privilegios. Su estatus dentro del partido le ofrece abusos particulares como introducirse a los almacenes de las tiendas, atiborradas por clientes que buscan mercancía usualmente escasa y cara, para surtirse sin problema, contra la supuesta lealtad a las masas; por otro lado, es amante del propio jefe, casado, del partido. Lyuda fue enfermera durante la Segunda Guerra Mundial y se convenció de los métodos de Stalin, su fervor comunista, su entrega a una ideología, aunque desde la comodidad de su circunstancia social.
La acción se centra en tres días de junio. El inicio de la huelga, la llegada del ejército, el enfrentamiento, el involucramiento de la KGB para atemorizar a los habitantes contra el ejército (que resultará culpable). Svetka, la hija de Lyuda, desaparece luego de los ataques. Iniciará la búsqueda, por parte de la mujer para tratar de encontrarla. No sabe si está muerta o anda escondida. Lyuda será testigo de todos los enjuagues y artimañas que el partido oficial inventará con la intención de justificar las acciones. Esto lleva a un proceso personal de cambio: ya no son los ideales políticos, sino las pasiones humanas. Ya no es el fervor comunista, sino el respeto por la vida. Ya son las tantas mentiras que se han estado viviendo, cultivando, incrementando. Konchalovski logra, al narrar una historia cruel y verdadera de hace sesenta años, abrir tantas posibilidades de comparación con otros regímenes, dictaduras, engaños, fanatismos, de muchos países en el mundo, sin dejar de lado, amargamente, en este tiempo, a México, donde la corrupción sigue a flor de piel, contra lo que afirme un estúpido pseudolíder.
Konchalovski
ha sido un caso especial en cuanto a los realizadores soviéticos: se dio a
conocer a principios de los años setenta (Nido de hidalgos, 1969-70; Tío Vania,
1970) para llegar a la obra maestra que lo internacionalizó (Siberiada,
1979). En Estados Unidos filmó cintas que fueron taquilleras (Los
amantes de María, 1984; El tren de la muerte, 1985; la deliciosa y
subestimada Tango y Cash, 1989 con Stallone). Y luego ha alternado
países, para filmar en los últimos años en Rusia. La maravillosa actriz
Vysotskaya (además, esposa en la vida real del director) ha estado en sus
cintas más recientes. El personaje de Lyuda, al inicio de la protesta, invoca a
Stalin diciendo que “todo transgresor a la paz debería de ser arrestado y
castigado por desgraciar a la nación”. Más tarde, se coloca de rodillas y pide
a Dios que su hija no haya muerto: ella, que era atea confesa y ruda, ante su
creyente padre. Y todo este cambio de ideología, fidelidad, creencia, fluye de
una manera desgarradora y amargamente convincente.
La actriz Yulia Vysotskaya con su marido y director Konchalovski