domingo, 31 de octubre de 2010

EL FINAL (BRILLANTE) DE UNA ETAPA


EL JUEGO DEL MIEDO VII
(Saw 3D)
2010. Dir. Kevin Greutert.


Me plagio a mí mismo desde los artículos que escribí sobre las secuelas previas de esta cinta en la difunta página de Diana González. Soy fanático y admirador de esta novela fílmica-río de ficciones de tortura-medio catártico para imaginar que la violencia no está a la salida del cine sino solamente en la pantalla.

Cuando hablé de la parte V, comenté:

En general, el acercamiento a este tipo de películas siempre provoca la sorna y el sarcasmo de los críticos exquisitos o del público que se siente por encima de la historia del cine; el rechazo previo, prejuicioso e injusto de quienes califican como “churros” a las películas que se alejan de lo que debe ser “el gran arte” o para quienes el entretenimiento es sinónimo de vulgaridad. Por otro lado, hay entre ciertas personas la animadversión contra el hegemónico cine norteamericano olvidando que las grandes cinefilias nacieron de películas “gringas” que en su momento fueron subvaloradas (hasta que los franceses descubrieron al “común” cine negro, por ejemplo). Tal vez la única excusa válida para un espectador que no guste de estas cintas sea su sensibilidad contra las imágenes excesivas, pero eso no le da derecho a rechazarlas gratuitamente. La serie de “El juego del miedo” iniciada en 2004 y que ha producido de manera puntual una secuela cada año subsiguiente, nos habla de justicia y lo que significa “rehabilitación” para seres que deben, por lo tanto, pagar por sus faltas. El personaje de John Kramer (Tobin Bell)
selecciona a sus víctimas con base en sus defectos: estos han tenido terribles consecuencias para sus semejantes. A través de la tortura elaborada (lo que llama “juegos”) expone a sus víctimas al castigo y los lleva a situaciones extremas (ellos mismos se desmembran, se desangran). Esa es la base de las películas: un grupo de personas culpables (dos en la cinta original; luego ha crecido el número) que se encuentran encerradas en lugares sellados que deben pasar por pruebas terribles para seguir adelante o hacia la posible libertad prometida. Una constante ha sido escenográfica: los lugares de encierro se sienten claustrofóbicos y uno tiene la idea de que fueron realizados, dentro del ámbito de la ficción, específicamente para esos terribles fines (como sucedió para la película, claro, en la realidad). Fuera de las imágenes que nos muestran a la policía u otros personajes que llegan a dichos espacios, pareciera que están en profundidades inmensas. Se tornan en representación de la idea cristiana del infierno por “los lamentos y el crujir de huesos”. Secuela tras secuela esas almas pasarán por otras pruebas para continuar con la tortura eterna. Luego viene el ingenio para la maldad. Las variantes de los juegos. Las grabadoras, los monitores de televisión, las llaves para abrir candados o puertas, las cajas herméticas que encierran cabezas. Las sierras. La electricidad. El péndulo con hoja afilada. Esa fue una de las cualidades que llamaron la atención de un público que aceptó masivamente a la cinta original, por lo que se tornó en esencia de las secuelas.


He hecho todo un resumen porque eso es lo que pretende la parte VII de la que hablamos ahora: cerrar todas las situaciones que se desencadenaron desde la cinta primigenia. Cary Elwes, primera víctima,
reaparece en una sesión donde se reunen quienes han sido víctimas que lograron escapar con vida de las maldades de John Kramer. El detective Hoffman (Costas Mandylor)
, secuaz de Kramer y víctima indirecta de quien fuera su esposa Jill (Betsy Russell), ahora la busca para cobrar venganza. Y el criminal final es Bobby Dagen (el estupendo Sean Patrick Flanery)
cuyo pecado mayor fue enriquecerse con un libro donde contaba la falsa historia de su sometimiento, brutalización y escape de las garras de Jigsaw, o sea Kramer. Necesita pasar las pruebas que permitirán la liberación de gente cercana para alcanzar el rescate de su esposa para tener derecho a corregir el fraude.

Todo lo anterior se aplica. Todo viene a ser brutal pero ahora magnificado con el sistema de tercera dimensión que con sus adelantos es impactante. La trama viene a repetir los juegos perversos y mortales pero también deja al final la frase de “final de juego” para decirnos quizás, que el ciclo ha terminado o tal vez, ojalá, sería maravilloso que el próximo “jalogüin” pudieramos tener una segunda etapa, un relanzamiento, una manera de releer este gigantesco y ambiguo cuento moral.

Nota: He leído algunas notas “seudocríticas” (¡ah! ¡cómo extrañamos a nuestros críticos de los tiempos cuando había cinéfilos!) en la red, sobre esta película, además la del cercano burro disfrazado, para encontrarme con un lugar común: el rechazo hacia una fórmula que conocen, que cada año no dejan de ver la secuela, y que cada año rechazan. La realidad es que pasa lo mismo de siempre: las cintas son taquillerísimas y el público asiste. Los razonamientos son superficiales. Nunca se nota una visión conjunta del ciclo. El género “gore” está condenado de antemano sin que se le vea como una representación simbólica de los tiempos que se viven. En el pasado eran menos aplicables a nuestra realidad mexicana: ahora pueden extrapolarse al mundo porque éste ha degenerado y se ha tornado en una pesadilla constante. Uno comprende la taquilla de “Actividad paranormal 1 y 2” en función del truco visual que queda en un elemento insostenible y porque a la gente le gustan los cuentos de fantasmas y quieren creer en ellos. Por fortuna el cine es universal, diverso, nos llega de distinta manera, acorde con nuestros procesos intelectuales o las razones que nos rodean o el conocimiento y las referencias que poseemos. De ahí las diferencias entre uno y otro título mencionado. Quien entienda, sea bendito: final de juego.