viernes, 25 de febrero de 2011

MUTUO ENTENDIMIENTO


EL DISCURSO DEL REY
(The King’s Speech)
2010. Dir. Tom Hooper.

Una película acerca de la amistad que surge del entendimiento. Logue (Geoffrey Rush, fantástico, equilibrado) es un terapeuta del habla; El príncipe Alberto (Colin Firth, en el estilo de Jeff Bridges: siempre impecable en cualquier rol que le toque, hasta en estupideces como “El diario de Bridget Jones” o “¡Mamma mía!”) es un monarca tartamudo. Lo conocemos primero en 1925 mientras inaugura un evento con un embarazoso discurso. Su esposa, la duquesa de York (Helena Bonham-Carter en un rol agradable, alejado de las tonterías que le hace filmar su marido Tim Burton) lo ama y quiere lograr su curación. Es entonces cuando encuentra a Logue y lo une con su esposo y así comienza una relación tempestuosa que terminará siendo exitosa y contínua.
La cinta narra cómo el príncipe David se convirtió en Eduardo VIII para luego abdicar por su gran amor: la horripilante Wallis Simpson. Entonces, Alberto tuvo que llegar al trono por sucesión tomando el nombre de Jorge VI como honor y recuerdo a su padre. Jorge no quería ser rey; mucho menos hablar en público, pero llegó su destino y tuvo que enfrentarlo. El discurso del título da lugar a una secuencia desgarradora, sobre todo por la forma en que el rey va siendo dirigido por su maestro. La película es un manjar exquisito que toma de la mano al espectador y nunca lo suelta pero lo acaricia, lo abraza y le hace sentir el gran amor que emana de las cintas honestas, filmadas con inteligencia y apasionamiento.

Por otro lado, la película recuerda otros tiempos cuando la nobleza había adquirido cierto nivel y las normas tanto morales como sociales daban lugar al respeto. Los desmanes de Enrique VIII, por mencionar al perverso más popular, se habían quedado atrás en estos siglos 19 y 20 durante las eras de Victoria y Jorge. Ahora se tenía que abdicar si no se tenía a la consorte adecuada o la misma era sujeta a habladurías, divorcios, aquello prohibido por la iglesia anglicana, cuya cabeza es el Rey. El tono se mantiene desde la figura del rey padre; la elegancia de la reina María (una Claire Bloom irreconocible, con belleza serena, a los casi 80 años de edad); la educación de las hijas de Alberto (o sea la futura y actual reina Isabel); la manera en que tanto Alberto como su esposa Isabel (quien será la reina madre)
exigen un protocolo de respeto y un comportamiento de súbdito a regente.
Aparte están las novedades tecnológicas: la transmisión remota de radio y el uso del medio para los discursos reales; las grabadoras de sonido en discos de pasta por medio de agujas; toda una parafernalia que define un mundo que entraría a una cruenta guerra para alentar, paradójicamente, el adelanto científico que tristemente tendría como emblema a la bomba atómica, pero luego vinieron la televisión, los modernos electrodomésticos, las naturales tecnologías.

Todo ello está alrededor del personaje y de su maestro, amigo. Éste comprende perfectamente la realidad del noble duque de York y sin querer, sutilmente, va penetrando como psicólogo en sus tormentos internos y personales. Lo que debe agradecerse es que nunca cae en el melodrama (no se profundiza en la escandalosa Simpson ni en la torpe decisión del rey que abdica; los enojos del rey están sustentados en su conciencia de la estirpe a la cual pertenece y a la cual no desea caer) y tiene un fino sentido del humor que tampoco llega a la caricatura ni a la farsa. Logue confronta al noble y le hace enojar porque se cumple aquello de la verdad que incomoda: como todo pasa en esta vida, finalmente reluce y equilibra cuando las personas poseen calidad.

El realizador Tom Hooper tiene escasa filmografía. Su cinta para la televisión, “Longford”, fue aclamada en 2006 y ganó nominaciones al Emmy, Globos de Oro, entre muchos premios. Aquí demuestra su talento visual y narrativo (fíjense en la secuencia donde mueve la cámara hacia adelante y atrás, con cambios enormes en lo que se está contando). Su dirección de actores es precisa, aunque con ese elenco, ya hubiera sido el colmo que fallara.

Un defecto físico procedente de un ambiente enérgico y castigador se va curando como le pasa al alma para dejar relucir a quien fue un buen símbolo patriótico y unificador que los británicos (y sus súbditos extrafronteras) respetaron, aunque como todo personaje histórico se saquen a colación situaciones negativas. Qué extraordinaria película. Permite que uno viva, por momentos, todo un mundo desaparecido que no era mejor que en el que vivimos, pero al menos tenía normas, valores: respeto, sentido de amistad, honor.