miércoles, 6 de abril de 2011

EMBRUJO DE MUJER


NADIE ENGAÑA A UNA MUJER
1966. Visconti, Bolognini, Pasolini, Rossi, De Sica.



Por aquellos años existían las salas de arte de Gustavo Alatriste en el Distrito Federal (se llamaban: “Cine Club de Arte”). Uno veía los anuncios en la revista “Sucesos para todos” (que también le pertenecía) y anhelaba tomar el camión (en esos tiempos el avión nos era prohibitivo) e irse a ver “Los rojos y los blancos”, “Pasajera” o “Nadie engaña a una mujer”, porque el desconocimiento de la distribución de cine nos hacía pensar que esas películas también eran otra propiedad del magnate y jamás pasarían en este Monterrey sin sucursales de sus salas.

Y un día, repentinamente, apareció precisamente “Nadie engaña a una mujer” anunciada en el Cine Juárez. Ya estaba la posibilidad de ver la: no era un mero privilegio de los capitalinos. Con esto nos dábamos cuenta que, aunque Alatriste tenía los derechos de algunas cintas (entre ellos las que filmó con Buñuel y la Pinal o “La mujer de a seis litros” de Rogelio A. González), en otras ocasiones exhibía los títulos que no le interesaban explotar a las cadenas de cine aunque aquí anduvieran las copias porque eran acervo de las compañías poderosas. “Nadie engaña a una mujer” era producción de Dino de Laurentiis y la distribuía la United Artists.

El título original de esta coproducción italo-francesa era “Le streghe” cuya traducción literal es “Las brujas”. Constaba de cinco fragmentos de variada duración dirigidos por sendos realizadores prestigiosos en lo que parecía ser un acto de amor del productor hacia su esposa Silvana Mangano (1930 – 1989) al dejarla interpretar cinco retratos fascinantes de mujeres disímbolas.

Luchino Visconti
dirigió “La bruja quemada viva” donde Mangano es Gloria, una famosa actriz que llegaba a la cabaña invernal de su mejor amiga (Annie Girardot) donde tenía una reunión de fin de semana con varios amigos. Sufre un desmayo y descubre que está embarazada. Habla por teléfono con su poderoso marido, también su productor, al cual le ruega que la deje disfrutar de este hijo: sin embargo fracasa porque al día siguiente parte nuevamente a continuar su carrera.

Es la parte más elegante e intelectualizada de la cinta. La actriz Gloria vive en constante pose y su figura es decorativa, levantando la admiración de los demás. Cuando sufre el desmayo, las otras invitadas le quitan peluca, las cintas cosméticas y sus pestañas postizas. Gloria se torna vulnerable; deseada y magníficamente terrenal por los hombres del lugar (Francisco Rabal o Massimo Girotti, nada menos). De esa manera es como se comunica con su marido para sufrir rechazo y ser dominada por el poder. Volvemos a verla mientras la maquillan, la envuelven en ropajes riquísimos para que luego ascienda por los aires en un helicóptero. Hay otro momento donde uno de los jóvenes camareros es buscado por una mujer ya entrada en años quien coloca el retrato de Gloria sobre su rostro. Al quitárselo, la mirada lujuriosa y sonriente del muchacho se elimina de manera automática.

Mauro Bolognini
realizó el corto segmento “Sentido cívico” donde Mangano, vestida elegantemente, conduce un auto pequeño y llega al lugar donde ha ocurrido un accidente. Ofrece llevar al lesionado (Alberto Sordi) al hospital ya que la ambulancia tardará mucho tiempo. De esta manera, la mujer conduce rápidamente con la simple señal de sacar un pañuelo blanco por su ventanilla. El hombre, consciente, le pregunta el motivo por el cual no ha parado en ningún lugar. Ella no le responde y llega a un lugar en los suburbios, un evento social, y despide al hombre diciéndole que no tiene nada y que tome un taxi.

Llama la atención que el serio Bolognini (“El bello Antonio”, “La mala calle” o “La noche brava”, entre otros títulos) utilice la ironía y el humor, aunque se comprende que su crítica social se encuentre presente a través de personajes opuestos: el ranchero herido en su camioneta y la frívola e indolente señora que supuestamente le ayuda aunque en realidad buscaba su beneficio (una especie de propia ambulancia que le permitierá despejar el tráfico). Al final, su falta de caridad y su egocentrismo revelan la falta total de sentido cívico que le alaban los testigos del accidente y quienes la han alabado por su actitud.

Pier Paolo Pasolini
filmó el episodio “La tierra vista desde la luna” donde el Sr. Miao (Totò) y su hijo pelirrojo (Ninetto Davoli) lloran la muerte de su esposa y madre respectivamente. Deciden encontrar a la mujer que la sustituya y luego de varias perspectivas negativas, encuentran a Assurdina,
una joven sorda y muda, con cabellos verdes (Mangano), quien acepta desposar a Miao. En su afán por buscar dinero y alentada por su esposo e hijastro, la mujer finge que va a suicidarse cuando en realidad busca caridad. Un accidente hace que realmente muera, aunque la pareja de hombres la reencuentra en su casa donde ella asegura que seguirá con ellos a pesar de la muerte. Un segmento con el humor característico de Pasolini donde rinde homenaje al legendario cómico Totò (a quien ya había dirigido un año antes en el largometraje “Pajarracos y pajarillos”) y utiliza escenografías y personajes que no llegan a la realidad. Su moraleja, presentada en un cartel, se resume en que es lo mismo estar vivo que estar muerto. El personaje femenino es la sumisión completa, la mujer que no discute ni entiende, elevada casi a la santidad por lo que no puede morir y debe permanecer al servicio del hombre. Un discurso muy cercano al polémico Pasolini. Permite ver a una Mangano en plano irreal.

Franco Rossi
fue el responsable de “La siciliana”, otro cortísimo y divertido segmento donde Mangano es la hija, pasadita en años, de un hombre que pregunta los motivos por los cuales llora. Ella cuenta una historia de seducción bastante inocente por parte de un hombre. El padre, escandalizado, va a matarlo. Se desata una serie de venganzas familiares hasta que hay una hilera de funerales y la mujer grita que no comprende tanta sangre.

Un realizador que no sobresalió por una gran carrera, solamente por episodios en cintas ómnibus, da lugar a un chiste de venganzas sicilianas filmado con brío y rapidez. Mangano está excelente y divertida como la manipuladora Nunzia cuyas intenciones de que el padre obligara al tipo que deseaba para que la desposase, fuera el inicio de la cadena con eslabones de muertes inútiles. Una crítica, tantas veces realizada, del machismo y la violencia entre sicilianos.

Vittorio de Sica
cierra la película con “Una noche como las otras” donde una esposa (Mangano) imagina que vive una existencia apasionada con su marido norteamericano (Clint Eastwood) quien es un burócrata ocupado que siempre llega cansado a casa y solamente desea meterse en sus pijamas y dormir. Finalmente, ella se da cuenta que con todos sus defectos está plenamente enamorada.

El gran representante del neorrealismo italiano estaba en una etapa criticada negativamente de su carrera. Se le acusaba de complaciente porque ya no mostraba las cualidades de sus cintas de posguerra. El tiempo ha subrayado su calidad. Su dupla de éxitos con Mastroianni-Loren (“Ayer, hoy y mañana”; “Matrimonio a la italiana”), previos a esta cinta, que se confirmarían con un espléndido melodrama posterior (“Los girasoles de Rusia”) y una joya del cine italiano de los años setenta (“El jardín de los Finzi Contini”), están como testimonios de su genio.

En su segmento que cierra de manera espléndida a este grupo de “brujas”, Mangano es la cotidiana ama de casa, Giovanna, quien viste con elegancia, utiliza lentes y cocina para su esposo, un hombre atractivo aunque aburrido (con lo que viene a dar al traste con las idealizaciones que producen ciertos estereotipos). Por tal motivo sufre ensoñaciones donde ella produce celos, el hombre lucha por ella y el mundo es cinematográfico. De Sica subraya su interés por el melodrama cotidiano de pareja cualquiera que sea su circunstancia.

Y esto es “Nadie engaña a una mujer”. Cinta ómnibus, como se les llamaba, porque en la década de los sesentas fueron comunes las compilaciones de cortometrajes que giraban alrededor de un eje temático. “Las brujas” muestra los aspectos distintos de mujeres hechizantes o hechiceras. Facetas de símbolo sexual-víctima del mercado; frivolidad y egoísmo; sumisión hasta la explotación y la misoginia; histeria por el deseo no consumado-provocadora de muertes; esposa resignada a su condición porque está convencida de que el amor lo salva todo.

Cinco realizadores que habían nacido desde 1901 (De Sica), 1906 (Visconti), 1919 (Rossi) hasta 1922 (Pasolini y Bolognini), por lo que eran representantes de un cine italiano de prestigio y tradición, así como renovado y de búsqueda, para el año en que fueron filmados sus episodios. De Laurentiis supo escoger perfectamente a quienes podrían sacar partido al prisma de rostros que poseía una diva italiana. No fue en balde: Mangano aparecería posteriormente en joyas de Pasolini (“Teorema”, “Edipo Rey”) y en maravillas viscontinianas (“Muerte en Venecia”, “Ludwig”, “Violencia y pasión”) que enfatizarían esa presencia que surgió desde “Arroz amargo” en los años cincuenta.

Reencontrarla en DVD luego de todo este tiempo (cuando íbamos al Juárez a gozar del cine que ahora nos resulta entrañable y nos recuerda pasiones y génesis de secretos) sirve para caer en la cuenta que aunque no estuviéramos en la capital, repentinamente teníamos estas muestras de cosmopolitismo. Un Monterrey que nos ofrecía las alternativas que también disfrutaban los jóvenes europeos y los cinéfilos universales.

Una película mágica y embrujadora.