jueves, 28 de abril de 2011

LOS GRANDES ACTORES (I)


VAN HEFLIN
(1910 – 1971)


El próximo julio se cumplirán 40 años del fallecimiento de Van Heflin, otra de las personalidades excelsas, y fácilmente relegadas al olvido, del Hollywood de antaño, el de los grandes momentos. Heflin, de ascendencia franco-irlandesa, ganó el Óscar como mejor actor secundario por “La senda prohibida” (Johnny Eager, 1942, dirigida por Mervyn LeRoy) retrato de un hampón insensible y práctico, Johnny Eager (Robert Taylor), que utiliza a la gente para sus fines personales. Tiene como abogado a un joven dipsómano, letrado, con modales finos, Jeff (Van Heflin) quien viene a ser el pretexto del amigo que sirve como su conciencia. Una joven de sociedad, Liz (Lana Turner) será la única que logre sacarle lágrimas cuando tenga que renunciar a ella ya que está prácticamente anunciado su final.
La película está muy bien filmada, aparte que es interesante y su narración tiene buen ritmo. Uno va notando esa característica de frialdad en el hampón que no ha tenido motivos para amar. Tener a una mujer a su lado es algo natural, común, para hacerse compañía y darse placer. No comprende que haya algo más allá de este tipo de relación. Y es lo que Jeff vive cuestionándole. Esa es la cualidad mayor del personaje: el abogado quisiera que se rompiera el hielo del corazón de Johnny para que pudiera, al menos, tener idea de lo que significa la pasión amorosa con la improbable y remota fantasía de que el hampón pudiera corresponder a su afecto. De manera sutil, se nota que Jeff está al lado de Johnny sufriendo humillaciones, ahogando sus secretos en el alcohol, porque está enamorado. Casi al término de la cinta, cuando Johnny parece haber recuperado su humanidad y desechado la alternativa amorosa de Liz, es cuando Jeff se atreve a proponerle que se vayan juntos de viaje, a escalar una alta montaña. Al final de la cinta, Johnny, herido de muerte, expirará en los brazos del hombre que lo ama.

Este tipo de personajes y situaciones, siempre veladas, siempre insinuadas, en el cine de esos tiempos, permite darnos cuenta de las formas en que se retaba a la censura (y la estupidez de los censores). Sin embargo, se necesitaban actores consumados que podían manejar inteligentemente a sus personajes para dar los matices, dejar claras las intenciones subterráneas y darle libertad al público para que entendiera. Heflin era tan sensible y profundo que lograba diversos niveles en sus actuaciones para ofrecer actuaciones tan profesionales y complejas como accesibles y comunes a simple vista.

Otra de sus grandes interpretaciones sucede en “El cómplice de las sombras” (The Prowler, 1951, dirigida por Joseph Losey) donde es un policía, Webb, que reencuentra a un viejo amor de juventud, Susan (Evelyn Keyes), ahora desposada con un locutor de radio que la deja sola por las noches. Comienzan un amorío que lleva a Webb a planear el asesinato del marido sin conocimiento de la mujer. Luego de su cometido, se casan, pero Susan resulta embarazada antes de tiempo, por lo que se sospechará de que algo sucedió entre ellos previamente a la muerte del hombre. Heflin aparece seductor como el policía soltero y solitario que inicia su acoso indirecto de la mujer que amó en el pasado. Luego adquiere una dimensión cínica al provocar su pasión, alejándose de ella. Finalmente, el cálculo, la frialdad para cometer un asesinato que permitirá todas las ventajas: el amor de la mujer que siempre deseó, el dinero para su motel de ensueño en Las Vegas. No obstante, el destino se atraviesa.

Alguna vez, Louis B. Mayer, el zar de la MGM le dijo: "nunca conseguirás a la muchacha al final de la película", a lo que Heflin reflexionó y decidió concentrarse en sus actuaciones. Bien valió la pena. Van Heflin es memorable en muchas películas: el granjero pacífico y violentado en “El tren de las 3:10 a Yuma” (Daves, 1957); el excomandante amenazado por un viejo subordinado en “Pasiones humanas” (Zinnemann, 1948); el engañado y atormentado doctor Bovary en “Madame Bovary” (Minnelli, 1949) ; el objeto de la pasión enfermiza de una enferma mental en “Poseída” (Bernhardt, 1947); el resistente yugoslavo en la Segunda Guerra Mundial en “Cinco mujeres marcadas” (Ritt, 1960) ; hasta su conmovedor rol final en pantalla grande como el suicida enfermo que desea un seguro para su futura viuda en “Aeropuerto” (Seaton, 1970).
Quedan otros papeles inolvidables sin mencionar, pero es una mera invitación para que busquen ese nombre en las películas de antaño, si se quiere disfrutar de un actor, un gran actor, en todo el sentido de la palabra.