martes, 26 de abril de 2011

JUGAR A SER DIOS


SÍN LÍMITE
(Limitless)
2011. Dir. Neil Burger.


La película comienza con una secuencia fantástica mientras aparecen los créditos: la cámara recorre una larguísima distancia en un tiempo rapidísimo, siempre en línea directa hacia el fondo, que resulta perfecta para colocar al espectador en el nivel que ofrecerá la trama. Luego vemos a Eddie Morra (Bradley Cooper) en la cornisa de su balcón, a muchos pisos por encima del pavimento.Comienza a contar su historia: era un escritor frustrado que no había podido cumplir con el contrato de una novela. Cierto día encontró a su excuñado quien le ofreció una droga maravillosa que le expandió el cerebro. Pudo terminar su novela, arreglar su departamento, seducir a una vecina. Al buscar al hombre para pedirle más pastillas, aquél fue asesinado. Eddie pudo, sin embargo, recuperar una bolsa llena de la droga que lo llevó por caminos inesperados. Había, de todas maneras, efectos laterales, además de otros interesados en la droga. Al encontrarlo sobre la cornisa es cuando las cosas han llegado a un punto sin retorno, aparentemente.

Estamos ante una trama fantástica que explota el mito del bajo porcentaje de uso que le damos al cerebro cuando en realidad, lo que nos diferencia como seres humanos es el nivel de inteligencia. En este caso, Eddie logra sacar adelante todos los recuerdos, toda la información, todo aquello que se había acumulado y dormido en su memoria; por otro lado, logra asimilar todo lo que va encontrando por su camino. De ahí que escriba su novela y pueda intuir, deduciendo, lo que va a acontecer en el mundo financiero o hablar una lengua extranjera si comienza a escucharla. La premisa está en la manera en cómo usamos el cerebro para resolver problemas o retos.

Lo más interesante de la cinta es que Eddie, junto con los otros usuarios de esta droga, tienen la oportunidad de jugar a ser Dios. Todo lo pueden saber, comprender o penetrar, aunque lo que aparece como paradoja es que no alcanzan a controlar el poder (el propio uso de la droga). Igualmente está el consabido equilibrio natural; el cumplimiento de la tercera ley de Newton: “a toda acción hay una reacción igual y opuesta”. Nada puede ser tan perfecto que vaya contra el universo, la materia y la energía. Dentro del cuento fantástico que nos están narrando debe haber un punto de apoyo que permita mostrar la vulnerabilidad del individuo contra su Creador (considerando el aspecto religioso; para un espectador no creyente, simplemente hablemos de “Naturaleza”).

La cinta tiene un final que no puedo, por ética, revelar, y que da un giro a la última afirmación: no obstante, la película sigue en el imaginario colectivo y no sabremos cuál será, entonces, el final más allá del “fin” que aparece sobre la pantalla.

Y no olvidemos el aspecto del poder que da el conocimiento (la sabiduría). Todos los intentos de supervivencia son movidos por dicho deseo. Hay un momento “vampírico” en un sentido iconoclasta del término que permite la metáfora del uso que se tiene sobre otras personas para sobresalir, ir más allá, tomarlas y desecharlas. Fíjense en el personaje de Robert De Niro y sus actitudes en los dos tiempos importantes de su presencia en pantalla. Compárenlas con esa sangre y esa circunstancia límite para el personaje de Eddie.

Viendo la película no puedo dejar de lado como referencia a “El hombre con los ojos de rayos X”, una de las joyas que el maestro Roger Corman nos regalara en 1963 donde el Dr. Xavier (Ray Milland) utilizaba un suero para sus ojos que le permitían traspasar la materia y con cada dosis, iba rompiendo más sus límites. Esa cinta, más amarga, más apoyada en las palabras cristianas (“si tu ojo es causa de pecado, sería mejor que lo sacaras de su órbita”), establecía que el personaje llegaba a ver más de lo que le estaba permitido al ser humano. En “Sin límites” hay toda una secuencia donde Eddie pasa 18 horas de su vida con una actividad tan intensa y hechos yuxtapuestos de tal manera que son indistintos, que dan idea de ese rebasamiento de la realidad.

Burger es un realizador inteligente con dominio de la acción y, sobre todo, de la transformación de un texto en imágenes notablemente equivalentes y bien editadas. No hay otra manera de entender sus juegos visuales y la forma de resolverlos. El ritmo, la acción vertiginosa con el momento calmo. Su único antecedente conocido, estrenado en nuestras salas, fue “El ilusionista” (2006) donde un mago lograba asegurar el amor de su vida gracias a la falsa realidad. Esa misma irrealidad que Eddie Morra vive en toda esta magnífica película.

Se cuestionó la fuerza de Bradley Cooper para estelarizar y ser protagonista de una cinta. Sus anteriores incursiones en el cine lo han diluido con otros nombres (Liam Neeson en la subestimada y divertida “Brigada A”; sus ignotos compañeros de la extraordinaria “¿Qué pasó ayer?” ). Un estelar previo fue en 2008, en la extraña “El vagón de la muerte” , aunque era una producción de bajo presupuesto. Cooper tiene el suficiente talento y carisma para sacar adelante esta película: de hecho es tan versátil que aparece con tres imágenes distintas en inicio, mitad y término de la trama. En todos los casos convence y el final estremece. Fue, además, tan inteligente, que hasta produjo la película: enseñanzas de la vida.