domingo, 21 de agosto de 2011

COMPLETAR LA NAVE


SÚPER 8
(Super 8)
2011. Dir. J.J. Abrams.


Cuando comenté Medianoche en París hablé de la nostalgia que nos produce el tiempo pasado y que la película insiste en explicar como la falta de valoración del presente: su negación. Sin embargo, por más que queramos, está en nuestra naturaleza. Por eso tenemos memoria, aunque dulcifiquemos los recuerdos. Siempre estamos anhelando repetir hechos del pasado en el futuro o recordando la noche anterior si fue placentera o el logro laboral de hace veinte años. La experiencia te demuestra que cada tiempo tiene su edad y cada cosa queda en su lugar. Qué alegría que podamos recordar: no podemos revivir los hechos.

Esto sucedió con la visión de Súper 8: unos jovencitos (12, 13 años) salen de vacaciones por el verano. Serán tres meses de felicidad. Uno recuerda los veranos de antaño: tres meses completos donde el calor era disfrutado en casa, con el desvelo, con los amigos, con los sueños y esperanzas de lo que vendría: es la edad en que todo es al revés ya que el tiempo se vuelve lento y uno desea que pase pronto. Aquí hay un muchachito que ha perdido recientemente a su madre por un accidente. Se reúne con sus amigos porque están filmando una película en súper 8,
el formato de cine que servía a los aspirantes a cineastas, previo a los avances tecnológicos, al vídeo, a las camaritas digitales de hoy. Una noche, mientras filman en una vieja estación de trenes, una camioneta se cruza en el camino de un ferrocarril que viene a toda velocidad. Hay un descarrilamiento brutal. Los jovencitos escapan queriendo ponerse a salvo. La cámara cae y sigue filmando. La recuperan antes de alejarse del lugar.


Al día siguiente se enteran que el ejército está en su pequeño pueblo del estado de Ohio. Alternadamente nos damos cuenta que están sucediendo hechos extraños aparte de la desaparición de varios habitantes, de perros, apagones de luz, robo de electrodomésticos. Por otro lado, sabemos que hay un distanciamiento entre el jovencito huérfano y su padre. Luego está la inexplicable enemistad entre un tipo borracho, padre de la chamaca que le gusta a nuestro personaje. Al revelar el rollo de la cámara se descubre que hay un ser especial en el pueblo. El ejército ordena la evacuación del pueblo debido a un incendio provocado precisamente por aquél. Todos los cabos sueltos deben atarse.

La película va desarrollándose de manera inteligente. Hay mucha trama y es el tipo de cinta que hace tiempo no se encontraba: el puro y simple entretenimiento porque las premisas se han establecido y no hay trucos ni situaciones forzadas. Todo tiene su motivo y nada se resuelve hasta el momento preciso. Es una oda a la imaginación y la materialización de lo que hubiéramos querido vivir: una aventura inesperada en nuestra propia ciudad cuando estábamos de vacaciones junto con nuestros mejores amigos, aquellos a los que frecuentábamos seguido y que solamente la vida, la distancia o la diaria existencia nos los alejó.

Los personajes son entrañables y están muy bien dibujados. Joe (Joel Courtney) está enamorado de Alice (Elle Fanning) quien es hija del peor enemigo de su padre.
Joe sabe dibujar, crea modelos de aviones, trenes que luego será parte importante para la resolución de existencia del extraño ser. Es el “maquillista” de la cinta sobre zombis donde Alice se ha incorporado como estrella cuando ocurre el accidente. Hay un misterioso cubo que vibra y luego adquiere una fuerza incontrolable.

Charles (Riley Griffiths) es el gordito aspirante a cineasta que vive dictando hechos, controlando todo, y está también enamorado de Alice. Lo mismo pasa con los otros jovencitos y con los personajes adultos que son importantes pero relegados, justamente, a un segundo plano auxiliar.

Es la imagen de libertad, de inocencia que se encuentra ya a punto de la etapa siguiente cuando llegue la curiosidad, el descubrimiento del sexo y el sentimiento amoroso. Es la idea de aventura y el descubrimiento de que los sueños se pueden materializar, aunque sea virtualmente. Es el cine mal llamado “comercial” (todo cine anhela recuperar sus inversiones económicas) que tiene sus cualidades, ofrece un discurso que permite la emoción y el cuestionamiento personal, porque el presupuesto le ha dejado ir más allá en las imágenes. Y curiosamente, aunque produce estos sentimientos de nostalgia, insiste en recordarnos que debemos dejar atrás el pasado y ver hacia adelante: por eso una medalla que recuerda a la madre muerta es la pieza perfecta para completar el modelo de la nave que dará lugar al equilibrio.

El director J. J. Abrams, a quien debemos Lost en televisión y la excelente cinta con antecedentes juveniles de los personajes de Star Trek.