viernes, 19 de agosto de 2011

LECCIÓN DE VIDA


MEDIANOCHE EN PARÍS
(Midnight in Paris)
2011. Dir. Woody Allen.


La película inicia con tomas diversas y alternas de diferentes barrios parisinos. Se escucha la música de Sidney Béchet que tiene un saborcito netamente francés (y que hemos escuchado con otras melodías en diversas cintas del mismo Woody Allen). Así tenemos el escenario dispuesto para la trama que se irá desarrollando en los siguientes cien minutos. Gil (Owen Wilson)
es guionista en Hollywood y está escribiendo su primera novela porque quiere alejarse de la mediocridad en que le ha sumergido el éxito. Está de visita en París junto con su novia y futura esposa Inez (Rachel McAdams) y con sus suegros. La ciudad le ha fascinado y desea caminar por sus calles, mojarse con la lluvia, escribir. Su novia reencuentra a un antiguo profesor con su esposa y comienzan a salir a distintos lugares ante el disgusto de Gil.

Cierta noche, declina una invitación para ir a bailar, queda solo e inicia una caminata donde pierde el rumbo. Se sienta sobre los escalones de una iglesia y cuando inician las campanadas de medianoche, llega un automóvil de los años veinte (la época que considera dorada por la intelectualidad que habitó al París de entonces) que le invita a subir para ir a una fiesta: son Scott Fitzgerald y su esposa Zelda. En el lugar al cual llegan, un compositor toca el piano y canta su propia creación, por lo que Gil descubre que es Cole Porter. Luego, Fitzgerald lleva a Gil a un bar más tranquilo donde le presenta a Ernest Hemingway. Gil no puede creer su buena suerte aunque ya sabe que ha entrado al pasado, le pide al legendario escritor que lea su novela y le dé su opinión. Hemingway se niega pero le promete pasarla a Gertrude Stein quien es mejor crítica.

Así se va desarrollando la película con sucesivas noches donde Gil, luego de las doce campanadas, ingresa al momento que siempre ha considerado rico, intelectual, mágico. En una de ellas conoce a Adriana (Marion Cotillard)
quien ha sido amante de Modigliani, Braque y ahora de Picasso. Ella le cuenta que su momento histórico favorito es la Belle Epoque y se permite el ingreso al mismo, donde conocen a Lautrec, Gaugin, Degas. Será la situación límite que le abrirá los ojos a Gil para darse cuenta de su nostalgia, su negación del presente.

En su 46° título (entre cortos, episodios, cintas para televisión y largometrajes), el maestro Allen
nos ofrece un discurso de insatisfacción con la realidad. Gil admira los años veinte parisinos y se le concede asistir y conocer a los personajes que le construyeron un ideal intelectual: fueron los creadores cuya obra traspasó el tiempo y se volvió inmortal, significativa, perdurable. No obstante, otro personaje de ese tiempo prestado quiere ir más atrás, a la etapa de Toulouse Lautrec y el Maxim’s con cancán y sus dibujos o carteles. Quiere permanecer ahí porque es su momento perfecto que llena su imagen de romanticismo. Gil se da cuenta que siempre se está deseando escapar del presente porque pudiera ser que la frase todo tiempo pasado fue mejor sea cierta, aunque si somos justos, tendremos que aceptar que lo recordamos de acuerdo con nuestra conveniencia, nuestra discriminación, nuestro romanticismo.

Por otro lado, los personajes idealizados y famosos aparecen acordes con la imagen mental que Gil tiene de ellos. La personalidad violenta y aventurera de Hemingway, la locura inminente de Zelda, la incomprensión hacia Picasso, la excentricidad de Dalí
. Solamente hay un personaje que su cerebro debe construir para atarlo sentimentalmente a su tiempo idealizado aunque luego sea el que le abra los ojos y le libere. Gil encuentra un libro de las memorias de Adriana que tal vez forme parte de esa ilusión, de ese pasado recuperado gracias al sueño o al sentido de sueño que produce la hermosa ciudad. En otro momento le cuenta a Buñuel la idea de El ángel exterminador que el futuro realizador aragonés no comprende. De hecho, los únicos personajes que resultan distintos, coherentes y estabilizadores del presente son una guía de museo (Carla Bruni, primera dama francesa)
y una joven vendedora de antigüedades. Todo deberá llegar a un equilibrio y dejar que el aspirante a novelista pueda conformarse con su presente.

Usualmente no valoramos el día que vivimos. La rapidez contemporánea produce sentimientos instantáneos de nostalgia: uno recuerda con alegría el último paseo al campo y quisiera repetirlo; uno anticipa las emociones que vivirá en la siguiente Navidad ya que recuerda con afecto la anterior que fue placentera como una nostalgia del futuro. De ahí que siempre querramos revivir más que vivir. El presente es insatisfactorio, Allen nos lo restriega en la cara durante toda esta obra maestra, otro producto de su madurez. Lo mejor de todo es que no termina en melodrama sino en comprensión y experiencia.

Allen ha sido un excelente observador de actores. Sabe quiénes serán los más adecuados para interpretar a sus galerías de personajes. Es asombrosa la transformación de Owen Wilson quien nos tiene acostumbrado a roles alocados y vulgares en un ser nada complaciente y bastante medido. Sus reacciones, gestos, respuestas son perfectas para su personaje ávido de ilusiones, sueños.

E igualmente prodigioso cuando se cumple su destino. Hay todo un grupo de actores importantes interpretando roles pequeños: Adrien Brody es un divertido Dalí, Kathy Bates es una férrea Gertrude Stein, Corey Stoll es un perfecto Hemingway.

La cinta es una lección de vida. Hay que aprenderla y aprehenderla.