SHAME:
DESEOS CULPABLES
(Shame)
2011. Dir.
Steve McQueen.
Steve McQueen (Londres, 1969),
homónimo del popular actor norteamericano (1930 – 1980) aunque físicamente sea
su antítesis: obeso y de color
se inició como artista visual en diversas
escuelas desde su natal Inglaterra. Su inclinación por las instalaciones donde
involucraba la imagen experimental le dio varios premios y fama. En 2008 debutó
como realizador de largometrajes con “Hambre” (Hunger) que pasó en Cannes y le
obtuvo el prestigioso reconocimiento “Camera d’or” para ópera prima. La
historia del republicano irlandés Bobby Sands que en 1981 encabezó una huelga
de hambre contra el gobierno de Margaret Thatcher que se negó a otorgarle
derechos a los prisioneros políticos mostraba a un nuevo realizador que gustaba
de la elipsis narrativa y temporal o del discurso largo para establecer
motivaciones. Era una manera cruel de recordar las injusticias del pasado (¿qué
país no las ha cometido?) y dejar testimonio sobre ellas. Sands era un hombre
que luchaba por sus principios sin importarle la muerte (a la cual llegó). Una
víctima más del sistema.
Tres años más tarde filma “Shame:
deseos culpables” para mostrar a Brandon (Michael Fassbender), ejecutivo con
buen trabajo y buen nivel de vida, que es adicto al sexo.
Cuando no se está masturbando (en su departamento o en la oficina)
Cuando no se está masturbando (en su departamento o en la oficina)
paga prostitutas a
domicilio
o entra a sitios pornográficos. En el Metro acepta y mantiene la
mirada de una mujer que coquetea pero finalmente se aleja cuando se da cuenta
que el hombre la toma en serio. Luego de acompañar a su jefe a tomar una copa
donde el hombre flirteó con unas mujeres
atrae a una de ellas que le ofrece un
aventón para que terminen copulando en una calle oscura. Así mantiene un estilo
privado de vida. Cierto día llega su hermana Sissy (Carey Mulligan) a pedirle
que la acepte en su departamento. Hay una historia detrás de su relación pero
nunca se define. Aunque inicialmente rechaza la petición, finalmente dobla las
manos.
La presencia de Sissy irrumpe en sus
costumbres. Un día la mujer le pesca masturbándose; en otra ocasión, mira el
sitio al cual Brandon entra para ver mujeres en actos sexuales.
Hay un
enfrentamiento que tendrá cierta consecuencia. A Brandon no le quedará otra
salida que buscar y extralimitarse en sus necesidades para satisfacer la
adicción: el acoso descarado, el trío sexual, la experiencia homosexual.
Sin embargo, McQueen no es morboso.
Comparte al público lo que piensa necesario dentro de lo explícito: la desnudez
masculina, los momentos en que se está consumando la relación sexual sin caer
en las imágenes duras, el lenguaje obsceno y retador como situación autodestructiva.
Y así como lo experimentó en “Hambre”, aquí también hay saltos en la acción o
retrocesos intercalados en algún momento que ha sido consecuencia de la
obsesión de Brandon.
Brandon ha llegado al punto en que
el sexo es una necesidad. Ya no hay placer sino dolor y en eso, McQueen logra
una extraordinaria secuencia al mostrar el rostro del personaje al tener
orgasmo: sufre porque no hay nada más. No es posible el acercamiento físico sin
el sentimiento. Un sexo mecánico, motivado por la pornografía o la compañera
carnal donde no se necesitan preámbulos ni palabras ni caricias previas: la
mera acción que involucra el ayuntamiento genital.
A Brandon
se le notarán reacciones emocionales en dos momentos únicamente: mientras Sissy
(quien es cantante) interpreta “New York, New York” en el bar donde trabaja (el hecho de que sea esta canción en una película que rinde cierto tributo a la ciudad tiene otras connotaciones); el
siguiente será casi al final, pero no puedo comentárselo para que usted lo
descubra. La cinta es circular en cuanto a la escena del coqueteo en el Metro.
Sin embargo, algo ha sucedido en los pocos días transcurridos. Esa es la magia
y el sentido de esta excelente película.
Michael Fassbender ha sido el actor de McQueen en sus dos largometrajes.
En “Hambre”
llegó al grado de bajar veinte
kilos para mostrarse demacrado en las etapas finales de su huelga.
Su carrera
ha sido variada y sus participaciones abundantes: “300”, “Bastardos sin gloria”,
“Jonah Hex”, “Jane Eyre”, “X-Men: Primera generación”, donde ha pasado desde
personaje legendario hasta militar sin piedad, sicario cruel, héroe de novela
clásica y el joven Magneto de la serie con personajes de historieta.
En todos
los casos ha sido distinto estableciendo su prestigio y calidad. Tiene la dureza
necesaria para entrar en el personaje malvado y extremo además del atractivo
suficiente para roles serios y atormentados, como en este caso. Versatilidad.
Por otro lado, Carey Mulligan, en un
rol secundario pero importante porque sirve como detonador de emociones, está
impactante. Al interpretar su canción uno se pregunta si verdaderamente la
gente pagaría por escucharla (aunque pensándolo bien, con tantos adefesios contemporáneos,
resulta ser grandiosa). No es esencial porque al final su función sirve para
conmover, hasta por la ingenuidad. No
sabemos su historia. Es otra de las cualidades narrativas de la película: vemos
cicatrices de otros cortes sobre la piel. No se saben antecedentes del pasado
de estos hermanos ni los motivos del rechazo inicial de Brandon (aparte de los
obstáculos que presenta para su privacidad cotidiana en lo sexual).
“Shame: deseos culpables” no se ha
exhibido en las salas comerciales de Monterrey (quizás aparezca de repente). Ya ha llegado en Blu-ray y
puede rentarse en los videoclubes. No deje
de verla, si tiene la alternativa. Es una experiencia única donde se verá el
retrato doloroso de una persona que ha perdido las emociones aunque permite un
dejo de esperanza. También puede verse como metáfora de la insensibilidad que
nos rodea: ¿hasta qué punto el sexo ya se ha convertido en lugar común? ¿Cuál
es el valor de la ternura?