sábado, 23 de diciembre de 2017

MEDIA PELÍCULA


CUANDO LOS HIJOS REGRESAN
2017. Dir. Hugo Lara




         Manuel (Fernando Luján) y Adelina (Carmen Maura) es una pareja con tres hijos y cuarenta años de matrimonio. Feliz porque Manuel ya va a jubilarse además de que su hijo menor Rafis (Francisco de la Reguera) pronto se irá de casa para aspirar a un trabajo en Puebla, la pareja está de plácemes. Sin embargo, los malos negocios del hijo mayor Chico (Erick Elías), casado con la frívola Daniela (Irene Azuela), hacen que deba abandonar su departamento e irse a refugiar a casa de sus padres. Luego, Carlota (Cecilia Suárez), la hija mayor, tiene un disgusto con su marido Gilberto (Tomás Rojas) por lo que también retorna a la casa paterna con sus dos hijos. Finalmente, Rafis no consigue el empleo buscado y también regresa. El matrimonio inicia una temporada difícil en sus vidas.



         En palabras del propio realizador, su intención fue hacer una contrapartida a la cinta de Juan Bustillo Oro Cuando los hijos se van, filmada en 1941, ya que en estos tiempos difíciles por la economía se ha vuelto común que los hijos soliciten el apoyo de los padres. La cinta inicia muy bien con la descripción de cada uno de los personajes y se maneja correctamente la contextualización contemporánea (contra las ridiculeces en que cayó Nosotros los Nobles que nunca consideró que los tiempos y la tecnología habían cambiado desde El gran calavera). Ya no estamos ante un par de viejos conservadores ni tampoco se cae en el brutal melodrama. El matrimonio se dedica a disfrutar de su soledad (y del silencio), además que está consciente de las debilidades y defectos de sus hijos. La película alterna el humor y la comedia con las cuestiones cotidianas que afectan a la pareja, sin caer en el melodrama pero sí en la ironía.



         Sin embargo, todo va muy bien hasta que llega el desplome argumental: la pareja escucha los consejos de sus compadres y se tornan en malévolos enemigos de sus hijos con el afán de que ellos mismos abandonen la casa (provocar la alergia a los gatos, alentar la fobia a los relojes, ¡explotar el miedo a los fantasmas!). Ocurre otro embargo de propiedad que produce situaciones absurdas (tiendas de campaña en un boliche, participar en un concurso de baile) hasta que la solución llega por arte de magia (o de estrellas fugaces, más bien) gracias al hijo menor (sin la tragedia de la cinta original a la cual se está releyendo en otra dirección). Se tiene a una perversa nuera que solamente sigue sus propios intereses. Y como personaje extraño anda por ahí un japonés que se erige en la conciencia crítica de la familia.


         Se puede concluir que tenemos media comedia muy agradable, coherente, adecuada, y media película que se desliza hacia la facilidad y el lugar común (cuando pudo evitarse con un poco más de atención e intención: sobre todo, considerando que el realizador tardó cinco años en levantar su proyecto). No obstante, la gracia principal, lo que salva estos 100 minutos es el elenco: su gran cualidad. Nadie puede negar la maestría actoral de Fernando Luján (desde niño gracioso, joven alocado o perverso, adulto comediante con incursiones más serias según fue llegando la edad hasta ahora, como innegable y confirmadísimo gran actor, que cumplirá 80 años en 2018 como sus contemporáneos Jorge Rivero o Héctor Bonilla). Carmen Maura cumple con su rol. Los hijos están espléndidos.