NO VAYAS A COLGAR
(Don’t Hang Up)
2016. Dirs. Alexis Wajsbrot y Damien Macé.
Sam
(Gregg Sulkin) y Brady (Garrett Clayton) son grandes amigos. Juntos inventan
bromas pesadas para realizarlas telefónicamente y luego publicar sus videos por
internet para volverlos virales. Son demasiado fanfarrones y se tornan
graciosos para los seres pusilánimes como ellos. Así, por ejemplo, al inicio de
la cinta llaman a una mujer cuyo marido anda fuera de la ciudad, para indicarle
que hay uno o dos sujetos en su casa, que su niña pequeña está amenazada y que
no salga del cuarto. Finalmente, ante la crisis angustiada de su víctima, le
indican que todo ha sido una broma.
Gregg Sulkin y Garrett Clayton, perfectos
como adolescentes despreciables
Luego
encontramos a Sam solitario porque sus padres han salido de viaje, además de
haber tenido problemas con su novia. Brady llega para aprovechar el momento y
proponerle que hagan una fiesta. Sam se niega y finalmente accede a que se
queden en casa, vean una película y realicen otras bromas. Sin embargo, para su
sorpresa, les llama un tipo que comienza a amenazarlos y quien, por una
compleja red tecnológica que incluye teléfono, computadora y televisores,
además del control de la energía eléctrica, los somete a lo que resultará ser el
equivalente de otra broma pesada donde ellos son las víctimas aunque con
consecuencias funestas.
Una
cinta de terror que sigue la fórmula del género al estilo contemporáneo: se
hace gala de la tecnología, hay amenazas que conllevan un intercambio de
crímenes para que se cumplan condiciones. Se utiliza el chantaje emocional con
el uso de vídeos reveladores que ponen a prueba la amistad de los bromistas
pero que llega a una resolución bastante satisfactoria para nuestros días: la
venganza ya ha perdido su sentido degradante y ahora se ha recuperado el
terrible ojo por ojo. El nuevo karma indica que aquel que haga sufrir deberá a
su vez sufrir in corpus proprio
porque ya no complace aquello del castigo divino.
Pertenece
al grupo de cintas con personajes juveniles que llegan a excesos sin considerar
las secuelas correspondientes debidas, sobre todo, a la inconsciencia de la
juventud: algo inadmisible. Se presenta a un par de jóvenes de clase media, con
las comodidades necesarias, cuyo tiempo libre se dedica más al impulso y el
instinto que al razonamiento por lo que resultan antipáticos. No es posible
alcanzar la aceptación del espectador y esa es la gran cualidad de la película:
a pesar de que ellos se demuestren afecto contra el conocimiento de una traición,
la empatía será nula. No en balde, el verdugo expresa: ¿no comprende que tienen que sufrir? En esta caso, el villano es
quien entabla la lucha moral y se revierten los valores.
Y
también hay que enfatizar un guion bien elaborado que va permitiendo la
estructura del suspenso escalonado para que el espectador no pueda desatender
en ningún momento la acción. Es ridículo y fuera de lugar que se le pongan
objeciones ante el exceso del dominio tecnológico porque finalmente es una película
donde la lógica es innecesaria. Los actores están impecables: ambos representan
al jovencito narcisista, envuelto en sí mismo sin ninguna ambición de altura ni
alguna conciencia política. Es el hedonismo contemporáneo dentro de la nueva y
discutible moralidad. Un par de realizadores debutantes con mucha experiencia
en efectos visuales de los cuales deben esperarse buenos productos en el
futuro.
Los realizadores debutantes
Wajsbrok y Macé
Al
ver la cinta me acordé de una película de culto dirigida por el legendario William
Castle en 1965 llamada Broma macabra (I
Saw What You Did) donde un par de jovencitas hablaban por teléfono,
aquellos de disco para marcar, buscando a sus víctimas al azar en el grueso
directorio ahora obsoleto, para realizar sus jugarretas que consistían en decirle a sus
interlocutores: “Vi lo que hiciste y sé quién eres”. Tenían la desgracia de llamarle a un hombre que acababa de asesinar a su esposa y, gracias a las
casualidades del cine, lograba encontrarlas para intentar eliminarlas. De aquellos
primitivos teléfonos y la prudente asepsia visual del cine norteamericano a
esta gigantesca tecnología con la libertad descriptiva en imágenes se nota que
ha habido gran adelanto: las inocentes de ayer son los perversos de ahora. Las
justicieras de entonces se han convertido en verdugos tristes y vengativos. Las
heroínas accidentales son los villanos conscientes. El mundo es otro y hay que
aceptarlo.
Un antecedente de bromistas telefónicos:
"Broma macabra" (1965) del cineasta de culto
William Castle con sus heroínas justicieras
que ahora son villanos perversos.