ESTO NO ES BERLÍN
2018. Dir. Hari Sama.
Encontramos a Carlos (Xabiani Ponce de León) y Gera (José Antonio Toledano) en medio de una batalla campal contra rivales de otra escuela. Luego nos enteramos que son vecinos y mejores amigos en Ciudad Satélite, la colonia donde viven. Ambos, jóvenes de 17 años, comparten secretos: Gera toma a escondidas ejemplares de la colección de la revista Hustler que guarda su padre en la biblioteca para luego rentarlas a 2500 pesos (son los tiempos de la gran inflación mexicana) a sus compañeros adolescentes. Carlos admira a Rita (Ximena Romo), la hermana de Gera quien canta en un grupo de rock punk y es novia de su guitarrista. Gracias a que Carlos es muy hábil con mecánica y la compostura de equipos electrónicos, logra reparar un teclado del grupo. Como recompensa, Rita y su novio los invitan a que los escuchen tocar en un antro llamado “El Azteca” donde los dos muchachos descubrirán otro mundo que les abre los ojos a la sexualidad, a la libertad completa, a todo un sistema opuesto al que han vivido en sus hogares. Gracias a ello, aunque de diferente manera, se transformarán, pondrán en tela de juicio su amistad, explorarán el sexo y las drogas para irse asentando en sus personalidades e identidades.
El cuarto largometraje de Hari Sama (quien bajo el nombre de Carlos Sama dirigió Sin ton ni Sonia en 2004, una mediocre comedia que aprovechó el boom de popularidad que a principios de siglo XXI experimentó el cine mexicano) es un relato con tintes autobiográficos, según declara el director, para hablar de lo que fue una etapa en la sociedad mexicana: la acción ocurre en 1986, en vísperas del Mundial de Futbol, cuando la escena artística se iba desarrollando entre performances y conceptos que copiaban, con resultados menores, a lo que estaba sucediendo en Europa. La música juvenil implicaba el rock duro y la rebeldía consistía en negar la figura familiar y pugnar por la libertad sexual. Lo que logra Sama en esta cinta es mostrar la transformación física y emocional de sus protagonistas. Carlos, de vestimenta formal y cabellos largos, evoluciona al rapado lateral, a la participación en performances callejeros al desnudo, a la admiración por uno de los gurúes, pretencioso, que en el antro domina la atención (y desea seducirlo), además de llegar a su iniciación sexual con una de las jóvenes que también lo introduce en la droga. Aparte se alejará de su amigo, por lo que Gera podrá definirse sexualmente, pero llegará a un extremo casi fatal por su inocencia y decepción.
Sama solamente sugiere, sin profundizar, en el estatus de los padres de los muchachos. La madre de Carlos vive evadiéndose, siempre melancólica y durmiendo. Los padres de Gera y Rita no están al tanto de sus realidades y se ocupan de ellos cuando existe algún motivo para regaño o castigo. Carlos se apoya en un tío liberal que viene a sustituir al padre ausente (este rol lo interpreta el propio director). No obstante, el factor familiar permanece de manera lateral.
Para Gera será la supervivencia y para Carlos, el retorno a la vida anterior: no queda claro si hay una resignificación en sus vidas, a no ser por la experiencia de sexo y droga. La cinta se torna, entonces, en el retrato de una transformación personal que trae el aprendizaje de otros aspectos de vida: algo queda trunco, falta la conexión y el sentido trascendente de estos momentos.