jueves, 30 de septiembre de 2021

LA DESPEDIDA

 

SIN TIEMPO PARA MORIR
(No Time to Die)
2020. Dir. Cary Joji Fukunaga.

         En mi comentario de la cinta previa a la que ahora tocaré, dije: Estamos ante otro matiz del personaje de Bond, adecuado para nuestros tiempos, donde aflora su lado oscuro y en este caso, se llega al cierre de un ciclo. La saga, iniciada hace casi sesenta años, con esta película sirve para que Daniel Craig se despida del personaje, de una manera brillante y efectiva. La cinta inicia con un prólogo que complementa la historia de Madeleine (Léa Seydoux), personaje de 007: Spectre cuando niña, y a la que reencontramos al lado de Bond cinco años atrás a los hechos que ocurrirán en la cinta. Ambos van a Italia para que Bond pueda visitar la tumba de su amada Vesper Lynd (a la que conocimos en Casino Royale) y sufrir una persecución terrible, plena de acción, que pone en duda la fidelidad de Madeleine. Bond, devastado creyendo en una traición la coloca en un tren y se separan. Pasan los cinco años y Bond, retirado, viviendo en un lugar tropical, es extraído de su existencia tranquila por su amigo Félix (Jeffrey Wright) quien le pide, por parte de la CIA, buscar a un científico ruso Obruchev quien había sido contratado por el MI-6 británico para crear un arma biológica en nanobots que atacará directamente al ADN humano, y el cual ha sido secuestrado por Lyutsifer Safin (Rami Malek), enemigo de Bond por haber aniquilado a su familia años atrás. La cinta se dedicará a mostrar los esfuerzos por eliminar la amenaza que sería fatal para la humanidad: aunque filmada previamente a la pandemia, la cinta ofrece un posible cuadro semejante.

         Ante la necesidad de poner al día al personaje, mostrando situaciones más adultas y oscuras, además de ofrecer un panorama alejado del maniqueísmo moral de antaño donde los personajes buenos no tenían defecto y sus némesis eran todo lo contrario, las cintas del agente 007 ofrecieron otros matices luego de Casino Royale. Tenemos autoridades británicas con yerros en sus pasados o arbitrarios en ciertas decisiones. Hay un James Bond que vuelve a enamorarse y a perder a la persona amada. El instinto criminal surgió porque era necesario hacer más humano a un personaje idealizado como el que disfrutamos en los tiempos más ingenuos de Sean Connery o Roger Moore y los demás. La gran cualidad de estas últimas entradas en la saga Bond es que han sabido equilibrar las escenas de acción espectaculares, con las secuencias más oscuras y reveladoras. No olvidemos, por ejemplo, el portentoso desfile de Día de Muertos (inexistente hasta que nuestras copionas autoridades decidieron implementarlo) y los hechos íntimos del personaje.

         Ahora, en la cinta que más bien debió de llamarse “No es tiempo para morir”, Bond se enfrenta a una realidad inesperada. Su reencuentro con Madeleine ofrece una revelación que mueve sus emociones. El amigo de toda la vida, Félix, será sujeto del destino y la presencia de una nueva agente 007, que tiene ese número desde que Bond se retiró, servirá como rival interno, dentro del mismo bando. Se le da más tiempo a Q (el extraordinario Ben Whishaw quien siempre interpreta bien cualquier papel que represente), aunque ahora no hay tantos nuevos aditamentos ni armas especiales, se le muestra como ser humano que se molesta cuando le piden un favor laboral en su tiempo de descanso, pero se involucra al momento de la verdad. En otros niveles, los créditos (que aparecen más allá de los veinte minutos de proyección) son a la antigua, mostrando a muchos de los técnicos con sus labores. La canción tema de Billie Eilish cumple con la época en que vivimos (así ha sido siempre: los temas son acordes con los tiempos: acuérdense de Nancy Sinatra o Duran Duran). Y hay que detenernos con el villano que interpreta Malek y que resulta débil e intrascendente. Uno recuerda el homoerotismo de Javier Bardem o el cinismo de Mathieu Amalric. Aquí Malek nos deja fríos, sus amenazas son ligeras y hasta los enfrentamientos dejan mucho que desear.

         Es la cinta de mayor duración de toda la saga con sus 25 títulos. 164 minutos que, en realidad, no se sienten en cuanto a la fluidez narrativa. El realizador-guionista nos ofrece muchas elipsis que se agradecen. Se simplifican los traslados de lugares o los hechos de los personajes y, aún con eso, era necesario alargarse y no dejar pendientes ni cabos sueltos. La imagen final de la cinta, que no le comentaré, es conmovedora y viene a ser una especie del inicio, del recuento, de recordar a quien ha sido un ícono de nuestra vida cinéfila. Se va a extrañar a Daniel Craig: su ciclo resultó en la humanización del personaje. Y tal vez, ya es una fórmula agotada (pero el dinero manda y seguramente Bond retornará con otro rostro y hasta otra raza u otro género: ¡ojalá que no!).

El maestro Fukunaga con Daniel Craig