TODA UNA VIDA LA PASARÍA CONMIGO
de Guillermo Sheridan.
Almadía, 2014.
Conocí a Guillermo Sheridan cuando fuimos compañeros en
el salón 34 del CUM en el ciclo escolar 1966 – 67. Era el primer año de
bachilleres y se entraba a otro nivel académico. Un día llegó con un ejemplar
de “Figura de paja”, la novela de Juan García Ponce, de la Serie del Volador,
editado por Joaquín Mortiz, que yo ya había leído y se lo hice saber. Esto fue
lo que creó cierta empatía entre nosotros, porque no era muy común que un
estudiante de casi quince años leyera a García Ponce (mucho menos en un colegio
marista ¡y que fueran dos alumnos!), y fue un año muy agradable con su
compañía, que no llegó a la calidad de amigos íntimos, simplemente a la
oportunidad de la plática ocasional, los comentarios sobre cine, libros, música
o el trabajo en equipo para alguna clase. Fue un año enriquecedor.
Ahora, estoy seguro, que Guillermo no ha de tener “ni puta idea” (como titula
a uno de los relatos del libro que aquí comento) de quien soy porque a todos
nos sucede que el tiempo borra muchas cosas y personas ya que en todo momento
seguimos rodeados de otras personas y cosas. Al siguiente año, él se fue a la
especialización de humanidades y yo entré a la de ciencias. Poco tiempo después
hizo teatro y lo vi en “El loco amor viene” de Ibargüengoitia, en el Teatro Mayo. Le perdí la pista,
pasaron muchos años y, más adelante, cuando comenzó a escribir en suplementos
literarios o escribir obras magníficas como su estudio sobre Los Contemporáneos, pude seguirlo con
interés y bastante placer debido a que escribía en un estilo que me gustaba, al
ser claro y conciso, interesante, universal, agradable al lector.
Quise dar a conocer este antecedente porque acabo de leer
Toda una vida la pasaría conmigo
(Almadía, 2014), donde Sheridan conjunta relatos autobiográficos que me
trasladaron a esos tiempos mencionados, sobre todo en la primera sección que
recupera sus años de niñez y adolescencia. Estamos ante el caso del ser
sensible que nace dentro de una familia disímbola que se encuentra entre los
parámetros ancestrales de revolución – arte. El libro nos muestra sus entornos,
el marco familiar, las aspiraciones personales. Sheridan nos permite entrar a
sus influencias y circunstancias para crecer como un joven saludable dentro de
una familia numerosa pero sin que se le hayan creado obstáculos ni hubiera
cedido a cambiar de idea ante el futuro, firme y decidido a recorrer el camino
de la literatura amada. Al leer este libro y recordarlo por aquellos tiempos, puedo
entenderlo mejor.
Las otras secciones ya dan cuenta de su crecimiento
profesional, las experiencias académicas y familiares. Posteriormente ya
empieza a filosofar sobre hechos sucedidos, temas eróticos, experiencias de su
carrera y los absurdos de la realidad nacional. Lo que distingue a esta
autobiografía de otras es su característica fragmentada. No es un relato lineal
ni preciso. Son momentos que van explicando al autor al narrar cierta situación
sobre su esposa, u otra con el hijo pequeño, o la cercanía ante el autor
admirado, o la impresión que le causa un libro que lo lleva a connotar la
propia experiencia. Así, sin obviedades tenemos el comentario social de cada
tiempo en el cual se detiene. Sí, así éramos y vivíamos en este país.
Uno de los relatos con mucho humor y más cercanos a la
experiencia de cualquier lector es precisamente la mencionada “Ni puta idea”
donde narra cómo fue confundido con otra persona en distintas circunstancias y
momentos, para quedar por siempre con la incógnita de quién sería la persona a
la que se dirigían cuando le saludaban.
Finalmente, resulta que, en muchas ocasiones, la persona
que se dirige a uno tampoco tiene la idea segura de su identidad. Insisto que
eso es lo que sucedería si me acercara “ahora”
a Guillermo para saludarlo, pero eso no importa: lo que interesa es el motivo,
es el “antes” que le agradezco cuando
sucedió, como todas estas páginas de un libro entrañable bastante recomendable
que no debe dejar de disfrutarse.