JIGSAW: EL JUEGO CONTINÚA
(Jigsaw)
2017. Dirs. Michael y Peter Spierig.
Igual
que El regreso del demonio tenemos
otro reinicio de franquicia con esta séptima secuela de una cinta inquietante
que develó otro rostro del género de terror en 2004 (Saw: juego macabro) y permitió conocer al talentoso realizador
James Wan, el cual, desde entonces, ha crecido y consolidado su posición como cineasta en el tiempo. Ahora tanto el guionista original Leigh Whannel como el propio Wan fungieron como parte de
los productores ejecutivos por lo que la supervisión estuvo asegurada. Los realizadores Spierig tienen experiencia en el cine de horror y son eficaces en su manejo. La
premisa de esta serie de películas reside en el pago de culpas: las víctimas de
John Kramer son personas que han cometido algo indigno o inmoral en el pasado
por lo que se les impone un castigo, usualmente extremo, del cual se pueden
liberar si siguen las reglas que en realidad son bastante difíciles. Junto con
otras franquicias (Destino final, Hostal, por mencionar dos) se alcanzó la
etiqueta de “pornografía de la tortura” ya que las imágenes se regodean en el
sufrimiento de los personajes, la crueldad gráfica, y para el espectador
resultan, en ocasiones, insoportables.
Ahora
hay cinco víctimas quienes, por su parte, han sido victimarios. Despiertan en lo
que sería un establo o silo abandonado
con sus cabezas encerradas dentro de un casco metálico con una cadena que les
empieza a acercar hacia unas sierras incrustadas en la pared. La única manera
de salvarse es derramando algo de sangre. Uno de los cinco no logra pasar
adelante y los cuatro siguientes son expuestos hacia otra prueba. Simultáneamente,
se muestra una investigación policiaca porque han empezado a aparecer los
cuerpos producto de estas pruebas causando el pasmo de los detectives ya que
John Kramer falleció diez años atrás y su ADN ha aparecido en los cadáveres. La
cinta sigue alternando ambas narraciones y, como buena película de horror, se
tienen niveles temporales, explicaciones lógicas que se deben a secretos no
compartidos o circunstancias fuera del conocimiento de los personajes.
Con
ecos de la primera cinta en su estructura y final, estamos ante el arranque de
una nueva serie de aventuras con lo que se convierte en juego de herederos. Una
puerta se cierra para culminar con el horror (un cuerpo descuartizado por rayos
láseres cortantes). Los pecados se pagan y las culpas se confiesan. Todos saldan deudas en esta tierra con sangre primero, mucho dolor y luego, la vida. Es un cine
catártico: los que sufren están ahí en la pantalla y nosotros estamos a salvo en las butacas.
Por otro lado, uno imagina que esos prisioneros deberían ser nuestros
personajes políticos, nuestros narcotraficantes, nuestros seres inmorales cuya
avaricia es ilimitada y su falta de escrúpulos es escandalosa. Otra forma de desahogo
para una realidad más terrible, siempre, que la pantalla.