domingo, 12 de noviembre de 2017

PAGAR PECADOS DE NUEVO...


JIGSAW: EL JUEGO CONTINÚA

(Jigsaw)

2017. Dirs. Michael y Peter Spierig.





         Igual que El regreso del demonio tenemos otro reinicio de franquicia con esta séptima secuela de una cinta inquietante que develó otro rostro del género de terror en 2004 (Saw: juego macabro) y permitió conocer al talentoso realizador James Wan, el cual, desde entonces, ha crecido y consolidado su posición como cineasta en el tiempo. Ahora tanto el guionista original Leigh Whannel  como el propio Wan fungieron como parte de los productores ejecutivos por lo que la supervisión estuvo asegurada. Los realizadores Spierig tienen experiencia en el cine de horror y son eficaces en su manejo. La premisa de esta serie de películas reside en el pago de culpas: las víctimas de John Kramer son personas que han cometido algo indigno o inmoral en el pasado por lo que se les impone un castigo, usualmente extremo, del cual se pueden liberar si siguen las reglas que en realidad son bastante difíciles. Junto con otras franquicias (Destino final, Hostal, por mencionar dos) se alcanzó la etiqueta de “pornografía de la tortura” ya que las imágenes se regodean en el sufrimiento de los personajes, la crueldad gráfica, y para el espectador resultan, en ocasiones, insoportables.





         Ahora hay cinco víctimas quienes, por su parte, han sido victimarios. Despiertan en lo que sería un establo o silo  abandonado con sus cabezas encerradas dentro de un casco metálico con una cadena que les empieza a acercar hacia unas sierras incrustadas en la pared. La única manera de salvarse es derramando algo de sangre. Uno de los cinco no logra pasar adelante y los cuatro siguientes son expuestos hacia otra prueba. Simultáneamente, se muestra una investigación policiaca porque han empezado a aparecer los cuerpos producto de estas pruebas causando el pasmo de los detectives ya que John Kramer falleció diez años atrás y su ADN ha aparecido en los cadáveres. La cinta sigue alternando ambas narraciones y, como buena película de horror, se tienen niveles temporales, explicaciones lógicas que se deben a secretos no compartidos o circunstancias fuera del conocimiento de los personajes.





                   Con ecos de la primera cinta en su estructura y final, estamos ante el arranque de una nueva serie de aventuras con lo que se convierte en juego de herederos. Una puerta se cierra para culminar con el horror (un cuerpo descuartizado por rayos láseres cortantes). Los pecados se pagan y las culpas se confiesan. Todos saldan deudas en esta tierra con sangre primero, mucho dolor y luego, la vida. Es un cine catártico: los que sufren están ahí en la pantalla y nosotros estamos a salvo en las butacas. Por otro lado, uno imagina que esos prisioneros deberían ser nuestros personajes políticos, nuestros narcotraficantes, nuestros seres inmorales cuya avaricia es ilimitada y su falta de escrúpulos es escandalosa. Otra forma de desahogo para una realidad más terrible, siempre, que la pantalla.