SUBURBICON:
BIENVENIDOS AL PARAÍSO
(Suburbicon)
2017. Dir.
George Clooney.
La
cinta inicia con un comercial que vende las maravillas de Suburbicon, una ciudad suburbana que en doce años ha alcanzado la
cantidad de 60,000 pobladores. Todo es felicidad en ese 1959: escuela, bomberos,
almacenes. Entramos al lugar y nos damos cuenta que ha llegado una nueva
familia que se está mudando. El cartero toca la puerta y abre una mujer negra.
Le pregunta sobre su patrona, la Sra. Myers, a lo que responde que ella es la
señora. Inicia entonces el descontento porque este lugar no tiene población
negra, no puede permitir que llegue otra raza a invadir su pureza y
tranquilidad. Luego inicia otra historia: el patio de esta familia colinda con
la casa de Gardner Lodge (Matt Damon) y encontramos a su esposa Rose,
paralítica y rubia, junto con su hermana Margaret, gemela con pelo oscuro (ambas
son Julianne Moore) y su hijo pequeño Nicky (Noah Jupe, encantador y
vulnerable). Margaret lo anima a que cruce el patio y vaya a jugar con el hijo
de los Myers, cosa que sucede. Esa noche, un par de delincuentes someten a los
cuatro, los amarran, los duermen con cloroformo. Cuando Nicky despierta se
entera que su madre ha muerto. Se va revelando que todo fue un plan arreglado
por Gardner y Margaret. Y así se desarrolla una película que se acerca a la tragedia shakespeariana con gran ironía y soluciones inesperadas.
Ya
hemos tenido grandes ejemplos de cintas que muestran el lado oscuro de lo que
aparentemente es perfecto. Vecindarios donde aparentemente las familias son piadosas,
bondadosas, caritativas, pero quienes de pronto hacen surgir sus secretos
ocultos, perversiones, hipocresías: Terciopelo
azul (Lynch, 1986), Amor a colores (Ross, 1998), Happiness (Solondz, 1998), Belleza
americana (Mendes, 1999), entre muchas otras. En este caso, un guion original
de los hermanos Coen junto con el propio
Clooney y Grant Heslov, dan una vuelta de tuerca al estilo de la mexicana Presagio (Alcoriza, 1974, con guion de
García Márquez) [y con un toque de destino final a la manera de El esqueleto de la señora Morales (González Jr., 1959 sobre un cuento norteamericano)] donde la llegada de esta familia de color se toma como
explicación de los hechos que irán sucediendo pero que en realidad ya estaban presentes desde siempre: el rechazo violento de los
vecinos, los cobros exagerados de mercancías en el supermercado, entre otros,
se alternarán con la verdadera historia y brutalidad del desarrollo de la
relación Gardner-Margaret que provocará situaciones criminales. Aunque no se
crea, en los Estados Unidos, desde la década de los años treinta se estableció
una ley que no permitía la venta de casas a personas de otra raza en donde vivieran
solamente blancos.
Los
personajes no demuestran ninguna redención ni piedad: en estos tiempos trumpianos tenemos una metáfora
sarcástica y cruel de lo que significa el racismo renaciente, las
expresiones de la supremacía blanca, el cultivo de la violencia continua que
siempre está oculta detrás de las imágenes de paz y prosperidad. Se culpa al
otro, al que viene de fuera, al que no se alinea a las características
consideradas respetables como consecuencia del sueño americano y ese es el
presagio: la profecía autoengañosa, la falacia escudada en la irracionalidad y
en las falsas verdades. Nicky vendrá a ser la esperanza de comprensión e
inocencia, sin prejuicios, aunque con el estigma de una familia
inconcebiblemente perversa. Clooney narra de manera fluida y nos ofrece una
cinta fuera de serie, tristemente vigente: demasiado.
Un hermoso y conmovedor Noah Jupe como
el vulnerable Nicky será, al menos, el símbolo de esperanza