Una película de Juan Guerrero (1964)
Con Lourdes Guerrero, Luis Lomelí, Alberto Dallal y Claudio Obregón.
Fue filmada para el Primer Concurso de Cine Experimental, realizado entre 1964 y 1965 como una forma de inyectarle nueva vida y diversidad al cine mexicano, donde se dieron a conocer quienes serían nuevos cineastas industriales: largos o efímeros (Alberto Isaac, Juan Ibáñez, Salomón Láiter, Manuel Michel); otros que solamente dejarían una posibilidad sin continuidad (Miguel Barbachano Ponce, Juan José Gurrola, Héctor Mendoza); algunos que filmarían sin mayor trascendencia (José Luis Ibáñez, ). En esta última categoría se encuentra, por desgracia, Juan Guerrero.
Rescatada de las bóvedas de la Cineteca Nuevo León dentro de un lote donado por IMCINE, para ser exhibida dentro del Festival Internacional de Cine Monterrey, “Amelia” ha vuelto a surgir de las cenizas del olvido. Exhibida solamente en el Distrito Federal, llegó a las pantallas chicas regiomontanas en los años setenta, cuando Multimedios (entonces Canal Doce) mostraba inteligencia y tenía cierto rigor que ahora, perdido, causa vergüenza ajena (pero ese es otro asunto). “Amelia” fue bien recibida luego del mencionado concurso, se le recomendó para ser explotada comercialmente, pero los fantasmas de la distribución no han dejado de estar presentes desde siempre.
Basada en un cuento de Juan García Ponce dentro de su colección titulada “La noche” (Editorial Era, 1963) fue adaptada al cine por el autor, el realizador y el escritor Juan Vicente Melo. Un tono existencialista muestra el vacío de la vida. Su joven protagonista Jorge (Luis Lomelí) solamente vive para matar el tiempo: es oficinista y no tiene ambiciones. Gana el dinero que le resulta necesario para vivir, ir al cine, emborracharse con sus amigos. Conoce a una muchacha, Amelia quien también es empleada de oficina, que le hace pensar en la posibilidad del amor y la desposa. Poco a poco se va dando cuenta que Amelia le estorba en lugar de ofrecerle otros panoramas. Añora su vida de soltero y sus juergas donde solamente se hablaba de “perder el tiempo”, “matar el tiempo”. Le asusta la idea de ser padre y siente alivio cuando Amelia le asegura que le ha vuelto la menstruación. Cierto día, simplemente le dice que no la quiere. Luego se lo enfatiza. Amelia, hasta entonces sumisa y esperanzada, cae en la realidad de su existencia. De nada le sirve seguir la rutina o vivir al lado del hombre que ahora odia. Amelia se suicida con gas. Jorge vuelve a su vida de antes (“He querido recordar lo que sentí cuando la encontré muerta, pero no puedo”).
Con una sensibilidad muy europeizada, los jóvenes intelectuales mexicanos nacidos a finales de los años veinte e inicios de la década siguiente mostraron una manera distinta de ver la tradicional vida de la sociedad mexicana. En esta película, los padres de Amelia constituyen el modelo totalmente opuesto que representa Jorge. Se desintegra la familia de siempre porque ya no hay que procrear sino disfrutar; no hay que preocuparse más que por los momentos placenteros de la vida aunque sea el simple “no hacer”. La literatura de esos años sesenta están poblados por personajes diferentes a los que conocíamos, sobre todo a través del cine mexicano. Esa es la gran lección de “Amelia”, como lo son sus cintas independientes hermanas “Tajimara” (Gurrola), “Un alma pura” (Ibáñez) o “La sunamita” (Mendoza) basadas respectivamente en García Ponce (nuevamente), Carlos Fuentes e Inés Arredondo, que conformaron parte de ese exitoso e irrepetible concurso de cine.
El ambiente intelectual está por todas partes: la música de Alicia Urreta (quien aparece tras un piano); Alberto Dallal era escritor y luego investigador de la danza; en una secuencia, aparece como extra el crítico de cine José de la Colina. Claudio Obregón y Luis Lomelí eran actores de teatro, aunque este último había hecho una cantidad de películas. Luego está Lourdes Guerrero quien, con el paso del tiempo, sería muy conocida como conductora de noticieros. Esposa del realizador, hija del músico duranguense Joaquín Amparán, aparecería solamente en las tres cintas de su esposo.
Por otro lado está la música de jazz o la música clásica; las referencias a la asistencia al cine; los “piano-bar” que daban idea de la bohemia; las calles solitarias y seguras de un Distrito Federal pleno de taxis, centros nocturnos o las imágenes de un Acapulco, todavía rey turístico de las costas mexicanas. La película contiene unas tomas bellísimas de la pareja sobre la arena. Llama la atención la ausencia de la televisión y sí, la omnipresencia de las consolas de tocadiscos. Todo un viaje nostálgico.
“Amelia” fue una producción directa de Juan Guerrero (1936 - 1970), egresado de la primera generación del CUEC, arquitecto y músico que no se quedó en el intento. Por desgracia, sus incursiones en la industria, producidas por él mismo en un arrebato de audacia por lo que significaba la inversión económica fuerte en los tiempos previos al vídeo y los festivales “patito” que de todos modos permiten circulación de títulos. En 1967 filmó “Mariana” sobre un cuento de Inés Arredondo y al año siguiente “Narda o el verano” sobre un cuento de Salvador Elizondo. Sus pretensiones intelectuales, al basarse en relatos cerrados y misteriosos, más adecuados para el goce de la imaginación más que para el cine, le dieron sendos fracasos porque se quedaron en intentos inflados, ridículos e incoherentes. “Amelia” quedaría como su gran película, tal como lo ha demostrado esta nueva exhibición en la Cineteca Nuevo León que le da sentido pleno a su significado y nos recuerda aquellos tiempos cuando había cinefilia, curiosidad, experimento…