EL HOMBRE ARAÑA: REGRESO A CASA
(Spider-Man: Homecoming)
2017. Dir. Jon Watts.
Peter
Parker (Tom Holland, simpatiquísimo) es un joven adolescente quien,
entusiasmado por haber participado brevemente junto con los Vengadores (en Capitán América: guerra civil), como Spider-Man debido a sus cualidades
especiales, espera su siguiente misión gracias a su mentor Tony Stark (o sea Iron Man, o sea Robert Downey Jr.) quien
lo vigila a distancia y le ha dado un traje con todos los adelantos
tecnológicos posibles. Un prólogo (ocurrido ocho años antes) muestra a Adrián
Tooms (Michael Keaton) como ingeniero encargado de recoger todo el escombro
dejado por el combate contra los extraterrestres, pero es relevado, de manera
contundente con respuesta violenta, por el gobierno federal. Entonces, junto
con sus empleados, decide quedarse con toda la basura ya almacenada con la cual
crea armas destructivas y él mismo, también por ese material, se convierte en el
personaje de Vulture (o sea Buitre)
para vender armas y vengarse de diversas maneras. La cinta mostrará la lucha
entre este joven aspirante a héroe y su némesis.
La
película inicia de manera inteligente: Peter ha llevado un videodiario en su
teléfono celular poco después de la hazaña con los Vengadores. Ha esperado cierto tiempo a que se le llame, sin éxito,
por parte de Stark, y mientras tanto se dedica a ayudar a su ciudad, evitando
robos y realizando actos menores. Es la gran cualidad de esta película que
muestra a Peter como estudiante, dentro de su ambiente con acoso de otro
compañero y romance no declarado hacia una jovencita, sin ser popular en la
escuela, acompañado de su fiel amigo, el gordito de ascendencia filipina Ned
(Jacob Batalon) quien es muy hábil con la cibernética (que se entera accidentalmente
de la verdadera personalidad de su amigo). Vive con su sobreprotectora tía May
(Marisa Tomei) y de esa cotidianidad, surge el descubrimiento de las malas
intenciones de Vulture y el inicio de
la confrontación.
Al
equilibrar esos hechos cotidianos con la acción usual del género, la cinta se
humaniza y evita la insistencia ante el estatus de la persona superpoderosa. El
carisma de Holland (y su talento: no olvidemos su gran actuación como el niño
perdido en Lo imposible) y su vulnerabilidad
quinceañera (aunque en realidad es mayor en edad) permite el sentido de protección del
espectador (quien se torna momentáneamente en inesperada tía May) por lo que la
empatía envuelve a la cinta por completo: no importan tanto las escenas de
acción (realizadas con humor: fíjese en la secuencia donde el héroe persigue a
los vendedores de armas, saliendo desde la fiesta donde se encontraba y pasando
por diversas casas donde provoca inesperados destrozos). Finalmente, Peter es todavía un niño impetuoso.
Para
una generación que se ha alimentado de una buena dosis de superhéroes,
compuesta principalmente de jovencitos, tenemos la película perfecta al mostrar
a un personaje de su misma edad, en un ambiente común para su realidad (amores
juveniles, computadoras, contentos y descontentos) que viene a ser un modelo a
seguir en esta época de valores cambiantes (o perdidos). Estamos idealmente
ante el héroe anhelante, el aspirante a seguir el ejemplo de sus ídolos
mayores, que sigue la regla moral, que espera el momento apropiado dentro de su
realidad para florecer, aunque en los ojos del cinéfilo ya lo ha hecho.
Sin
desmerecer las joyas que filmara Sam Raimi hace quince años con Tobey Maguire,
o hace un lustro Marc Webb con Andrew Garfield, este relanzamiento de un héroe
más vulnerable, más ingenuo, más cercano a sus espectadores jóvenes, resulta un
producto refrescante. Ya es lugar común resaltar el sentido de familia (en este
caso se presentan dos extremos) en el cual Hollywood insiste. Mucha
mercadotecnia pero el producto final realmente cumple con lo que promete.
Memorable cinta veraniega.
Tom Holland, Michael Keaton y el director Jon Watts