GRADUACIÓN
(Bacalaureat)
2016. Dir. Cristian Mungiu.
El
médico Romeo Aldea (Adrian Titieni, conmovedor) tiene sus esperanzas puestas en la beca a Inglaterra que
ha conseguido su hija siempre y cuando apruebe los exámenes con altas
calificaciones. Antes del examen, la chica sufre un intento de violación que la
hace ir con el médico y con la policía. Su padre busca la manera de que su hija
pueda tomar el examen aunque tenga que recurrir a actos deshonestos (mover
influencias, pagar favores). Su situación empeora cuando la hija lo encuentra
con una amante, por lo que Romeo tendrá que reflexionar acerca de sus últimos
actos.
Mungiu,
uno de los realizadores que lograron colocar al cine rumano entre las
industrias importantes, vuelve al tema de la ilegalidad (como en la búsqueda de
un abortista en su cinta anterior 4
meses, 3 semanas y 2 días) que el protagonista de esta cinta no acepta y
trata de vivir dentro del orden y la corrección. Todo cambia cuando ocurre el
incidente: el médico desea que su hija salga del país, corrupto y dado a las
transas, para que pueda alcanzar niveles y vivir experiencias que nunca
pudieron tanto su mujer ni él mismo quien, de todas maneras, mantiene una posición
decorosa, respeta a los demás y es, a su vez, respetado. Acude con un representante
político acostumbrado a conceder favores pero al cual le ofrece atenderlo en un
transplante de hígado. Éste le envía con un funcionario escolar.
La cinta
se vuelve una reflexión acerca de la ética y su resquebrajamiento ante la
desesperación. El médico cae en las corruptelas porque desea cumplir su propio
sueño en la persona de su hija. De hecho, su única traición consiste en tener
como amante a una de las maestras de la chica. Mungiu utiliza una metáfora
visual dentro de su guion: Romeo sufre agresiones por una persona jamás
identificada que tanto lanza una piedra que rompe el vidrio de una ventana, le
deja los limpiaparabrisas levantados y abiertos, para finalmente destrozar ese
parabrisas. Romeo busca, no encuentra, pero jamás toma represalias: es un
síntoma del país donde vive.
Afortunadamente
Mungiu cree en el ser humano y en sus alternativas de salvación. En el escaso
tiempo en que transcurre la acción de toda la película veremos el descenso y
caída de una persona honesta que vivirá pérdidas pero crecerá en entendimiento.
Al final de cuentas, es la toma de conciencia sobre los perjuicios que la
sobreprotección o la idea de cumplir los sueños propios a través de los seres
que amamos solamente provocan la destrucción del otro.
AMOR EN BRAILLE
(Le coeur en braille)
2016. Dir. Michel Boujenah.
En la línea contemporánea de los ya cuarentones
Pedrito Fernández y Lucerito
No
todo el cine francés es inteligente e igualmente cae en lugares comunes o, como
ocurre en este caso, tramas esquemáticas con personajes y situaciones
prefabricadas. Obviamente dirigida a un público preadolescente, la cinta habla
acerca de una niña cuya enfermedad visual degenerativa no le impide alcanzar su
sueño de estudiar cello en un conservatorio. Le ayudará un compañero de la
escuela cuyo problema es un padre que vive aferrado al recuerdo de su esposa
muerta hace años. Todo será amable, alejado de los males de este mundo, con niños
tan ordenados, decentes y vivos (ella es la primera en la escuela; él sabe cocinar,
planchar, limpiar la casa: ambos tienen 12 años y nunca hay señales de algún instinto precoz) que las acciones se exageran
(los altibajos emocionales), ocurren de pronto (la niña se enferma
inexplicablemente antes de su audición y se recupera milagrosamente, al grado
de aparecer con un sorprendente vestido largo sacado de la nada) o no tienen la
menor importancia (el director de la escuela y sus intromisiones, entre otros
asuntos). La cinta no se decide entre ser melodrama o comedia. Recuerda mucho a
las deleznables películas con Pedro Fernández en su etapa de cambio entre niñez
y adolescencia (Coqueta o Delincuente, por ejemplo): quizás ese
sea el motivo para que un público poco exigente la acepte.