viernes, 28 de julio de 2017

LA GUERRA CRUENTA


DUNKERQUE

(Dunkirk)

2017. Dir. Christopher Nolan.





            La cinta indica desde su inicio tres planos temporales: el muelle – una semana, el mar – un día y finalmente, el cielo – una hora. A través de ellos la cinta se mostrará en fragmentos para que el espectador los reúna y se dé cuenta de la acción, de lo que la imaginación del autor-director le permite visualizar para dar a conocer a las generaciones presentes lo que fue el inicio de una cruenta guerra, el salvamento de miles de soldados que se encontraban varados en la costa francesa acosados por el enemigo que los había estado alejando y cercando en este punto, atacando por mar, aire y tierra. Nunca vemos de cerca al enemigo, simplemente nos damos cuenta por las consecuencias de muerte. Hay una notoria, velada xenofobia porque los ingleses esperan su rescate mientras que hacen menos a los franceses que están en su territorio invadido.





            Entonces es la recreación de un momento importante en 1940 a través de ciertos casos particulares: un civil patriota quien, junto con su hijo y un amigo, parte con la convicción de cumplir con un deber moral. Un soldado que busca, a como dé lugar, una manera de asegurar su evacuación, y el destino lo juntará con otro misterioso joven. Un par de pilotos aéreos que protegen desde su ilimitado cielo de los mortíferos bombarderos alemanes. Cada uno sucede en su propia escala temporal por lo que el espectador al principio se desconcierta con la alternancia de noche y día, de hechos que ocurren con mayor espacio de acción que otros. Así se comprenden esas tres etiquetas que aparecen al principio. Además, no es una cinta de actores sino de personajes. Uno agradece a Mark Rylance o Kenneth Branagh pero pudo haber sido cualquier desconocido sin merma de contundencia.



            Nolan entra al hecho histórico. Ya no es la fantasía del héroe enmascarado, ni los avatares de la memoria o del sueño, ni la ciencia ficción. Sigue jugando con la no linealidad del tiempo pero de una manera tal que cada plano está arropado por otro, hasta que se unen en algún punto. Todos los trucos narrativos de sus anteriores cintas quedan minimizados porque ahora la coherencia es mayor (en El origen cualquier cosa podía suceder ya que el ámbito onírico permitía hacerlo; en Interestelar era la teoría de la relatividad llevada a sus extremas consecuencias). Nolan pasa por todas las gamas del ser humano en conflicto: solidaridad, traición, sacrificio, sobrevivencia y hasta la muerte. Un cuento moral para nuestros tiempos perversos. De ahí la grandeza de esta película que debe verse en IMAX para disfrutarla en todo su esplendor.