lunes, 12 de febrero de 2018

LA PURIFICACIÓN FAMILIAR


EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO

(The Killing of a Sacred Deer)

2017. Dir. Yorgos Lanthimos.





            Ya desde el título tenemos la referencia a Ifigenia dentro de la mitología y tragedia griega (Eurípides: Ifigenia en Áulide), donde el personaje mata a un ciervo sagrado provocando la ira de la diosa Artemisa quien exige a su padre Agamenón que deberá retribuirle con el sacrificio de lo que le sea más querido. Dentro de la película, el director de la escuela donde estudia Kim, la hija del médico Steven, le comenta que la jovencita ha escrito un impecable ensayo sobre Ifigenia. La propia Kim le pide a su padre que la sacrifique para que termine la terrible maldición que ha caído sobre la familia. Y es que la trama de la cinta es acerca de un cardiólogo, Steven (Colin Farrell, espléndido), al cual se le murió un paciente en la mesa de cirugía por haber tomado un par de copas. Ha hecho amistad con el hijo adolescente de su víctima, Martin (Barry Keogh, diabólico), quien primero lo ha seducido como si fuera un hijo putativo, luego le ha invitado a su casa para ofrecérselo a su madre, antes de que inicie su venganza que le confiesa al sorprendido médico: su hijo, su hija y su esposa irán perdiendo su motricidad, luego perderán el apetito y finalmente les sangrarán los ojos. Steven tendrá que seleccionar a quien de los tres deberá sacrificar para que estén a mano: una muerte de su ser querido a cambio de haberle quitado a su padre.


Steven acepta a Martin para expiar su culpa



            Martin se torna en diosa Artemisa implacable y le exige una satisfacción a Steven (en doble alegoría de Agamenón e Ifigenia: padre e hija) para empatar sus pérdidas y dolores. La cinta se torna en tragedia contemporánea, con distinguida narración y elenco estelar, donde no hay explicaciones racionales ni importan: no se sabe cuál fue la forma en que Martin provoca su maldición y se torna irrelevante. Lo que es básico es la purificación a través del sacrificio, la expiación, la reparación del daño para que todo vuelva a la normalidad. Estamos ante una familia aparentemente perfecta donde padre y madre son médicos exitosos, esposos amantes que se excitan mutuamente para satisfacerse, viven en una hermosa residencia con su hija adolescente quien canta y es buena estudiante, además de su hijo pequeño quien es todavía inocente y bonachón. Detrás de todo este esplendor hay secretos que deberán pagarse como culminación del destino. Somos testigos de la degradación de la familia donde todo y nada será igual.


Anna contempla a sus hijos que están
bajo una maldición inexplicable



            Con una cámara que va fluyendo constantemente y fondos musicales que van desde el Stabat Mater hasta Bach y Ligetti, Lanthimos vuelve al tema de la familia (encerrada como en Dogtooth, 2009) o de la pareja (forzada como en La langosta, 2015) para hablarnos de mundos cerrados y fantásticos [en otro sentido, podríamos recordar las consecuencias del “ángel” que toca y disuelve a la familia de Teorema (Pasolini, 1968)]. Martin y Anna (Nicole Kidman, como nunca) tendrán que resolver sus problemas como pareja cediendo a lo inexplicable: ella llegará a besar los pies del ser que está moviendo los hilos como una forma de respeto; él tendrá que tomar una extrema decisión para aplacar la furia del dios. No obstante, siempre quedará la duda del reencuentro, del equilibrio, una vez que se ha alcanzado la armonía.

Yorgos Lanthimos