EL SACRIFICIO DE UN
CIERVO SAGRADO
(The Killing of a
Sacred Deer)
2017. Dir. Yorgos Lanthimos.
Ya desde el título tenemos la
referencia a Ifigenia dentro de la mitología y tragedia griega (Eurípides: Ifigenia en Áulide), donde el
personaje mata a un ciervo sagrado provocando la ira de la diosa Artemisa quien
exige a su padre Agamenón que deberá retribuirle con el sacrificio de lo que le
sea más querido. Dentro de la película, el director de la escuela donde estudia
Kim, la hija del médico Steven, le comenta que la jovencita ha escrito un
impecable ensayo sobre Ifigenia. La propia Kim le pide a su padre que la
sacrifique para que termine la terrible maldición que ha caído sobre la
familia. Y es que la trama de la cinta es acerca de un cardiólogo, Steven
(Colin Farrell, espléndido), al cual se le murió un paciente en la mesa de
cirugía por haber tomado un par de copas. Ha hecho amistad con el hijo
adolescente de su víctima, Martin (Barry Keogh, diabólico), quien primero lo ha
seducido como si fuera un hijo putativo, luego le ha invitado a su casa para
ofrecérselo a su madre, antes de que inicie su venganza que le confiesa al
sorprendido médico: su hijo, su hija y su esposa irán perdiendo su motricidad,
luego perderán el apetito y finalmente les sangrarán los ojos. Steven tendrá
que seleccionar a quien de los tres deberá sacrificar para que estén a mano: una
muerte de su ser querido a cambio de haberle quitado a su padre.
Steven acepta a Martin para expiar su culpa
Martin se torna en diosa Artemisa
implacable y le exige una satisfacción a Steven (en doble alegoría de Agamenón
e Ifigenia: padre e hija) para empatar sus pérdidas y dolores. La cinta se
torna en tragedia contemporánea, con distinguida narración y elenco estelar,
donde no hay explicaciones racionales ni importan: no se sabe cuál fue la forma
en que Martin provoca su maldición y se torna irrelevante. Lo que es básico es
la purificación a través del sacrificio, la expiación, la reparación del daño
para que todo vuelva a la normalidad. Estamos ante una familia aparentemente
perfecta donde padre y madre son médicos exitosos, esposos amantes que se
excitan mutuamente para satisfacerse, viven en una hermosa residencia con su
hija adolescente quien canta y es buena estudiante, además de su hijo pequeño
quien es todavía inocente y bonachón. Detrás de todo este esplendor hay secretos
que deberán pagarse como culminación del destino. Somos testigos de la
degradación de la familia donde todo y nada será igual.
Anna contempla a sus hijos que están
bajo una maldición inexplicable
Con una cámara que va fluyendo
constantemente y fondos musicales que van desde el Stabat Mater hasta Bach y Ligetti, Lanthimos vuelve al tema de la familia (encerrada como en Dogtooth, 2009) o de la pareja (forzada como
en La langosta, 2015) para hablarnos
de mundos cerrados y fantásticos [en otro sentido, podríamos recordar las
consecuencias del “ángel” que toca y disuelve a la familia de Teorema (Pasolini, 1968)]. Martin y Anna (Nicole Kidman, como
nunca) tendrán que resolver sus problemas como pareja cediendo a lo
inexplicable: ella llegará a besar los pies del ser que está moviendo los hilos
como una forma de respeto; él tendrá que tomar una extrema decisión para
aplacar la furia del dios. No obstante, siempre quedará la duda del
reencuentro, del equilibrio, una vez que se ha alcanzado la armonía.
Yorgos Lanthimos