LLÁMAME POR TU
NOMBRE
(Call Me by
Your Name)
2017. Dir.
Luca Guadagnino.
Verano de 1983 en Lombardía. A la casa del profesor Perlman
(Michael Stuhlbarg) llega su becario anual, un estudiante de posgrado al cual
ofrece casa y comida durante seis semanas, además de asesoría, a cambio de su
apoyo en el trabajo académico y personal. Este año es el norteamericano Oliver
(Armie Hammer) al cual reciben tanto la esposa del profesor, Anella (Amira
Casar) y su hijo Elio (Timotheé Chalamet). A lo largo del verano Oliver y Elio
irán pasando de la indiferencia y la ironía hasta la tensión sexual y el
descubrimiento de la pasión amorosa.
Llámame por tu nombre
es la narración del primer amor, aquél que provoca desconcierto, alegría, y
luego tristeza. Las circunstancias son ideales: una villa del siglo XVII, mucho
sol, una posición acomodada, árboles frutales, un río, personas bellas tanto
física como interiormente. El ambiente es culto: si el profesor Perlman es una
eminencia en sus estudios históricos, su esposa es una mujer cosmopolita que
tanto pasa del francés al inglés al italiano y hasta traduce en alemán, algo
que comparte con su hijo Elio, jovencito con 17 años que toca tanto piano como
guitarra, transcribe música, siempre trae un libro en la mano y posee un alto
bagaje de conocimientos.
La llegada de Oliver en la vida de Elio permitirá que tenga
una epifanía personal, se inquiete, oculte su atracción a través de la aparente
indolencia, proporcione retos, busque una camaradería que el propio
norteamericano rechazará inicialmente, para pasar a la necesidad de hablar,
expresar su desasosiego, abrirse ante la exploración de sí mismo, buscar la
unión de cuerpos y almas porque está sintiendo algo tan simple como eterno:
amor. Es la experiencia común del lance amoroso: la indiferencia para darse a
desear aunque en el fondo, dicho deseo ya esté plantado y germinando.
El ambiente académico se presta para ofrecer referencias
cultas y delicadas que, además, son preámbulos eróticos (el Heptamerón y su cuento sobre el
caballero que no se atreve a hablar para expresar sus sentimientos, se torna en la fuerza que permite la
apertura de Elio hacia Oliver). Éste estudia a los filósofos presocráticos como
nos enteramos cuando aborda en un ensayo personal el comentario de Heidegger
sobre el sentido de ocultamiento de los griegos, incitando a Elio para que le
encuentre coherencia; luego, Elio descubre Los
fragmentos cósmicos de Heráclito y un escrito de Oliver donde habla sobre
el cambio acorde con este filósofo que viene a predecir dicha necesidad entre
ellos; pero la más importante es cuando el Profesor Perlman le muestra
diapositivas a Oliver con imágenes de esculturas masculinas griegas, plenas de
curvas, que imponen una antigua y eterna ambigüedad, como retando a que las
desees: inmediatamente aparece una toma del objeto del deseo de Oliver quien
escucha estas palabras de su mentor, o sea Elio recostado sobre un sofá.
Nunca nos enteramos sobre la vida previa de ninguno de los
personajes: no conocemos experiencias anteriores, pero lo que la cinta va
describiendo es la naciente atracción de Elio hacia Oliver y, de manera más
velada, lo opuesto. Elio critica la arrogancia de Oliver pero no deja de
mirarlo. Oculta la atracción con agresividad o rechazos. Y todo es un proceso
paulatino que terminará con la aceptación de ambos hacia sus sentimientos
mutuos que son amorosos. Hacia la entrega física que permitirá, al menos, unos
días de dicha en común.
La cinta tiene a dos hombres como protagonistas pero el tema
del primer amor que lleva a una felicidad temporal y, como consecuencia, al rompimiento
del corazón puede aplicarse independientemente del género. El muchachito
inexperto encuentra su contraparte, su ideal romántico, su sueño de relación
para toda la vida que, en realidad, es una quimera, pero que le dice cosas
sobre sí mismo. El joven descubre una parte suya que está constantemente
reprimiendo. Lo que en principio era una identificación y una empatía va más
allá, a la atracción física y sexual, aunque siempre con el entendimiento de
que llegará un final. Son los años ochenta, antes de la epidemia del SIDA y de
los derechos homosexuales.
Llámame por tu nombre es
una hermosísima historia de amor. Nos seduce: uno quisiera estar en esa Italia,
en el verano lánguido y tranquilo sin mayores complicaciones, dentro de la
atmósfera intelectual donde se habla naturalmente en varios idiomas y hay
juventud. La relatividad del amor y del tiempo: cada uno en su lugar.
Uno quisiera que las
secuencias se alargaran, que la película no terminara, que las conversaciones
se profundizaran: así es de seductora y atrapante. En la novela original, la
acción continúa otros veinte años. Elio y Oliver se reencuentran y recuerdan:
dejan entrever que su amor fue importante para sus vidas. Así debió ser ese
primer amor para nuestras existencias y creo difícil que alguien no haya vivido
esa experiencia del enamoramiento que marca o lastima.
Indudablemente uno de los mejores estrenos en lo que va del
año y que así permanecerá. Armie Hammer, dentro de su rigidez actoral y su
innegable atractivo físico, está perfecto como el norteamericano pragmático;
Timotheé Chalamet es toda una revelación en actitudes, gestos, matices que lo
convierten en alguien de quien habrá que estar atento en el futuro: aquí ha
encontrado el papel de su vida. El resto del elenco es impecable: Michael
Stuhlbarg y Amira Casar como los padres comprensivos y apoyadores de los
sentimientos de Elio. Una experiencia inolvidable, enriquecedora, que requiere
verse muchas veces porque siempre faltarán palabras, sobrarán deseos…