jueves, 1 de febrero de 2018

ES MEJOR HABLAR QUE MORIR

LLÁMAME POR TU NOMBRE
(Call Me by Your Name)
2017. Dir. Luca Guadagnino.



         Verano de 1983 en Lombardía. A la casa del profesor Perlman (Michael Stuhlbarg) llega su becario anual, un estudiante de posgrado al cual ofrece casa y comida durante seis semanas, además de asesoría, a cambio de su apoyo en el trabajo académico y personal. Este año es el norteamericano Oliver (Armie Hammer) al cual reciben tanto la esposa del profesor, Anella (Amira Casar) y su hijo Elio (Timotheé Chalamet). A lo largo del verano Oliver y Elio irán pasando de la indiferencia y la ironía hasta la tensión sexual y el descubrimiento de la pasión amorosa.



         Llámame por tu nombre es la narración del primer amor, aquél que provoca desconcierto, alegría, y luego tristeza. Las circunstancias son ideales: una villa del siglo XVII, mucho sol, una posición acomodada, árboles frutales, un río, personas bellas tanto física como interiormente. El ambiente es culto: si el profesor Perlman es una eminencia en sus estudios históricos, su esposa es una mujer cosmopolita que tanto pasa del francés al inglés al italiano y hasta traduce en alemán, algo que comparte con su hijo Elio, jovencito con 17 años que toca tanto piano como guitarra, transcribe música, siempre trae un libro en la mano y posee un alto bagaje de conocimientos.



         La llegada de Oliver en la vida de Elio permitirá que tenga una epifanía personal, se inquiete, oculte su atracción a través de la aparente indolencia, proporcione retos, busque una camaradería que el propio norteamericano rechazará inicialmente, para pasar a la necesidad de hablar, expresar su desasosiego, abrirse ante la exploración de sí mismo, buscar la unión de cuerpos y almas porque está sintiendo algo tan simple como eterno: amor. Es la experiencia común del lance amoroso: la indiferencia para darse a desear aunque en el fondo, dicho deseo ya esté plantado y germinando.



         El ambiente académico se presta para ofrecer referencias cultas y delicadas que, además, son preámbulos eróticos (el Heptamerón y su cuento sobre el caballero que no se atreve a hablar para expresar sus sentimientos, se torna en la fuerza que permite la apertura de Elio hacia Oliver). Éste estudia a los filósofos presocráticos como nos enteramos cuando aborda en un ensayo personal el comentario de Heidegger sobre el sentido de ocultamiento de los griegos, incitando a Elio para que le encuentre coherencia; luego, Elio descubre Los fragmentos cósmicos de Heráclito y un escrito de Oliver donde habla sobre el cambio acorde con este filósofo que viene a predecir dicha necesidad entre ellos; pero la más importante es cuando el Profesor Perlman le muestra diapositivas a Oliver con imágenes de esculturas masculinas griegas, plenas de curvas, que imponen una antigua y eterna ambigüedad, como retando a que las desees: inmediatamente aparece una toma del objeto del deseo de Oliver quien escucha estas palabras de su mentor, o sea Elio recostado sobre un sofá.



         Nunca nos enteramos sobre la vida previa de ninguno de los personajes: no conocemos experiencias anteriores, pero lo que la cinta va describiendo es la naciente atracción de Elio hacia Oliver y, de manera más velada, lo opuesto. Elio critica la arrogancia de Oliver pero no deja de mirarlo. Oculta la atracción con agresividad o rechazos. Y todo es un proceso paulatino que terminará con la aceptación de ambos hacia sus sentimientos mutuos que son amorosos. Hacia la entrega física que permitirá, al menos, unos días de dicha en común.


         La cinta tiene a dos hombres como protagonistas pero el tema del primer amor que lleva a una felicidad temporal y, como consecuencia, al rompimiento del corazón puede aplicarse independientemente del género. El muchachito inexperto encuentra su contraparte, su ideal romántico, su sueño de relación para toda la vida que, en realidad, es una quimera, pero que le dice cosas sobre sí mismo. El joven descubre una parte suya que está constantemente reprimiendo. Lo que en principio era una identificación y una empatía va más allá, a la atracción física y sexual, aunque siempre con el entendimiento de que llegará un final. Son los años ochenta, antes de la epidemia del SIDA y de los derechos homosexuales.



         Llámame por tu nombre es una hermosísima historia de amor. Nos seduce: uno quisiera estar en esa Italia, en el verano lánguido y tranquilo sin mayores complicaciones, dentro de la atmósfera intelectual donde se habla naturalmente en varios idiomas y hay juventud. La relatividad del amor y del tiempo: cada uno en su lugar.
Uno quisiera que las secuencias se alargaran, que la película no terminara, que las conversaciones se profundizaran: así es de seductora y atrapante. En la novela original, la acción continúa otros veinte años. Elio y Oliver se reencuentran y recuerdan: dejan entrever que su amor fue importante para sus vidas. Así debió ser ese primer amor para nuestras existencias y creo difícil que alguien no haya vivido esa experiencia del enamoramiento que marca o lastima.


         Indudablemente uno de los mejores estrenos en lo que va del año y que así permanecerá. Armie Hammer, dentro de su rigidez actoral y su innegable atractivo físico, está perfecto como el norteamericano pragmático; Timotheé Chalamet es toda una revelación en actitudes, gestos, matices que lo convierten en alguien de quien habrá que estar atento en el futuro: aquí ha encontrado el papel de su vida. El resto del elenco es impecable: Michael Stuhlbarg y Amira Casar como los padres comprensivos y apoyadores de los sentimientos de Elio. Una experiencia inolvidable, enriquecedora, que requiere verse muchas veces porque siempre faltarán palabras, sobrarán deseos…