DE LAS
MUERTAS
2015. Dir.
José Luis Gutiérrez.
Estrenada
sin mayor publicidad y refundida en salas lejanas, tenemos otra cinta mexicana
que se exhibe para cumplir con la demanda de distribución nacional. En este
caso no es tan dolorosa la falta de atención porque es una cinta bien filmada,
con un reparto esplendoroso, que se inscribe en una temática del género de intriga
y suspenso, pero que resulta bastante fallida.
Enrique Arreola, Tomás Rojas
e Ianis Guerrero
El
periodista Julio (Héctor Kotsifakis, excelente) va a entrevistar al preso Ángel
(Tomás Rojas, otro excelente), acusado de los asesinatos de varias adolescentes,
ya que lo descubrieron abrazado al último cadáver encontrado que pertenecía,
además, al de su propia hija. Se queja ante Julio de que no tiene garantías, ni
abogado, ni le han dejado ver a un juez. Debido a la entrevista, el espectador
se va enterando de cada crimen, de los antecedentes personales, de los hechos
alrededor de las jóvenes asesinadas, hasta que se llega a un final aparentemente
justo y otro inesperado.
Tomás Rojas y Arantza Ruiz
El
guion es engañoso: los hechos del pasado se van sucediendo sin que los
escuchemos desde la voz directa de Ángel, sino por superposiciones de imágenes.
Uno se pregunta, entonces, cómo es posible que el preso conozca los pormenores
de cada asesinato. De manera abierta se expone a un personaje dudoso (un
conserje de escuela) para que cualquiera imagine y, de inmediato, rechace la
idea de que pudiera ser el asesino. Ángel, con trazos de padre amoroso, se
muestra infiel con su secretaria para poner en jaque su integridad, aunque en
el otro lado de la moneda está un jefe de policía corrupto y cruel, Navarro
(Enrique Arreola, excelso, icónico), al cual se le reprocha mentalmente sus
maltratos y despechos hacia este hombre.
El extraordinario, arielado, Enrique Arreola
Como
ocurre con Sospechosos comunes (Singer, 1995) y hasta con el maravilloso
maestro Hitchcock en Desesperación (1950), al partirse de mentiras se llegan a verdades
incoherentes y tramposas. Estamos en las antípodas de la lucidísima Perdida
(Fincher, 2014) o nuestra sexagenaria comedia musical Nacida para amar
(González Jr., 1958) cuyas tramas se cerraban con las mejores explicaciones [las
menciones de títulos norteamericanos es porque la cinta se mete de lleno a un
género más utilizado por esa cinematografía (aunque aquí sea región ya no 4
sino 6)]. La porción final de la cinta intenta explicar lo callado y mentido,
aparte de querer atar cabos sueltos, para arribar al final efectista y
truculento. No podía esperarse mucho del realizador de Todos los días son tuyos
(2007) y mucho menos de la conformista, amelcochada, insoportable y ridícula segunda versión
de Marcelino, pan y vino (2010).
El magnífico Kotsifakis
Al hablar
de jovencitas muertas, la cinta nos mete en la realidad del feminicidio y uno
espera que se explique o se intente proponer alguna tesis sobre los hechos
sangrientos y vetustos de nuestro país que permanecen impunes. La acción sucede
en “Malagua”, como pueblo inexistente y metafórico, pero locaciones, placas de
automóviles, señales de microbuses y leyendas de carros policiacos nos remiten
a México. Todas estas buenas intenciones se quedan en eso. Una buena fotografía
no compensa la irregularidad y desequilibrio de la narración. El disfrute de
actores grandiosos surgidos del teatro es su mayor cualidad: todos son
productos del buen teatro y de escuelas especializadas. Ahí está el goce mayor
de otro fracaso nacional: disfrutarlos... ¿Se quería expresar algo, reflexionar sobre algo, o simplemente "hacer una película"? Nos quedamos con esto último (para que se siga acumulando tanta producción inútil o vergonzosa).